Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 10 de octubre de 2016

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Los herederos de la tierra" de Ildefonso Falcones

“Ella conocía el rigor de la existencia, y sabía que las personas respondían más allá incluso de donde era previsible o de donde se pudiera sostener que era soportable, injusticias, palizas, violaciones, humillaciones… ¡crueldad!, y sin embargo la propia vida, instintivamente, se agarraba con tenacidad a la más mortecina de las luces”



Hace ya diez años, ocho en mi haber lector, de la publicación de “La catedral del mar” de Ildefonso Falcones, un auténtico best seller histórico, para ahora volver a la Barcelona medieval con “Los herederos de la tierra” (Grijalbo, 2016). Para mí ha sido un reencuentro solo entretenido, no tan a la altura de su novela predecesora; en el caos de la Barcelona feudal del siglo XIV, de la basílica de Santa Maria del Mar al hospital de la Santa Creu i Sant Pau, de las calles del barrio de la Ribera al Raval, y de la fajina de las Drassanes, de las atarazanas, con los bastaixos, a la construcción de barcos y, en especial, a las viñas y la elaboración del vino; una sociedad revuelta llena de injusticias permisivas e ilícitas, judíos y cristianos, conversos y moros, amos y esclavos… contrastes sociales absolutos, de un pueblo llano rendido y manipulable, de una nobleza corrupta y de mezquinos intereses. Y en este pasaje sobresale un hombre, Hugo Llor, o el héroe de la dignidad y el valor, de la lealtad y la lucha por la sobrevivencia, por los sueños. Una amena novela histórica, la que más de segunda parte de “La catedral del mar” habría que considerarla de transición a esta. Historia muy bien documentada y con un atractivo, al menos para mí, en torno a la actividad vitivinícola, el cultivo de la vid, su elaboración y comercio, no más.

“Barcelona, 1387. Las campanas de la iglesia de Santa María de la Mar siguen sonando para todos los habitantes del barrio de la Ribera, pero uno de ellos escucha su repique con especial atención... Hugo Llor, hijo de un marinero fallecido, a sus doce años trabaja en las atarazanas gracias a la generosidad de uno de los prohombres más apreciados de la ciudad: Arnau Estanyol.
Pero sus sueños juveniles de convertirse en constructor de barcos se darán de bruces contra una realidad dura y despiadada cuando la familia Puig, enemiga acérrima de su mentor, aproveche su posición ante el nuevo rey para ejecutar una venganza que llevaba años acariciando.
A partir de ese momento, la vida de Hugo oscila entre su lealtad a Bernat, amigo y único hijo de Arnau, y la necesidad de sobrevivir en una ciudad injusta con los pobres.
Obligado a abandonar el barrio de la Ribera, busca trabajo junto a Mahir, un judío que le enseña los secretos del mundo del vino. Con él, entre viñedos, cubas y alambiques, el muchacho descubre la pasión por la tierra al tiempo que conoce a Dolça, la hermosa sobrina del judío, que se convertirá en su primer amor. Pero este sentimiento, prohibido por las costumbres y por la religión, será el que le proporcionará los momentos más dulces y amargos de su juventud.
Y lo hace recreando una vez más a la perfección esa efervescente sociedad feudal, prisionera de una nobleza voluble y corrupta, y la lucha de un hombre por salir adelante sin sacrificar su dignidad”

“Los herederos de la Tierra”, como he dicho antes de la sinopsis, es más una continuación que la segunda parte de la “Catedral del mar”, de hecho arranca tres años después al fin de esta; en un capítulo donde aparecen personajes anteriores para dar paso a un nuevo protagonista, Hugo Llor, apegado con el personaje cardinal de la novela antecesora, el bastaixo Arnau Estanyol. Hugo es huérfano de padre, de un marinero que la mar se lo llevó, y que desde temprana edad sobrevive con padecimiento en esa Barcelona de finales del siglo XIV y principios del XV, o acaso la ingrata biografía del protagonista desde su niñez (1387) a la edad adulta (1423), en torno a las murallas romanas y el barrio del Raval, entre tierras y el mediterráneo. No cabe duda, y merece todo reconocimiento, la recreación minuciosa de la sociedad de la época efectuada por el autor; para mí la escena del asalto al barrio del Call, la judería barcelonesa, está descrita con una prolijidad a la que no es fácil olvidar su tragedia y muerte. Una sucesión de historias, leyendas, anécdotas… Barcelona, el reino de Aragón y Castilla, el cisma de los tres papas, la lucha por la sucesión del rey, (muy divertido, por poner un ejemplo, el “ingenio” utilizado para que el rey Martín engendrara un heredero) las artes y oficios libres, los judíos, corsarios, las guerras contra Italia… y no voy a eludir la creación del aguardiente (“aqua vitae”) para ser mezclado con el vino o bien solo.

A esta parte llamémosle histórica, no obstante, se entremete la existencia de Hugo Llor. No hay un argumento narrativo, una estructura definida; es decir: la historia o una sucesión, en momentos vertiginosa, de sucesos, hechos truculentos, desgraciados, donde los malos son los ricos, nobleza, clero, y los malos la gente humilde, los sufridores, víctimas de un rosario ingente de calamidades, torturas, violaciones… y a los que ni siquiera mitiga la cabida sensual del protagonista y de la que nos deja perlas aquí y allá, quizás para no hacer tan aburrida la narración o la disensión. Una proposición narrativa, estimo, terriblemente maniquea, de la que se contagia un ritmo esbozado a trompicones, con saltos imprevisibles de diversa intensidad, de los que algunos decaen en un relleno prescindible, pesado.

“-Por desgracia no, hija –se excusó Hugo por su parte- Ni la mía, tampoco. Ni la de él. –Señaló a Guerao-. Ni la de nadie. La única opinión que cuenta es la de los reyes y los poderosos. Nosotros solo somos sus peones, sus piezas”

Y en este maremágnum de acontecimientos, de contingencias contadas casi a vuela pluma, los personajes, bosquejados con una correcta caracterización o sin la profundización que se espera al menos de algunos, en un revuelo coral plegado a las exigencias existenciales de Hugo Llor, aparecen para hacer más digerible, más resolutiva la alternancia escrupulosa y antagónica entre los momentos llamémosle felices de éste con los momentos desgraciados. Las mujeres, en su mayoría sensuales y voluptuosas, acaparan la atención del argumento personal: Dolça, la malograda judía y primer amor de Hugo, Regina en su papel de “femme fatal”,
Caterina o la máxima expresión del amor en pareja, Mercé en la “hija” de Hugo y uno de los protagonistas mejor conseguidos junto con la fiel esclava mora Bartra. En los personajes masculinos es donde se observa con descaro estos saltos discursivos o narrativos: el judío Mahir del que esperábamos más por las expectativas que su personaje auspiciaba, o el “imposible” Bernat Estanyol, hijo de Arnau, al que podemos odiar y admirar con solo pasar de página. Y supongo que de Hugo Llor ya lo he dicho todo, alguien quien es capaz de resucitar de sus cenizas una y otra y otra vez… y menos mal que la novela tiene final. Un final, dicho sea de paso, ciertamente ñoño, previsible.

“Continuaba siendo una mujer grande y fuerte, aunque quizás su fortaleza no fuera física sino el simple reflejo de su tozudez”

Por otro lado, en un anecdotario al que no me resisto en eludir, por una parte “brindo” y elogio la parte descriptiva que realiza Falcones en torno a la fabricación del vino, el cultivo de las vides… Y por otra parte, con cierta tibieza que espero no sea entendida desde ese absurdo antagonismo auspiciado por la clase política entre Cataluña y España para emborronar temas de mayor calado existencial, resulta excesivamente notoria la predisposición catalana del escritor en detrimento, por ejemplo, del reino de Aragón y de Castilla. Desconozco, además, si la palabra “flirtear”, la que surge inopinadamente en un momento de la historia, era de uso medieval, aunque lo dudo. Y entre otras erratas, ya no sé si por error del escritor o por descuido editorial, algún “usted” que sustituye al “vos” más apropiado en este contexto histórico feudal.


Una novela histórica entretenida, la que se lee fácil, a la que sobran muchas páginas sobre aspectos dogmáticos o legales o profesionales, si bien la recreación del contexto histórico es brillante, y sea mérito del autor, y de agradecer, el de ser tan visual. Una sucesión de hechos, sucesos y accidentes que tienen por exigencia hacer que el lector no se aburra, adoleciendo de una organización precisa, pendiente de la dilucidación de las aventuras, de las venganzas y hasta de las historias de amor. No está a la altura de “La catedral del mar”, pero resulta animada. 

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