“Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una
serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo
está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del
Universo hasta formar un conjunto para nosotros”
De nuevo la misma sensación
desasosegante al releer, aprovechando que ha llegado a mis manos una edición de
1984, Ediciones Orbis, Biblioteca Grandes Éxitos, de esta joya de la literatura
de “ciencia-ficción” y que poco tiene de género y bastante, de ahí la turbación,
de realidad. Tal como “un chasquido, como
el de la caída de un sueño confeccionado con cristal, espejos y prismas”, “Fahrenheit
451” de Ray Bradbury (1953) pertenece a la conocida trilogía de novelas
distópicas del siglo XX, junto a “1984” de Orwell y “Un mundo feliz” de Huxley.
Hay una película homónima de François Truffaut (1966), innecesaria, y aunque
todavía me sobrecoja la escena de la bibliotecaria envuelta en las mismas llamas
de sus libros. ¿Novela distópica? Dícese de aquella historia sobre una sociedad
imaginaria indeseable en sí misma. ¿Y el título? Referencia a la temperatura en
la escala de Fahrenheit (ºF), equivalente a 232.8 ºC, y en la que el papel de
los libros se inflama y arde. Entre una y otra pregunta, “Fahrenheit 451 es el
más convincente de todos los infiernos conformistas”.
“-No hablo de cosas, señor -dijo Faber - Hablo del significado de las
cosas. Me siento aquí y sé que estoy vivo”
Un “mundo feliz” en el que los
libros están prohibidos, “un libro es un
arma cargada en la casa de al lado … ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo
del hombre que leyese mucho?”; puesto que leer incita a pensar, tanto en
quien asimismo lee como en su consideración del mundo; volúmenes que marcan la
diferencia, la diversidad, la curiosidad ilimitada, aportan el idealismo capaz
de desmantelar a una promoción estamental de la felicidad a través del placer y
las emociones superficiales. De hecho, en esa sociedad “ficticia” del relato,
el ocio, el bienestar de los ciudadanos, está garantizado por un hedonismo exagerado,
pero decretado e intervenido rigurosamente por el gobierno a través de la
tecnología, de la televisión, endosando a sus súbditos una felicidad vacua y
conformista que los hace estúpidamente contentos. Un bombero es el protagonista
de la novela, Montag. Un bombero, sin embargo, que no apaga incendios; pues en
esta sociedad apocalíptica los bomberos prenden fuego, no tienen mangueras sino
lanzallamas, su cometido es quemar libros para velar por el orden imperante. Montag,
de manera inconsciente, coge y oculta entre sus ropas uno de los libros que
tenía que incinerar. Conoce a una joven, Clarisse, inocente, diáfana, sugerente,
un aliento extraño y fresco en la realidad. Montag dejará de ser el mismo… “tiene que haber algo en los libros, cosas
que no podemos imaginar, para hacer que una mujer permanezca voluntariamente en
una casa que arde… quizás los libros puedan sacarnos a medias del agujero… muestran
los poros del rostro de la vida…derecho a emprender acciones basadas en lo que
aprendemos leyendo” La agitación de Montag, la inquietud, le hace buscar
respuestas, o más bien preguntas que comienzan por porqués, en un antiguo
profesor de literatura, Faber, a leer, a enfrentarse al sistema, a cometer un
crimen, a ser un fugitivo, a conocer a los hombres-libro, “vagabundos por el exterior, bibliotecas por el interior”, los
últimos resistentes que guardan de memoria en su cabeza a Byron, a Swift, a
Thoreau, a Schopenhauer, a Confucio, con la finalidad de legar su mensaje a los
lectores del futuro, y cuando la “gran guerra” ponga fin a esta sociedad
totalitaria. “Esto es lo maravilloso del
hombre: nunca se desalienta o disgusta lo suficiente para abandonar algo que
debe hacer porque sabe que es importante y que merece la pena serlo”
“Hay que aguantar firme. No permitir que el torrente de melancolía y la
funesta Filosofía ahoguen nuestro mundo”
“Fahrenheit 451” es una crítica a
los gobiernos utilitarios que utilizan la demagogia y la mentira como armas de
opresión, de control. Crítica a la sociedad del consumismo y la tecnología. ¿No
es entonces una crítica de los tiempos actuales? No, no es curioso el don
profético de Bradbury cuando, allá en 1953 y en pleno apogeo de la televisión, señaló
el problema de que aquella sustituiría al libro, a la lectura. Hoy es
irrefutable esa predicción que permitió al autor escribir este oscuro,
apasionante y memorable libro. Basta ver la idiotización de los ciudadanos
convertidos en huecos televidentes, en tiempos de confusión sujetados por un entretenimiento
fraudulento, basura, de la programación televisiva (“Sálvame” y demasiados “reality
shows” … Y tantos debates políticos, o tendencias maleables, que adormecen el
discernimiento de la población, a la que es posible controlar, manipular, de
manera más fácil y efectiva) para comprobar que esta denuncia de Bradbury sigue
de rabiosa actualidad. De ahí que no sea apropiado definir a esta obra dentro
del género narrativo de la “ciencia ficción”, pues, aun siéndolo, Bradbury lo
trasciende para dotarlo de un realismo cercano y apabullante. Hoy en día, a la
vista está, la afición por la lectura está bajo mínimos, preocupante, sin
respuesta alguna. La televisión, las redes sociales, mediatizan, condicionan la
necesidad de los jóvenes y no tan jóvenes, que se dejan guiar dóciles por las
tendencias, las modas auspiciadas por los poderes económicos. Desde la más
temprana edad, el sistema educativo y escolar no garantiza ni promueve la
comprensión lectora de los estudiantes, moldeando una generación de ignorantes,
que hacen de las faltas de ortografía, de las puñaladas a la gramática, la
excusa para su indiferencia en su cierta y única comunicación escrita a través
de wasaps y otros usos explícitos. Y cuando éstos crecen, sin haber leído un
libro, transmiten esta actitud del que te lo den todo hecho, la que no sabe de
dónde vienen ni a dónde van, a sus hijos… “-Nadie
escucha ya. No puedo hablar a las paredes, porque éstas están chillándome a mí.
No puedo hablar con mi esposa, porque ella escucha a las paredes. Sólo quiero
alguien que oiga lo que tengo que decir Y quizá, si hablo lo suficiente diga
algo con sentido. Y quiero que me enseñe usted a comprender lo que leo” Un
mundo con los medios de comunicación más profusos que mantienen a sus usuarios,
contrariamente, cada vez más aislados, menos empáticos, concretando la supuesta
pesadilla pirómana de Bradbury. La realidad, nunca mejor dicho, supera a la
ficción.
“Calidad, textura de información... tiene poros, tiene facciones...
Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede
obtener de cada hoja de papel... Los libros... Muestran los poros del rostro de
la vida”
“Fahrenheit 451” tendría que ser
una novela de obligada lectura, y de reflexión, en todos los sistemas de
enseñanza, en todos los colegios, en secundaria, en la universidad, invitar a leerla
varias veces a lo largo de la vida académica, auspiciada por profesores y
padres. Todavía, y es un compromiso de todos, podemos dificultar esta estupidez
global en la que pretenden imbuirnos y controlarnos los que manejan el cotarro
político y económico. Una obra maestra.
“Cuando en la oscuridad olvidamos lo cerca que estamos del vacío -decía
mi abuelo- algún día se presentará y se apoderará de nosotros, porque habremos
olvidado lo terrible y real que puede ser”
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