“Siempre
he sabido que algún día volvería a estas calles para contar la historia del
hombre que perdió el alma y el nombre entre las sombras de aquella Barcelona
sumergida en el turbio sueño de un tiempo de cenizas y silencio”
Barcelona, 1957. La
librería de viejo o de lance en la calle de Santa Ana y propiedad de los
Sempere se abre a una Navidad que “en
aquellos años todavía conservaba cierto aire de magia y misterio”, tiempos
aún difíciles bajo el yugo franquista tras la Guerra Civil. Daniel Sempere,
casado con Beatriz Aguilar y ya con un hijo, Julián, pasa apacible su existencia
arrimado a su padre y con los propios altibajos según las ventas de la librería,
escuchando jazz o las noticias en Radio Barcelona y a la zaga de las
extravagantes conversaciones con su fiel amigo y compañero Fermín Romero de
Torres, quien entretanto prepara su boda con la Bernarda… En este ambiente
melancólico y hogareño hace su presencia un extraño personaje con un tema por
dilucidar o un ajuste de cuentas que saldar con Fermín, atajando una historia
maldita que rezuman los muros de la prisión del castillo de Montjuic, donde
junto a éstos también estuvo preso el escritor David Martín, protagonista de “El
Juego del Ángel”, todos sufriendo las iniquidades del director, Mauricio Valls;
el pasado o un dilatado y vivo flash back…
“La
única buena costumbre que él defendía era la de leer. El resto era asunto de
cada uno”
Prosigo la relectura de
la saga “El Cementerio de los Libros Olvidados” de Carlos Ruiz Zafón, con “El Prisionero
del Cielo” (Planeta, 2011). Zafón en estado puro, inmenso, sin desviarse ni una
pizca de su peculiar estilo; y es que reconocería a Zafón allí o allá donde
escribiera, por su compleja fantasía, los tonos oscuros de la atmósfera de sus
tramas, el costumbrismo y el humor, por su manera de describir, de visualizar,
por la construcción e identificación de sus personajes, sus diálogos, más ante
el regreso sensacional de Fermín Romero de Torres. Ni siquiera llegó a
decepcionarme en su primera lectura, hace seis años (ni mucho menos en estos instantes
que ya he empezado la cuarta y última parte del serial con “El Laberinto de los
Espíritus), una salvedad en relación a los dos libros anteriores, el de dejar
un final abierto. Esta relectura, como ya dije con “La Sombra del Viento”, me
está gustando más y dado que no es lo mismo leerse ahora los libros así de
corrido y no esperar al paso de tantos años entre uno y otro, y por lo que
muchos detalles se perdían, u olvidaban, extrayendo en estos momentos toda la
esencia a la historia y su construcción. De este “El Prisionero del Cielo”
estoy de acuerdo con su autor acerca de ser la más luminosa de las tres novelas,
eso sí, sin abandonar la ambientación gótica, oscura, sepia; relato que desvela
la clave de los anteriores. De hecho, si la segunda de las novelas, “El Juego
del Ángel”, era una precuela de “La Sombra del Viento”, esta es la secuela de
la primera, y en la que converge todo el entramado de secretos y misterios, los
hilos sueltos, y personajes de las obras previas como los Sempere, Fermín
Romero de Torres, David Martín, Fumero… con nuevos villanos y trenzadas otras
pasiones o desasosiegos del amor.
“Un
buen mentiroso sabe que la mentira más efectiva es siempre una verdad a la que
se le ha sustraído una pieza clave.”
“Barcelona, 1957. Daniel Sempere y su amigo
Fermín, los héroes de La Sombra del Viento, regresan de nuevo a la aventura
para afrontar el mayor desafío de sus vidas. Justo cuando todo empezaba a
sonreírles, un inquietante personaje visita la librería de Sempere y amenaza
con desvelar un terrible secreto que lleva enterrado dos décadas en la oscura
memoria de la ciudad. Al conocer la verdad, Daniel comprenderá que su destino
le arrastra inexorablemente a enfrentarse con la mayor de las sombras: la que
está creciendo en su interior. Rebosante de intriga y emoción, El Prisionero
del Cielo es una novela magistral donde los hilos de La Sombra del Viento y El
Juego del Ángel convergen a través del embrujo de la literatura y nos conduce
hacia el enigma que se oculta en el corazón del Cementerio de los Libros
Olvidados.”
De la novela gótica con
pinceladas humorísticas en “La Sombra del Viento”, y absolutamente gótica y
oscura en “El Juego del Ángel”, a “El Prisionero del Cielo” con su
costumbrismo, humor y trazos góticos en la narración correspondiente a la
prisión, e incluso con la intervención de Fumero y Valls como personificaciones
de una España de postguerra en blanco y negro, amordazada y resignada. No obstante,
el relato destaca por su viveza, por acentuar la simplicidad en beneficio de la
agilidad y el entretenimiento. El humor viene a refrescar, a pespuntear con su
ingenio los negros y tenebrosos pasajes (alguna carcajada, por ejemplo, con la
cacatúa a la que se le hizo cantar aquello de “Franco, cabrito, no se te levanta el pito”, o los “caganers” de
doña Carmen Polo). Esta comedia neorrealista con vocación gótica, llamémosle
así, el homenaje de Ruiz Zafón a la literatura popular del folletín, se lee de
manera ágil y rápida, absorbe la atención desde la primera página a la última,
sin respiro, a lo que contribuye su impecable estilo narrativo, sus cortos
capítulos, la menor extensión en comparación con las novelas precedentes, el
manejo de la acción y de los giros en una alternancia hábil entre la época
actual, años cincuenta del siglo pasado, con el pasado dos décadas antes.
“En
esta vida se perdona todo menos decir la verdad”
La reiteración,
necesaria, de lugares (la librería Sempere e hijos y en especial el Cementerio
de los Libros Olvidados) y de sus personajes afinadamente determinados (Daniel
Sempere, Bea, Isaac, Bernarda, Fumero… o los David Martín e Isabella más de “El
Juego del Ángel”… junto con los de nuevo cuño como el villano cuya “vida parecía encaminada a esa existencia
gris y amarga de los mediocres a quienes Dios, en su infinita crueldad, ha
bendecido con los delirios de grandeza y la soberbia de los titanes. Sin
embargo, la guerra había reescrito su destino al igual que el de tantos y su
suerte había cambiado cuando, en un trance a medio camino entre la casualidad y
el braguetazo, Mauricio Valls…”, Salgado, o los simpáticos Oswaldo Darío de
Motenssen o el profesor Alburquerque, o la entrañable Rociíto) y a destacar
siempre a Fermín Romero de Torres en su vuelta espectacular con todo su
repertorio de secretos, de anacrónicos caramelos Sugus, de experiencias y mucha
picaresca, de su lenguaje alambicado, incisivo, irónico, de galán de arrabal… “Un hombre que podía mear de pie y sin ayuda
era un hombre en condiciones de afrontar sus responsabilidades.” Un
personaje inolvidable al que se le da todo el protagonismo en esta novela al
reivindicado en “La Sombra del Viento” y de su ausencia en el ejemplar
posterior.
“Las
gentes con el alma pequeña siempre tratan de empequeñecer a los demás”
Personajes en torno a la
gran protagonista de la saga, Barcelona. Una ciudad en su versión más oscura, memorativa,
misteriosa, envuelta en los más tenebrosos ambientes, “Un cielo escarlata cubría una Barcelona negra y tramada de siluetas
oscuras y afiladas (…) A lo lejos, en lo alto de la montaña de Montjuic, el castillo
se alzaba oscuro como un ave espectral, escrutando la ciudad a sus pies,
expectante”. Una geografía, asimismo, sencilla, humilde, el Raval, el
puerto, con su tipismo del bar Almirall, Casa Leopoldo,… entretejida al fausto
de las grandes mansiones, de las zonas residenciales, aparte del itinerario
clásico y obligado por las Ramblas, el barrio gótico… Carlos Ruiz Zafón no la
recrea, sino hace de Barcelona un escenario singular y fascinante. En cierta
ocasión leí en una entrevista decir que su pretensión no era retratar a
Barcelona, que para eso ya lo habían hecho bastante bien Vázquez Montalbán, Eduardo
Mendoza o Marsé, sino presentar un lugar estilizado por el que se mueven sus
personajes con unas ropas concretas y con destinos propios.
“El
destino no hace visitas a domicilio, que hay que ir a por él”
En esta tercera entrega,
siquiera se hace más acentuada la actitud insumisa, libertaria o desconfiada del
autor contra cualquier sistema político o institucional, incluso religioso, “Yo en principio soy ateo. Aunque en realidad
tengo mucha fe”, manteniendo su apego por la mayoría humilde de la
sociedad, “Hay épocas y lugares en los
que no ser nadie es más honorable que ser alguien”, más en aquella realidad
de la postguerra, hipócrita, malévola, clasista y despótica.
“Nunca
hemos sido el de antes, sólo recordamos lo que nunca sucedió”
Un tanto de lo mismo, o
una extensión mayor, en cuanto a la exigida referencia al conflicto bélico y
fratricida de nuestra Guerra Civil. En sus páginas no existe ninguna
decantación o apoyo o afecto por ninguno de los bandos en litigio o guerra, por
encontrarse en ambos lo mejor y lo peor de su expresión. Fumero es un claro paradigma
de este sentimiento, un desalmado que militó en todos las banderías y haciendo
del sadismo su única patria, naturaleza e inclinación. “-Yo no soy de ningún bando –repuso Fermín-. Es más, las banderas me
parecen trapos de colores que huelen a rancio y me basta ver a cualquiera que
se envuelva en ellas y se le llene la boca de himnos, escudos y discursos para
que me entren cagarrinas. Siempre he pensado que el que siente mucho apego a un
rebaño es que tiene algo de borrego”.
“En
el fondo nadie es malo, sino que sólo tiene miedo”
“El Prisionero del Cielo”,
al igual que las obras anteriores, es un homenaje al libro, a la Literatura, la
única capaz de remediar o hacer soñar en color en un mundo en blanco y negro; desde
el mismo momento en el que se traspasan sus tapas y como si se franqueara la
puerta del mítico Cementerio de los Libros Olvidados, “el entramado de engranajes, poleas y palancas que controlaban la
cerradura del portón”, para perderse en las fábulas de las páginas, de las
letras. Y es también una deferencia a Dumas y a “El conde de Montecristo” … y
no cuento más.
“Loco
es el que se tiene por cuerdo y cree que los necios no son de su condición”
Otro libro imprescindible,
de acuerdo en que no de la calidad de las entregas anteriores, pero bastante entretenido,
fiel al estilo de Zafón y que nos trasporta, a través de su impecable prosa, a
sugerentes misterios y oscuras tramas, afectivas, con humor, y encantadoras. A Barcelona
y a una Literatura con mayúsculas.
“Descanse
ahora, amigo mío. Que el cielo puede esperar. Y el infierno le viene pequeño”
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