Este es otro congelado instante de los que ocurren, inesperados y
sorprendentes, contados o pródigos, a todos; y a través de los que, sea en
forma de alegoría, abrimos los ojos con nítida claridad a la vida desde su
principio hasta el final. Como ese recurrido o recurrente túnel o galería o pasillo
de un claustro tan insondable como la noche, como el universo, franco en sus
extremos, en una sucesión de vanos apuntados, de arcos, de puertas abiertas, en
representación de las etapas o arquerías de la existencia, desnudas y ajenas a
los miedos emboscados, a las actitudes impostadas; las que, no por la edad, nos
marcan con su estigma o sinceridad. Tal vez eso me sucedió, o así lo sentí, con
esta fotografía que debería poner legitimación a mi impresión durante la última
y adjetivada “Noche en Blanco” de Ronda, al pie del Convento de Santo Domingo, envuelto
en el fragor obscuro del Tajo al lado. No me importa la calidad de la
instantánea, o su encuadre, o un alarde que no tuvo, solo su insólita mirada,
la que a mí miraba; la que estuvo ahí, está aquí, para ahora intentar
expresarles, y a su vez para asegurarme, de ese sentimiento o conmoción de ver
por un instante el sentido de la realidad, el valor de la misma y no importa si
con la intención de vivir, no sobrevivir, o asumir la muerte, la que también es
luminosa, que ponga fin a todo. Una inquietud siempre bella.
F.J.CALVENTE
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