“- El tiempo no lo cura todo, Feliciano. Sólo lo tapa. Quizá tú eres un
mensajero y tu destino está ligado a ése mensaje que debes entregar a alguien
para sanarlo o para sanarte a ti mismo”
Agradezco al rondeño Pablo Aguayo
de Hoyos su último libro y espero que esta reseña, para nada condicionada por
el obsequio, haga mérito suficiente a su esfuerzo y dedicación en este “Un
traje nuevo para el abuelo” (Uno Editorial, 2016) Y es que, por encima de
estilismos, de gustos literarios, de extensiones más o menos acertadas o
idóneas, hay que reconocer la valentía de este autor, de tantos otros, conscientes
por hacer de la literatura un ejercicio de responsabilidad en todo caso, y en
este concreto un reconocimiento a la dignidad por los vencidos de una guerra,
de la Guerra Civil; tanto de los exiliados republicanos en México, tema
principal de esta breve novela, como de los que quedaron en España durante la
dictadura amordazados de silencio y miedo.
“Sobrevivir emboscados entre el miedo, el rencor y el disimulo: eso era
lo que había. Una vida amarga, sin duda”
Pablo Aguayo de Hoyos se ha
decantado por la fórmula empleada por Javier Cercas y Santos Juliá entre otros de
“la mirada del nieto”. “Feliciano es un investigador privado, aburrido de la
vida, que encuentra su sentido escudriñando en el pasado familiar. La “historia
de vida” de su abuelo, republicano, masón y exiliado en Méjico, duerme olvidada
en el cajón del silencio. Y él se siente llamado a despertarla” Una manera de incitar
el interés, e inquietud, por el exilio de los republicanos y masones en quienes
puedan tener una visión más objetiva y no tan pasional, o emocional, por conocer
la verdad histórica; hacia aquellos que no están tan mediatizados, como los de
generaciones anteriores que aguardan el resarcimiento, cierta demanda de la historia;
hacia esos a los que Dulce Chacón calificaba como “los hijos del silencio de
nuestros padres”. Una técnica ineludible para devolver la atención en ese período
que abarca la Segunda República, la Guerra Civil y la posguerra; acentuado sin
duda alguna por la exigencia de la “memoria histórica”. Una fórmula efectiva,
necesaria, obligada, y agradecida a los escritores que la han hecho posible, y a
Pablo Aguayo que la mantiene con este “Un traje nuevo para el abuelo”; en su
contribución comprometida por romper ese silencio, por recuperar historias
perdidas a conciencia como la de Fernando, el abuelo de Feliciano, olvidadas
por el temor, en beneficio del presente y de los que construirán el futuro, nuestros
hijos.
“Todo el mundo corría entonces como loco para ponerse a cubierto, todos
con un lapicillo que llevábamos a mano, metido entre los dientes para que la
reverberación de las explosiones no nos destrozara por dentro”
La necesidad moral, la
vindicación de la memoria, que va más allá de cualquier revanchismo, para
cerrar una herida que sigue abierta, que siempre se abre cuando surge el tema
de las dos Españas, y la que se evadió o quiso cauterizarse durante la
transición democrática con una amnistía pactada, consensuada entre las fuerzas
políticas, una amnesia, al fin y al cabo, impuesta en la sociedad que
amordazaba todas las responsabilidades, sobre todo las morales. Nuestra
democracia no está completa, no es íntegra hasta que se resuelva esta tensión
permanente, emboscada, llena de medias verdades y mentiras, ese poso ingrato tras
pretender saldar las cuentas en la herencia de los perdedores y aceptar de los
vencedores una situación democrática que acogiera a todos; despertar de esa
amnesia y rescatar la memoria de la represión franquista, de los que murieron
en la guerra y a lo largo de 38 aciagos años de dictadura, de los republicanos
exiliados, de los que aquí quedaron también en un exilio interior marcado por
el miedo y el silencio, por la marginación y el desprecio, de los masones que
defendieron la libertad, igualdad y fraternidad; y hacerlo en libros como este,
“El traje nuevo del abuelo”, es una buena e idónea forma.
“... había una frase por cada entrevista, que de alguna forma
sintetizaba la historia personal de cada exiliado (...) Sí, el tono vital (...)
Si tuvieras que elegir un tono vital para la entrevista de tu abuelo, ¿cuál
sería? (...) En España dejé todo lo que daba sentido a mi vida: la familia y la
fe en luchar por una vida más humana”
No es momento aún de que en la
convivencia de los españoles siga pesando el olvido del pasado, de un pasado
que sigue siendo muy reciente, es el momento de que nuestros hijos, de los que
nacieron en esta democracia, conozcan qué pasó verdaderamente durante la Guerra
Civil y la dictadura franquista. “… para
mirar adelante con esperanza hay que asumir lo que se deja atrás –expone el
autor en la introducción- España tiene
aún pendiente un elemental ejercicio de reparación y justicia de lo ocurrido
durante los 40 años del franquismo… Rechazo tal legado, y, aunque sea a través
de esta novela, reivindico la memoria contra la impunidad del franquismo y la
amnesia complaciente en la que vivimos”.
No es “Un traje nuevo para el
abuelo” un libro de historia, vale. No es una novela al caso, quizás. No sé, ni
importa, si este relato que nos presenta Pablo Aguayo tenga un origen personal,
familiar. No importa, y tanto que lo critiqué en su anterior libro, “El crimen
de Fani”, la excesiva brevedad de la novela, también en esta (141 págs.), pues
siempre se espera mucho más dado el interés y complejidad del argumento. No
importa si es una síntesis o no, si muestra un nuevo enfoque o no de un
fenómeno histórico y moral, el exilio y la dictadura franquista; y porque
asumiendo el propio estilo nada ambicioso del autor, ni falta que le hace serlo,
se vale de su método, el mismo a lo largo de su obra, con el que combina, por
una parte, un trabajo enorme de documentación (aunque se echen en falta notas
bibliográficas) y, por otra parte, el empleo de una forma de escribir ágil y
agradecida de leer, simple, concisa, sin alardes de ningún tipo, fácil, directa,
distribuida en capítulos cortos. Más que una novela según un modelo
preconcebido de la misma, considero la narrativa de Pablo Aguayo como un aviso,
una señal de atención, un flash que haga luego, más allá de sus páginas,
reflexionar en lo escrito, encender una llama responsable de iluminación y
atención en su testimonio o en la evidencia de su trama o mensaje. Máxime
cuando en estos momentos recuerdo unas palabras del profesor Said, y a colación:
“El exilio es algo curiosamente cautivador sobre lo que pensar, pero terrible
de experimentar. Es la grieta imposible de cicatrizar impuesta entre un ser
humano y su lugar natal, entre el yo y su verdadero hogar: nunca se puede
superar su esencial tristeza” Esta es mi sensación al leer el libro, mantener
encendida la llama de la moral, de la dignidad, en torno a la memoria histórica,
a la Masonería y, especialmente, de los exiliados políticos.
Sin duda alguna es esta la mayor
fortaleza de “Un traje nuevo para el abuelo”, ahora e incluso por mi subjetivo
a regañadientes, lo reconozco: su brevedad comunicativa. La concisión que haga
pensar en la memoria individual de los exiliados, de aquellas personas cuyas biografías
merecen ser rescatadas y homenajeadas, no solo por ser ellos testigos y
víctimas de la historia, o de una parte funesta de la misma, sino por su papel
de actores en la consecución de un mundo mejor y más justo; todavía en la
actualidad y en el que, recuperando su memoria, el fantasma del fascismo, de la
represión, puedan mantenerse lejanos y sin amenaza en nuestras vidas y porvenir.
De igual modo incluyo el aspecto, interesante, atractivo, hermético, en torno a
la Masonería que junto a los propios republicanos y en la mayoría de los casos particulares
indivisos, tergiversaron y destruyeron la intolerancia y coerción del antiguo
régimen.
“-¿No te das cuenta? Esto es mucho más rico, es frágil porque es
singular, pero debes tener en cuenta que la memoria es amplia y diversa. Yo he
llegado a la conclusión de que no hay una única memoria del exilio: hay
500.000.
La singularidad de cada una ha dado lugar a una memoria colectiva, que
aún sigue viva. Y ésa es la gran fortaleza del exilio. Franco se esforzó en
invisibilizar a los vencidos y no podemos permitir que predominen las mentiras
y los cuentitos con los que reescribieron la historia: hay que trasmitir esta
memoria y dignificar a los exiliados. ¿No crees que tu abuelo se lo merece?”
Por otro lado, apuntando a un
pormenor del relato, a ese y del mismo modo ligero esbozo de la problemática
relación matrimonial del protagonista, Feliciano, con su mujer, Salma, inclusive
en la forzosa separación del abuelo Fernando de su esposa, he visto la
metáfora, ciertamente agridulce, del amor a la patria en el exilio y de cómo
cambia la concepción de la misma durante el forzado abandono. Este detalle, al
que el autor también alude en la narración, me ha hecho recordar a ese monstruo
de las letras, precisamente hispano-mejicano, Max Aub, cuando a su vuelta del
destierro dijo: “He venido, pero no he vuelto” El desarraigo del exiliado. Fernando
o ese otro exiliado que decidió permanecer en Méjico, que a lo mejor hizo de la
necesidad virtud, de proteger a los suyos que seguían viviendo con la amenaza cercana
del franquismo, de protegerse así mismo allende los mares del propio Franco en
su afán de no dejar títere con cabeza, y el que solo se permitía, con mucho
riesgo, visitas esporádicas, clandestinas a España para… (mejor lo descubren en
la lectura) y como hicieron Ferrater Mora, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Luis
Buñuel en el rodaje de Viridiana, o el propio Aub. Fernando, el abuelo de Feliciano,
y al que dejo expresar esta impresión a través de uno de los personajes del
libro:
“-Pues así vivieron ellos el exilio, como una gran pérdida… ¿Sabes?,
hay algo que se les quedó adentro para siempre y que no pudieron resolver… Sin
embargo, para las segundas generaciones, la cosa pintaba distinta. Nos
sentíamos también de dos países pero no teníamos esa urgencia por ser
reconocidos, ni añoranza porque nosotros no hemos vivido en España. Aunque todo
lo español era muy familiar: nos educamos en colegios españoles, tuvimos
durante mucho tiempo la valija preparada para una vuelta inminente, odiábamos a
Franco como el primero de los refugiados… Y eso quizá nos marcó y nos provocó
cierto exilio dentro de la realidad mexicana. En parte somos de aquí, de allá y
de ningún lado. ¿Comprendes?”
Por último, solo añadir que, al
margen de la mayor o menor calidad de la narrativa de Pablo Aguayo de Hoyos,
del mayor o menor acierto en la brevedad del relato, hay que reconocer y
elogiar el compromiso de éste, su aportación y su cuidado a revolver el olvido,
su audacia y decisión por exponer su opinión y sentimiento, para que este tema
fundamental en nuestra convivencia y en nuestro sistema democrático, la memoria
histórica, mantenga su exigencia, interés y compromiso. Otra cosa quizás no,
pero el esfuerzo, la iniciativa, el trabajo y la responsabilidad en este “Un
traje nuevo para el abuelo”, que no es nada fácil, es algo que todos debemos
agradecer y premiar. Así que lean el libro.
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