“Eres demasiado pobre para sostener una conciencia”
Tenía curiosidad por esta primera
novela del noruego Knut Hamsun (Premio Nobel de literatura en 1920), “Hambre”
(Ediciones de la Torre, 2004), para que tanto influyera y se convirtiera en
libro de cabecera de autores muy disímiles como Thomas Mann, Maxim Gorki, Paul
Auster, Charles Bukowski, Henri Miller, Herman Hesse, Singer, Zweig… y
últimamente he oído hablar maravillas de este a dos grandes representantes,
salvando las distancias, del género negro, Jo Nesbø y César Pérez Gellida. Y no
me ha defraudado. Un libro extraordinario. Un relato breve (188 páginas), muy
descriptivo, donde el tema principal es uno de los límites de la persona: el
hambre. Con cierta atmósfera kafkiana, pero con el realismo psicológico
desasosegante de Dostoievski, un único narrador protagonista cuya identidad,
solapada por nombres ficticios que éste mismo se impone según la circunstancia
o el interlocutor, no se desvela, incluso se desconoce poco o nada de su
pasado, ya que solo es importante el presente, su ejercicio introspectivo y
exasperado, la decadencia de un hombre en permanente lucha por mantener su
arte, su escritura, ante el hambre siempre acechante y cruda; y también con la
aparición de la locura, que nace de un orgullo inadmisible contra sus condiciones
de hambruna y desesperación, por su dolor, por su necesidad. La acción
transcurre en una ciudad llamada Cristiania, antigua capital de Noruega, con un
cúmulo de simbolismos sugerentes, y en situaciones incluso absurdas, delirantes,
en una historia que se nutre de experiencias reales del propio autor en su
vivencia precaria en Estados Unidos.
“El protagonista de Hambre no
tiene nombre, no tiene edad, no sabemos nada de su origen o de su familia. Es
un hombre sin pasado, arrancado, como una planta, de su contexto y lanzado al
anonimato y la hostilidad de la gran ciudad. Una ciudad, una sociedad, éstas en
las que nos movemos, donde el individuo siente con más fuerza su soledad en
medio de la multitud, y donde, si queremos comprender a la persona, habremos de
prestar atención, como el propio Hamsun decía, a los "secretos movimientos
que se realizan inadvertidos en lugares apartados de la mente, de la anarquía
imprevisible de las percepciones, de la sutil vida de la fantasía que se
esconde bajo la lupa, de esos devaneos sin rumbo que emprenden el pensamiento y
el sentimiento, viajes aún no hollados, que se realizan con la mente y el
corazón, extrañas actividades nerviosas, murmullos de la sangre, plegarias de
huesos, toda la vida interior del inconsciente”
Admirable que en una narración
tan breve, el autor, de manera clara, sencilla y viva, sin alardes retóricos, despliegue
una atroz semblanza de la mente humana sometida al sentido individual de la
propia vida de su protagonista con la exigencia del hambre al que le conlleva
una sociedad que no reconoce su valor de artista, y una actitud personal
orgullosa por ser quien quiere ser y no de otra manera, y aunque todo lo aboque
a la locura. Aunque empatizamos con el personaje, por su dramática situación y
ese romanticismo entusiasta por ser y trabajar de escritor contra toda
adversidad, su moralidad tan ejemplar que no se postra a carencias tan
absolutas, en muchos momentos nos hace desesperar por su actitud; sin atender,
quizás, a que su inflexibilidad por doblar sus convicciones sería un efecto más
de su cambio mental y anímico provocado por la necesidad acuciante de mitigar
su hambre, lo cual provoca escenas donde tanto es el desconcierto que
incrementa sobremanera nuestra decepción. Y si bien, a pesar de situaciones tan
límites, sobrevive página a página milagrosamente, tanto como para enamorarse
de una joven igual de desconocida que todos los personajes que de una forma u
otra interactúan con aquel, con el protagonista, y a la que llama con cierto
nombre mítico en sus esquemas mentales por Ylayali.
“…una imperiosa necesidad de ponerme a trabajar para desahogar la
plenitud de mi cerebro”
“Hambre” o la lucha del hombre
contra la realidad, contra el mundo. Una novela muy recomendable, aunque nos
haga pasarlo mal.
“No sufría ningún dolor, el hambre había desaparecido, sin embargo, me
sentía agradablemente vacío, intocable por lo que rodeaba y feliz de ser
invisible por todos. Subí las piernas al banco y me incliné hacia atrás, la mejor
forma de sentir el verdadero bienestar de la reclusión. No había ni una sola
nube en mi mente ni me sentía mal de ningún modo, no tenía ningún deseo por
cumplir ni ningún ansia en la que mi mente pudiera pensar. me tendí con los
ojos abiertos en un estado de ausencia de mí mismo y me sentí deliciosamente
fuera de él”
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