Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 30 de julio de 2016

EL FIN DEL MUNDO



Son las 23:59 de la noche cuando escribo estas letras y, aún con la mosca tras la oreja revoloteando incómoda durante todo el día, atento a cualquier indicio apocalíptico, el mundo sigue ahí, seguimos aquí con las mismas dudas y apatías, los mismos quereres y desprecios, con los mismos anhelos y recuerdos. Nada ha sucedido. Otra fecha malograda. Este viernes 29 de Julio de 2016 no ha sido el del fin del mundo. Errada, o tal vez intencionada, la alusión de este final de los tiempos en el vídeo de poco más de un cuarto de hora que se hizo viral, es decir, que lo vio mucha gente, por YouTube, en el canal de nombre presuntuoso, “End Times Prophecies”, cuya traducción en boca de mi hija Inés Calvente viene a ser así tan presuntuoso de “Profecías del fin de los tiempos”, y en el que de manera enfática y en reiteración presuntuosa, voceaba para hoy el Apocalipsis. El fin del mundo. Una inversión polar, aseguraba, hará que las estrellas corran por el cielo y el vacío creado por las oscilaciones de la Tierra tirará de la atmósfera hasta el suelo, tratando de alcanzarla” Aseveración que tanto los científicos de la NASA, Antonio Rafael Acedo persignándose por Ibn Firnas , Fifi López en "Los Canchos", como el bueno de Alfonso del Bar Nuevo, en un remedo de August Strindberg, auscultando en la espuma de cientos de Mahou, pensaba que con 20 años creía haber resuelto el enigma del mundo, a los 30 seguía reflexionando, y a los 40 que era insoluble, al igual que la profecía de un fin que se desvanecía como aquella espuma rubia en el gaznate, todos se llevaron las manos a la cabeza. Y esto que tenía que provocar unos terremotos morrocotudos que desgarrarían la tierra, solo he sentido cierta vibración por las obras a destajo –ni con estos calores respetan los derechos de los trabajadores, oiga- en el forjado de un solar junto a la Alameda de mi Barrio, sepultando definitivamente –y gracias, no sabemos por qué no al lado, o a los restantes espacios de los lados- los restos de la civilización árabe que hollaron estos lares por el siglo XII aproximadamente. Por otro lado, solo he visto a un vecino sobre un caballo de testuz resignada –invoco de igual manera a los derechos equinos- que no tenía alas, que el caballista ni mucho menos era Jesucristo, y que el gran ejército que tendría que desarreglarlo todo… no sé, como no sean los grupos de japoneses, chinos, orientales… que salen hasta de debajo de las piedras o del hormigón armado de la construcción susodicha. Los justos del mundo quedarán a salvo. Y me rio. Sí, me rio porque en estos momentos ya no sé a qué mundo refiérase su destrucción. “No es necesario imaginar el fin del mundo en el fuego o el hielo –muy grande Frank Zappa, ¿verdad?-; hay otras dos posibilidades: una es la burocracia, y la otra es la nostalgia.

Bien cierto era, un tanto influenciado por la sorpresa de pretender oír las trompetas del Apocalipsis, en seguida del almuerzo, observé desde el balcón de mi casa, aquel exiguo espacio desde donde como Ortega y Gasset observo la inmensidad del universo, la desolación de las calles, la soledad ardiente y gravedad sudorosa del día. Nada, ni nadie. Normal, tras atemperar el susto y racionalizar la emoción, que no respondiera a los 40 grados que caían implacables de arriba; y no sé a qué razón obedece la expresión de un “sol de justicia”, cuando de “justicia”, y más para los pobres (se libra mi amigo Nacho Garrido en las playas de El Palmar) no tiene acierto y menos la gracia. Ante el desabrido vozarrón de mi mujer Inés María Ortega Fernández para que cerrara con cajas destempladas el ventanal, quejumbroso el aire acondicionado como para que yo lo esforzara con el vano abierto y por una paranoia habitual e insólita, busqué otras señales apocalípticas en la caja tonta, en la televisión. En un primer momento juro que me alerté, y bastante: una estela recorrió fulgurante el cielo nocturno en Alama Hills (California); y de otros presuntos OVNIS ya había oído, por ejemplo de mi prima Eli Carretero en Cartajima, incluso una lánguida luminaria a la que yo observé anoche desde la Alameda de mi Barrio, sentado en uno de los poyetes, como para preocuparme y conociendo la oportunidad de estos fenómenos anómalos ante o durante la inminencia de algo extraordinario y generalmente nefasto; tiroteos terroristas o de psicópatas, cuando no son lo mismo; inundaciones y mortandades en Nepal, avisos de más en el Tibet; ingentes granizadas en el norte de España; un hospital materno-infantil de Save the Children, bombardeado en Siria; volcán en erupción en Hawái; luego, y es que una  lata de Cruzcampo fresquita es capaz de resolver las perplejidades más hirientes, facilitando de nuevo atemperar el susto y racionalizar la emoción, atestigüé cómo aquellas terribles noticias eran lo habitual a todos los tiempos… Y es que, de momento, y ojalá no lo llegue a ser, Donald Trump no es Presidente de los EEUU; Rajoy, sine die, presidente en funciones, y sea culpa reiterada de Zapatero; y aquí con las velas plegadas dentro de la “sopa boba” del “y tú más”: los del contenedor de basura, verde que no rojo, en Santo Grial para todos las venturas y desventuras municipales, y el veraneo rosa de la prócer del rímel, la de la frivolidad fraudulenta y despechada… Nada que no sea como ayer y, a ciencia cierta, al igual que mañana. Lo siento, Carlyle, pero hace tanto calor que no me lamento ni de los tiempos que corren y ni mucho menos con intentar mejorarlos.

Veo a Curro Garcia, a pesar de la canícula, con una inusitada energía y expectación. Supongo que estará haciendo su “agosto” –otra de esas retorcidas expresiones que maldita la gracia que tienen- intentando endilgar seguros de vida a diestro y siniestro, a toco y mocho, entre los 151 Pokémon surgidos en su bioma y dentro de sus 18 tipos o familias: los de Acero como Magnemite y Magneton; los de agua como Squirtle, Wartortle, Blastoise, Psyduck, Golduck, Poliwag, Poliwhirl, Poliwrath, Tentacool, Tentacruel, Slowpoke, Slowbro, Seel, Dewgong, Shellder, Cloyster, Krabby, Kingler, Horsea, Seadra, Omanyte, Omastar, Kabuto, Kabutops, Goldeen, Seaking, Staryu, Starmie, Magikarp, Gyarados, Lapras y Vaporeon;… o los 12 Pokémon Bicho, los Dragón, Fantasma, Eléctrico, Fuego, Hada, Hielo, Lucha, Planta, Roca, Siniestro, Tierra, Veneno, Volador o los de tipo Psíquico… Necesitados, indudablemente, de cierta protección ante la obsesiva cacería suscitada con Androids y Iphone contra ellos. Y Curro, con la ayuda de la gata “Paca”, consciente del tintineo constante y sonante, de la prima por los seguros, aprovecha la ocasión; no vaya a ser que se le escape la coyuntura como ya lo hicieron los replicantes liderados por Roy Batty en una tristeza sin revalorización de capital ni nada: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”

Y entonces pienso que quizás sí exista el Apocalipsis, o sea de cierto Apocalipsis Go. Un fin del mundo “manga” o “anime”. La extinción de los Pokémon o “monstruos de bolsillo” a través, según he mencionado, de la pantalla del móvil; con todo y a pesar de los daños “colaterales”, entre otros, de los cuatro desgraciados apuñalados en Bremen, o el neoyorquino o el mejicano que la palmaron “batiendo” a esos bichitos de Satoshi Tajiri.


En fin, tengo sueño, el mundo sigue indemne, mañana será otro día, espero que con menos calor (reivindicación de la clase media o eufemismo de los pobres), otro día con mayores expectativas, no juego a Pokémon Go y tengo algún que otro seguro con Curro. Al fin y al cabo, en este u otro día del fin del mundo, el “Juicio Final” sancionado en el Atalaya o BOE de los Testigos de Jehová, nadie va a estar allí o nadie estará para contarlo, como nadie estaba cuando comenzó todo. Un deseo: ojalá ese fin del mundo, o un atisbo del mismo, o un alegato irresuelto, nos hubiera dejado, por acción de esa “inversión polar”, en una observación del mundo a lo Bernard Shaw con un “¿Por qué no?”, un mar en el valle del Guadalevín y como ilustra y refresca la foto de estas letras. Ni por esas.

F.J. Calvente

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