Son las 23:59 de la noche
cuando escribo estas letras y, aún con la mosca tras la oreja revoloteando
incómoda durante todo el día, atento a cualquier indicio apocalíptico, el mundo
sigue ahí, seguimos aquí con las mismas dudas y apatías, los mismos quereres y
desprecios, con los mismos anhelos y recuerdos. Nada ha sucedido. Otra fecha
malograda. Este viernes 29 de Julio de 2016 no ha sido el del fin del mundo.
Errada, o tal vez intencionada, la alusión de este final de los tiempos en el
vídeo de poco más de un cuarto de hora que se hizo viral, es decir, que lo vio
mucha gente, por YouTube, en el canal de nombre presuntuoso, “End Times
Prophecies”, cuya traducción en boca de mi hija Inés Calvente viene a ser así
tan presuntuoso de “Profecías del fin de los tiempos”, y en el que de manera
enfática y en reiteración presuntuosa, voceaba para hoy el Apocalipsis. El fin
del mundo. Una inversión polar, aseguraba, hará que las estrellas corran por el
cielo y el vacío creado por las oscilaciones de la Tierra tirará de la
atmósfera hasta el suelo, tratando de alcanzarla” Aseveración que tanto los
científicos de la NASA, Antonio Rafael Acedo persignándose por Ibn Firnas ,
Fifi López en "Los Canchos", como el bueno de Alfonso del Bar Nuevo,
en un remedo de August Strindberg, auscultando en la espuma de cientos de
Mahou, pensaba que con 20 años creía haber resuelto el enigma del mundo, a los
30 seguía reflexionando, y a los 40 que era insoluble, al igual que la profecía
de un fin que se desvanecía como aquella espuma rubia en el gaznate, todos se
llevaron las manos a la cabeza. Y esto que tenía que provocar unos terremotos
morrocotudos que desgarrarían la tierra, solo he sentido cierta vibración por
las obras a destajo –ni con estos calores respetan los derechos de los trabajadores,
oiga- en el forjado de un solar junto a la Alameda de mi Barrio, sepultando
definitivamente –y gracias, no sabemos por qué no al lado, o a los restantes
espacios de los lados- los restos de la civilización árabe que hollaron estos
lares por el siglo XII aproximadamente. Por otro lado, solo he visto a un
vecino sobre un caballo de testuz resignada –invoco de igual manera a los
derechos equinos- que no tenía alas, que el caballista ni mucho menos era
Jesucristo, y que el gran ejército que tendría que desarreglarlo todo… no sé,
como no sean los grupos de japoneses, chinos, orientales… que salen hasta de
debajo de las piedras o del hormigón armado de la construcción susodicha. Los
justos del mundo quedarán a salvo. Y me rio. Sí, me rio porque en estos momentos
ya no sé a qué mundo refiérase su destrucción. “No es necesario imaginar el fin
del mundo en el fuego o el hielo –muy grande Frank Zappa, ¿verdad?-; hay otras
dos posibilidades: una es la burocracia, y la otra es la nostalgia.
Bien cierto era, un tanto
influenciado por la sorpresa de pretender oír las trompetas del Apocalipsis, en
seguida del almuerzo, observé desde el balcón de mi casa, aquel exiguo espacio
desde donde como Ortega y Gasset observo la inmensidad del universo, la
desolación de las calles, la soledad ardiente y gravedad sudorosa del día.
Nada, ni nadie. Normal, tras atemperar el susto y racionalizar la emoción, que
no respondiera a los 40 grados que caían implacables de arriba; y no sé a qué
razón obedece la expresión de un “sol de justicia”, cuando de “justicia”, y más
para los pobres (se libra mi amigo Nacho Garrido en las playas de El Palmar) no
tiene acierto y menos la gracia. Ante el desabrido vozarrón de mi mujer Inés
María Ortega Fernández para que cerrara con cajas destempladas el ventanal,
quejumbroso el aire acondicionado como para que yo lo esforzara con el vano
abierto y por una paranoia habitual e insólita, busqué otras señales
apocalípticas en la caja tonta, en la televisión. En un primer momento juro que
me alerté, y bastante: una estela recorrió fulgurante el cielo nocturno en
Alama Hills (California); y de otros presuntos OVNIS ya había oído, por ejemplo
de mi prima Eli Carretero en Cartajima, incluso una lánguida luminaria a la que
yo observé anoche desde la Alameda de mi Barrio, sentado en uno de los poyetes,
como para preocuparme y conociendo la oportunidad de estos fenómenos anómalos
ante o durante la inminencia de algo extraordinario y generalmente nefasto;
tiroteos terroristas o de psicópatas, cuando no son lo mismo; inundaciones y
mortandades en Nepal, avisos de más en el Tibet; ingentes granizadas en el
norte de España; un hospital materno-infantil de Save the Children, bombardeado
en Siria; volcán en erupción en Hawái; luego, y es que una lata de Cruzcampo fresquita es capaz de
resolver las perplejidades más hirientes, facilitando de nuevo atemperar el
susto y racionalizar la emoción, atestigüé cómo aquellas terribles noticias
eran lo habitual a todos los tiempos… Y es que, de momento, y ojalá no lo
llegue a ser, Donald Trump no es Presidente de los EEUU; Rajoy, sine die,
presidente en funciones, y sea culpa reiterada de Zapatero; y aquí con las
velas plegadas dentro de la “sopa boba” del “y tú más”: los del contenedor de
basura, verde que no rojo, en Santo Grial para todos las venturas y desventuras
municipales, y el veraneo rosa de la prócer del rímel, la de la frivolidad
fraudulenta y despechada… Nada que no sea como ayer y, a ciencia cierta, al
igual que mañana. Lo siento, Carlyle, pero hace tanto calor que no me lamento
ni de los tiempos que corren y ni mucho menos con intentar mejorarlos.
Veo a Curro Garcia, a
pesar de la canícula, con una inusitada energía y expectación. Supongo que
estará haciendo su “agosto” –otra de esas retorcidas expresiones que maldita la
gracia que tienen- intentando endilgar seguros de vida a diestro y siniestro, a
toco y mocho, entre los 151 Pokémon surgidos en su bioma y dentro de sus 18
tipos o familias: los de Acero como Magnemite y Magneton; los de agua como
Squirtle, Wartortle, Blastoise, Psyduck, Golduck, Poliwag, Poliwhirl,
Poliwrath, Tentacool, Tentacruel, Slowpoke, Slowbro, Seel, Dewgong, Shellder,
Cloyster, Krabby, Kingler, Horsea, Seadra, Omanyte, Omastar, Kabuto, Kabutops,
Goldeen, Seaking, Staryu, Starmie, Magikarp, Gyarados, Lapras y Vaporeon;… o
los 12 Pokémon Bicho, los Dragón, Fantasma, Eléctrico, Fuego, Hada, Hielo,
Lucha, Planta, Roca, Siniestro, Tierra, Veneno, Volador o los de tipo Psíquico…
Necesitados, indudablemente, de cierta protección ante la obsesiva cacería suscitada
con Androids y Iphone contra ellos. Y Curro, con la ayuda de la gata “Paca”,
consciente del tintineo constante y sonante, de la prima por los seguros,
aprovecha la ocasión; no vaya a ser que se le escape la coyuntura como ya lo
hicieron los replicantes liderados por Roy Batty en una tristeza sin
revalorización de capital ni nada: “Todos esos momentos se perderán en el
tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”
Y entonces pienso que
quizás sí exista el Apocalipsis, o sea de cierto Apocalipsis Go. Un fin del
mundo “manga” o “anime”. La extinción de los Pokémon o “monstruos de bolsillo”
a través, según he mencionado, de la pantalla del móvil; con todo y a pesar de
los daños “colaterales”, entre otros, de los cuatro desgraciados apuñalados en
Bremen, o el neoyorquino o el mejicano que la palmaron “batiendo” a esos
bichitos de Satoshi Tajiri.
En fin, tengo sueño, el
mundo sigue indemne, mañana será otro día, espero que con menos calor
(reivindicación de la clase media o eufemismo de los pobres), otro día con
mayores expectativas, no juego a Pokémon Go y tengo algún que otro seguro con
Curro. Al fin y al cabo, en este u otro día del fin del mundo, el “Juicio
Final” sancionado en el Atalaya o BOE de los Testigos de Jehová, nadie va a
estar allí o nadie estará para contarlo, como nadie estaba cuando comenzó todo.
Un deseo: ojalá ese fin del mundo, o un atisbo del mismo, o un alegato
irresuelto, nos hubiera dejado, por acción de esa “inversión polar”, en una
observación del mundo a lo Bernard Shaw con un “¿Por qué no?”, un mar en el
valle del Guadalevín y como ilustra y refresca la foto de estas letras. Ni por
esas.
F.J. Calvente
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