“El regalo más hermoso que los adultos pueden hacer a sus hijos es
olvidarse de ellos”
“El sabotaje amoroso” (Anagrama,
2003), segundo libro de Amélie Nothomb que leo tras el memorable “Higiene del
asesino”; y a resultas es la segunda novela de la autora y la primera
autobiográfica que escribió. En ambos y distintos registros, me gusta mucho la prosa,
la manera de escribir de Nothomb. En primer lugar, admiro su enorme capacidad
de sintetizar en pocas páginas (160 págs. aquí) historias o argumentos formidables,
ficticios o autobiográficos, logrando grandes obras maestras; no exagero, o es
mi opinión y de la que, no sé luego en otras lecturas suyas, por ahora no me
arrepiento de expresarla. Estimable, del mismo modo, su habilidad, en este
relato concreto, de hacer ver al lector desde los ojos de una niña pequeña especial,
inteligente; aunque, evidentemente, el texto se haya escrito en edad adulta. La
pericia de trasmitir, de hacernos paladear, sentir, ideas, actitudes, sueños y
la imaginación de un niño, de una niña de 7 años. Una historia que transcurre
en los tres años, desde los cinco a los ochos, que Amélie Nothomb (es ella la
de la portada del libro) vivió en China, en la que el amor en sus diferentes
dimensiones: bello, cruel, ingenuo, desgarrador… atrapa y absorbe al lector con
una imaginería narrativa prodigiosa.
“El sabotaje amoroso fue la
segunda novela de Amélie Nothomb, inmediatamente posterior a su sorprendente y
recordado debut con Higiene del asesino. Con este libro volvió a demostrar por
qué uno de los más sugestivos fenómenos literarios y editoriales europeos de
los últimos años lleva el nombre de Amélie Nothomb. No es sólo el extraño caso
de una escritora jovencísima que alcanza una enorme madurez expresiva y formal,
sino que esa misma posición le permite conectar con las inquietudes propias de
su tiempo y plasmarlas en ficciones contundentes, tan lejos de lo insustancial
como de lo solemne, de la ingenuidad como del academicismo. Nothomb tiene dos
vertientes esenciales en su obra: las ficciones puras, como Higiene del asesino
y Cosmética del enemigo, recién publicada en esta colección, y las de tema
autobiográfico, como su extraordinaria Estupor y temblores, de la que sólo en
Francia vendió más de medio millón de ejemplares. Si en ésta Nothomb
reconstruía su dura y fascinante experiencia en Japón durante su juventud, y en
Metafísica de los tubos su singular autobiografía hasta los tres años en el
mismo país, en El sabotaje amoroso recoge las no menos conmovedoras vivencias
de su infancia posterior en China. En el gueto de los diplomáticos y sus
familias del barrio de San Li Tun, en Pekín, la narradora, que entonces tenía
siete años, se enamora de una bellísima niña italiana, Elena. Ella le enseñará,
con la cruel ingenuidad que sólo un niño puede tener, todos los padecimientos
del amor. Amélie Nothomb es magistral tejiendo los géneros -el lirismo de la
prosa, el exotismo veraz del escenario, la voz profunda y tierna a la vez de
quien aprende precozmente los laberintos de la pasión y se ve obligada a
reflexionar sobre ellos- y eso hace de esta novela una aventura irresistible.
En la senda de Lolita y de Ada o el ardor, transita aquí la mejor narrativa
joven de la actualidad.”
Queda perfectamente ilustrado en
la anterior sinopsis editorial este libro, “El sabotaje amoroso”, de Amélie
Nothomb. Texto autobiográfico que narra los tres años que la autora vivió en
Pekin, su padre fue diplomático, normal que ella viviera aquí y allá, en
diversos países a los que la profesión del patriarca obligaba a la familia. No
sería del todo correcto denominar a este periodo de su existencia como de experiencia
en China en los años 70, durante el mandato de Mao Tse-Tung, que dicho sea de
paso no era el momento idóneo para la comodidad extranjera en pleno apogeo del
comunismo y la revolución cultural. Este periodo de Guerra Fría, presente en el
relato, condicionó la actitud de los niños que veían en la guerra una forma
imaginativa de vivir su niñez, primero contra los alemanes, en ingenuas guerras
aunque con castigos crueles, y luego no importaba el enemigo sino por el hecho
de tenerlo, “Sin enemigo, el ser humano
no es nada. Su vida es un aburrimiento, un agobio de vacío y de aburrimiento”,
de tener a alguien contra el que efectuar su juego de guerra y dar sentido a
sus existencias. “Los amigos eran una
especie de personas con las que uno se juntaba para entregarse, en su compañía,
a comportamientos absurdos, incluso grotescos, o para librarse a actividades
normales para las que no eran necesarios” Y decía que no es muy acertado
definirlo como un periodo de experiencia en China ya que las familias
diplomáticas permanecían, casi enclaustradas, en un gueto, alejadas y separadas
del discurrir propio y de la convivencia con el pueblo chino.
“Hora de recreo. La palabra no deja lugar a dudas: se trata de crearse
de nuevo”
Por encima de todo “El sabotaje
amoroso” es una novela autobiográfica que habla del amor. Amélie se enamora de
una hermosa niña italiana, Elena, que llega al gueto. Y con ella, siente y padece
el primer amor, la esperanza y el rechazo, la ignorancia y la crueldad. “Describir a Elena reduciría el Cantar de los
Cantares a la categoría de inventario de carnicería”. Un intenso recorrido
por la belleza, con sentimiento; tanto que por el Amor, con mayúsculas, por ser
amada, Amélie es capaz de morir, “sabotearse” a sí misma. Una pista del título.
Amar con la pasión de Paris a una Helena de Troya insensible, comparación de la
escritora y siquiera odiando ella misma las metáforas; si bien son a través de
ellas, de las pocas que pespuntean sus letras, donde el lector se hace una idea
de su portentosa narrativa, de este sorprendente lenguaje adulto en la
narración en primera persona de la niña Amélie, en la fuerza de su declaración,
el alarde de una imaginación desbordante (la bicicleta que es un caballo, los
ventiladores chinos… “El ventilador es al
comunismo lo que el epíteto es a Homero: Homero no es el único escritor del
mundo que utiliza epítetos. Pero a través de su pluma es cuando los epítetos
adquieren todo su sentido”); haciendo de un inocente amor infantil tal
semblanza de profundidad extraordinaria, resucitada en una soberbia melancolía de
su madurez, como si pretendiera desplegar la eternidad de la infancia, siempre,
trascendiendo la belleza y fealdad, el principio que debió haber sido un final
en todas las fases de la existencia: “Siempre
fui consciente de que la edad adulta no contaba: a partir de la pubertad, la
existencia es sólo un epílogo”.
“No tenía ninguna defensa inmunitaria contra la belleza”
No hace falta insistir en
recomendaros el libro.
“Más tarde, cuando me digne ser premio Nobel de Medicina o mártir,
aceptaré sin demasiado despecho estos honores algo vulgares, recordando siempre
que la parte más noble de mi existencia quedaba atrás, perdurando para la
eternidad”
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