"- ¡Tiene suerte, amigo! Sobre todo en lo que concierne a este asunto, en el que precisamente mi método consiste en que no tengo ninguno... Si quiere un buen consejo, si quiere irse perfeccionando, no tome ejemplo de mí, ni trate de sacar teorías de lo que me vea hacer"
Satisfecho de esta lectura, no
esperaba menos. George Simenon es uno de esos autores que nos acompañan durante
toda la vida y con en el que, o a través de él, de alguna u otra manera, hemos
moldeado circunstancias o matices de la misma, de la propia. Descubrí a Simenon
y a su personaje por antonomasia, el comisario Jules Maigret, hace muchísimo
tiempo, era apenas un adolescente, y desde entonces no he podido ni quiero
dejarlo, impresionado por su extraordinaria narrativa, y la que del mismo modo
sedujo a tantos como John Banville, o a Benjamin, Faulkner, Miller… y a otros
eminentes que aparecen por este párrafo. Material hay para no cansarse de él,
de Simenon o del Gran Simenon como le adjetivara Fellini, ya que este cuenta
con una profusa obra que, al igual que otro compatriota memorable, Guy de
Maupassant, o mejor Balzac y con el que guarda similitud no solo en abundancia
literaria, sino por la recreación de sus personajes y ambientes sociales, no
significa que su número o el potencial creador esté en relación directa al menoscabo
en su calidad retórica, todo lo contrario; la sublime conjunción de un
entretenimiento único con la precisión de una prosa sencilla y acertada, lo
cual reincide en la enormidad de su talento y en el arte de uno de los mayores
literatos, uno de los escritores más importantes de nuestro siglo como aseveró
Gabriel García Márquez.
Y por estas musas literarias o de
la lectura, en lo que nada interviene mi elección, o deseo, o la singularidad exterior
de este tiempo tormentoso, turbio, de sucia atmósfera, quizás como los tiempos;
y del que, vale, ha llovido, pero sin melancolía, de día, no durante una noche
de frío, impensable con esta canícula, de viento, en ocasiones también fuerte,
de miedo más al futuro que a los conocidos y sin correlación éstos con los
otros personajes leídos y perfectamente caracterizados en el volumen, ni con la
aparición del perro cenizo de un vecino pasando con languidez frente a mi
ventana y mientras escribo esta reseña, ahí mismo, animal que,
desgraciadamente, no era de color canelo, en este día, indicaba, he vuelto a refrendar
mi apego hacia Simenon, mi adicción por las aventuras del comisario Maigret, y
a cuanto he dicho anteriormente.
“El perro canelo (Los casos de
Maigret)” de Georges Simenon, (Narrativa del Acantilado, 2012), es una novela que
una vez empezada no se deja hasta terminarla, como todas las del escritor
francés, por la agilidad de su narración, por su trama obscura y entretenida,
por captar la atención más por su sutileza, el placer que como un buen vino
ahora o dentro de una década conserva su esencia, su lectura, que por descubrir
con agitación la dilucidación a su misterio tras 152 páginas. Distraída,
convincente, completa, en la que es fácil identificarse con la humanidad que
desborda la profesionalidad de Maigret, con su inteligencia, con su capacidad y
habilidad para desentrañar las ramificaciones de la debilidad humana. Todavía
paladeo, como aquel vino, su propiedad literaria.
“El inspector Maigret llega a la
localidad de Concarneau para investigar el intento de asesinato de uno de los
prohombres del pueblo. En mitad de las pesquisas, una serie de sucesos confusos
parecen indicar que un asesino imparable trama una venganza colectiva. La única
pista que parece firme es un perro canelo que nadie había visto antes y que
merodea por el vecindario.”
Como amante de los sucesos o
fenómenos que se apartan de la cotidianidad, conozco leyendas de canes que
presagiaban la muerte de personas, de verídicos casos en los que, como el “perro
de los entierros”, “Moro”, en Fernán Núñez (Córdoba), que predecía las muertes
de los vecinos y luego los acompañaba en el sepelio hasta el cementerio. Y
aquí, en esta novela de Simenon, otro perro, un misterioso animal entre mastín
y galgo, canelo, de gran cabeza, que aparece en el pueblo costero francés de
Concarneau para pasear aquí y allá, asentarse a los pies de una posadera, y, en
especial, en sitios predestinados donde luego acontecen las desgracias.
Simenon, con estos mimbres, traza un sombrío escenario que rezuma melancolía y
un absorbente misterio; con una prosa concisa y no por ello contraria al alarde
literario, sin rodeos; pues en este detalle, como en otros ya mencionados,
atendemos a la excepcionalidad del escritor, en su sencillez recreada, sí, en
la precisión magistral de sus palabras, ninguna más pero ninguna de menos en la
descripción de sus personajes y contextos, además de indagar con minuciosidad
en el matiz, en el alma de aquellos, de sus protagonistas, con la bondad y comprensión
con la que recorre el amor, la venganza, el dinero… exigencias humanas que no
son necesariamente humanas. Mimbres tan hábilmente tranzados que nos hace beber
sus páginas con fruición, y olvidar por unas horas cuanto nos esclaviza o
atormenta de la realidad.
Y, sin embargo, es el comisario
Maigret quien capta nuestra mayor aplicación, y admiración; ya que al igual que
Hercules Poirot de Agatha Christie, basa en su concienzuda observación, calmada
o de maneras pausadas, la dilucidación de los crímenes, hecho que realiza al
final de la novela, en esa clásica escena del género negro de reunión del
detective con todos los sospechosos y de los que surge o descubre al verdadero
culpable. Hoy, en una sociedad tan solitariamente comunicada a través de las
redes sociales, por internet, resulta anacrónico, increíble, esta manera de
llevar a cabo una investigación criminal; pero también por ello, por su
romanticismo negro, e inexcusable, nos atrae sobremanera: por su tensión, he
dicho que misterio, por su ambientación; y del mismo modo perpetúa, aquí, conmemora
a los autores o cuentistas del XIX y principios del XX: Seabury, Quinn… o el encantador
inspector Dupin de Allan Poe, o el más grande de todos, Sherlock Holmes de
Conan Doyle. En este “Perro canelo”, seduce, en palabras del propio Maigret, la
investigación desarrollada sin ningún método. Por otro lado, resulta muy llamativo,
estimable, algo que no es tan evidente en otras novelas del autor, la dimensión
ética del comisario, más allá del deber, de su profesión, y de la fría justicia,
dimanada de su impresionante y rigurosa disección del comportamiento humano.
Magnífica novela. Magnífico Georges
Simenon que no deja de asombrarme, que me reserva momentos irrenunciables para
disfrutar con su lectura. Son muchas las obras aún, firmadas con su nombre, o
con pseudónimo, con o sin Maigret, las que me esperan para pasar un grato rato.
Y luego, el encanto de la relectura. Muy recomendable esta novela, y todas las
de Simenon, en serio.
“-¡Precisamente, después! ¡Después de todo! Dicho de otra manera, he
empezado la investigación al revés, lo que tal vez no impide que empiece la
próxima al derecho… Cuestión de atmósfera… Cuestión de tipos… Cuando llegué
aquí, caí sobre un tipo que me sedujo y no lo dejé…”
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