Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 8 de enero de 2017

EL SUEÑO DE LOS DÍAS



Tarde se fueron las Fiestas, y la noche trae el eco de los primeros e impostados bostezos de quienes despiertan ahora, o al menos eso creen o pretenden que se les crea; despiertan de su ingenua hibernacion, o de las fugas de desprecio y miedo, de su deseo de dormir, en un letargo rápido, amnésico, en la inconsciencia de que pasen estas fechas en un sueño plano y blanco como la cal de las casas. Este indemostrable desagrado, el supuesto de no gustar, de odiar la navidad, el fin de año, el nuevo, reyes magos, de estas Fiestas que dicen aquellos y excusados en las ausencias dolorosas, insustituibles, aunque igual de indemostrable la magnitud de su dolor, de los que no están y a los que se les echa en falta por la parte intrínseca, la propia, la que se llevaron con ellos; o por los vacíos interiores que, por comodidad o renuncia, llenaban solo quienes no están salvo si se les recuerda, los que colmaban con luz o esperanza sus fondos e incluso la arquitectura de determinados sueños; o porque cada vez son más inmunes a la sorpresa, al milagro, a la magia de las pequeñas cosas, a las cosquillas en el estómago, o a colorear esa morriña trémula, sobrevenida y dirigida a barrer las melancolías y dejar paso expedito a lo limpio, a lo inmediato y quizás inédito. Tarde se marcharon los reyes magos, anoche, o acaso jamás lo hicieran de no transformarse en esos pulidos hitos de piedra de la fotografía, cilíndricos bolardos en fila, tallados con las curvas imperecederas de las sonrisas y dichas que los merecen y los dejan vivir a través del recuerdo, de las efemérides recurrentes o de las tradiciones con las que se disfraza la añoranza del tiempo. Tiempo con sus lapsos convertidos en metáforas de los gruesos eslabones de una cadena perdida; o del vestigio, aún ajeno a la herrumbre, de la vigorosa argolla que la sostuvo, y la que en este momento suscribe una alianza, o una tregua, los esponsales de los sillares y los hierros, de lo arcaico y lo contemporáneo. Ya se fueron las Fiestas, y su memoria queda convertida en piedra, más o menos nostálgica, más o menos afligida, poco o muy oscura como el vano siempre abierto de la puerta renacentista de las Murallas, la de Carlos V, regia y dorada, por la que asoma la rutina triste con una postración de sus cien mil días desteñidos e insignificantes, entre sombras que reptan por la piedra como hiedras prendidas a la eternidad de un heroísmo oculto, disimulado. Tarde se fueron las Fiestas y ya queda menos para que vuelvan. Y con éstas el sueño de los días.

© F.J. Calvente 

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