Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 10 de enero de 2017

MISTERIOSO AMANECER RONDEÑO



Naves de procedencia desconocida surcaban la madrugada de Ronda. O eso insinuaba el cielo de esta invernal mañana de martes. La sutileza de unas formas nubosas e insólitas en un desfile procedente del horizonte herido, donde la alborada saludaba o suplicaba los buenos días tras un incendio conmovedor. Con una cadencia traspuesta, etérea, las aeronaves disfrazadas de nubes o nubes camufladas de deletéreos platillos volantes, de violáceos fuselajes rotos en su diámetro por una línea refulgente del mismo alba, la esencia carmesí, o acaso esos ovnis se nutrían del sangrado de las primeras luces en la energía indispensable para desplazarse por un fondo acerado y frío, parecían atraídos por las viejas farolas del Puente Nuevo, iguales los arabescos de sus hierros a los pajizos vapores desgajados por la escarcha, como si actuasen de luminosas balizas en su silencioso y misterioso sobrevuelo del abismo, el Tajo, todavía oscuro y tramado de hechicerías. Será por la delicadeza, por la liviandad de los ingenios espaciales que no provocaba en el observador consciente de su prodigio temor o al menos preocupación, únicamente el hermoso espectáculo de una acuarela futurista en un escenario legendario y añoso, jamás lejano. Quizás otra de las mágicas sorpresas desveladas o arrancadas del sueño de esta ciudad soñada y antes de que el fuego de la aurora se extinguiera tras un prolongado bostezo del vacío, de la garganta que exhalaba las cenizas del invierno y su imperio indiscutible y bárbaro. No. No era otra versión que escribiera H.G. Wells de su “Guerra de los Mundos”, o que interpretara un personaje famoso y reconocido por nuestra historia local, Orson Welles, en la adaptación radiofónica de la obra y del que llegaban algunas palabras desde su monumento en Blas Infante, sonriente Hemingway al lado: “Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado... ¡Espera un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del hoyo. Alguien... o algo. Puedo ver escudriñando desde ese hoyo negro dos discos luminosos... ¿Son ojos? Puede que sean una cara. Puede que sea...” Solo un amanecer de Ronda, uno de tantos y sobrecogedores por su fascinante belleza. ¿O tal vez naves de otros mundos que están en este, aquí en la ciudad, con nosotros?.

F.J. CALVENTE

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