Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 23 de febrero de 2017

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Últimas tardes con Teresa" de Juan Marsé.

“Los Moreau fueron instantáneamente subyugados por el encanto de Ronda y del muchacho. El Tajo y el Puente Nuevo, la simpatía y los ojos negros de Manolo, la plaza de toros con su aire eclesiástico y la Casa del Rey Moro les retuvieron en la ciudad durante una semana”



De Ronda. Juan Marsé hace al protagonista de “Últimas tardes con Teresa” (Seix Barral, 1966/2016), el “Pijoaparte”, natural de Ronda, y aunque la historia esté ambientada, durante un año y tres meses, en Barcelona: “Manuel Reyes –puesto que tal es su verdadero nombre- era el segundo hijo de una hermosa mujer que durante años fregó los suelos del Palacio del marqués de Salvatierra, en Ronda, y que engendró y parió al niño siendo viuda. Su primera infancia, Manolo la compartió entre una casucha del barrio de “Las Peñas” y las lujosas dependencias del palacio del marqués, donde se pasaba las horas pegado a las faldas de su madre, de pie, inmóvil, dejando vagar la imaginación sobre las relucientes baldosas que ella fregaba”.

Aparte de esta anécdota, “Últimas tardes con Teresa”, escrita con la jugosa prosa de Juan Marsé, es una de las novelas indispensables de la literatura española, trasciende la segunda mitad del siglo XX de España donde se sitúa, (premio Biblioteca Breve de Novela 1965), y a Juan Marsé en uno de los autores españoles más importantes y, sin embargo, sin todo el reconocimiento que se merece. De hecho, este y otros escritores, por su calidad literaria, deberían estar en las quinielas, por encima de otros nominados y condescendidos, del Premio Nobel de Literatura. En fin… Esta reedición de Seix Barral de la célebre novela, con prólogos de Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán y el propio Marsé, incluye un apéndice con facsímiles de documentos y cartas, un testimonio valioso del genial andar del autor por la cerril frontera de lo permitido por la censura franquista, casi en un ejercicio continuo de funambulismo, y sobre todo una nueva oportunidad para deleitarse con una novela inolvidable. Una novela, aunque con tintes rosáceos, de un romanticismo singular, atesora un fondo muy realista y social, entrelazando la crítica social, irónica, con la ternura y sinceridad de la historia de un amor que en todo momento sabemos de término imposible y por las inercias entre dos mundos incompatibles: el de Teresa Serrat, niña bien de la burguesía empresarial catalana, y Manolo Reyes, El Pijoaparte, un “charnego” del Monte Carmelo, el barrio barcelonés de pobres y marginados, obreros, prostitutas, delincuentes…; aun así, Marsé envuelve al lector en una intriga que mantiene encendido el deseo de hacer posible la relación sentimental y la superación de la disensión de las dos realidades sociales.

“La desgracia se cierne a veces sobre uno sin que al parecer exista una causa concreta.”

“Ambientada en una Barcelona de claroscuros y contrastes, Últimas tardes con Teresa narra los amores de Pijoaparte, típico exponente de las clases más bajas marginadas cuya mayor aspiración es alcanzar prestigio social, y Teresa, una bella muchacha rubia, estudiante e hija de la alta burguesía catalana. Los personajes de esta novela a la vez romántica y sarcástica pertenecen ya, por derecho propio, a la galería de retratos que configuran toda una época. Hito de la literatura española contemporánea, esta obra consolidó internacionalmente el nombre de su autor.”

“Manolo la vio acercarse a él como si realmente fuese a su encuentro, buscándole sin conocerle, escribiendo su nombre a cada paso…”

Veinticinco capítulos desarrollados en tres partes, narrados de forma lineal o cronológica, a excepción de las precisas regresiones al pasado de los personajes y para entender hechos presentes  significativos del relato y acentuar con ello la perfecta caracterización de los mismos; escritos en tercera persona, si bien esta voz del narrador se sustente casi exclusivamente en la de su protagonista, “El Pijoaparte”, sin abandonar una perspectiva universal del contexto y de los hechos, y con monólogos intercalados en primera y alguna que otra escena relatada en segunda persona. Además, y de destacar, otros actos fruto de las fantasías de los personajes, de sus más profundos anhelos, y como si de una alegoría se tratase de una de las características de su protagonista principal. Personajes a través de los cuales se expresa magistralmente la barrera de los dos mundos antagónicos en una Barcelona próxima a los años 60 del siglo XX, y de cualquier otro lugar y tiempo, de la lucha y el sueño de trascenderlos, principalmente entre Manolo, Teresa, Luis y Maruja, y sin olvidar al “Cardenal” y a su sobrina “La Jeringa”, ésta que, al fin y al cabo, y precisamente por amor, sitúa los límites entre unos y otros, ajenos a apasionamientos y ensueños. No me gustaría desdeñar una apreciación personal, pues sentí indignación por unos fragmentos de la novela, obviando que la conducta reprobable era normal o permisible en la época y hasta en un tiempo muy reciente, concienciado del problema social de la violencia de género, acerca de la narrada expresión violenta, del menosprecio de Manolo a Maruja, la criada, que no sirve de excusa para su desesperación, desorientación o por no ser alguien que no será jamás, uno más entre los que él cree privilegiados y superiores.

“El sexo masculino está hecho de una materia mucho más cándida, soñadora y romántica de lo que ella creía. La actividad erótica puede ser a veces no solamente ese perverso y animal frotamiento de epidermis, sino también un torturado intento de dar alguna forma palpable a ciertos sueños, a ciertas promesas de la vida.”

Reiteró que lo mejor, la mayor riqueza y regalo de “Últimas tardes con Teresa” es su capacidad de reunir varias lecturas y sentidos en una, y todos complementarios. Asimismo, el derroche visual de la prosa de Marsé, un disfrute para el lector. En primer lugar, asistimos a una rigurosa y perfecta reproducción de los finales de los años 50 en Barcelona y su encaje en el contexto sociopolítico de la época, y por ende de cualquier época. La habilidad del autor de hilar junto a la ternura y lirismo de la historia romántica, la crítica inteligente hacia ese marco sociopolítico; incomparable su sátira a aquella acomodada izquierda intelectual del ambiente universitario, aquellos señoritos disfrazados de revolucionarios obreros desde la barrera de su inmunidad de clase e incluso de permitirse no creer en lo que pregonaban, con una carga intelectual hermosa pero vacía, de libros prohibidos, manifestaciones, poses, de presuntuosos lemas e ideales … En estos momentos de la reseña rememoro la escena de Teresa, la niña bien, que busca a Manolo, su novio bandido y macarra y por tanto exótico en la concreción de un idealismo falso, en su coche descapotable Floride por el barrio del Monte Carmelo… Imponderable su trasfondo crítico hacia la burguesía catalana, incluso sobre cierto aspecto clasista del “seny” o sentido catalán.

“¿Qué otra cosa podía esperarse de los jóvenes universitarios en aquel entonces si hasta los que decían servir a la verdadera causa cultural y democrática del país eran hombres que arrastrarían su adolescencia mítica hasta los cuarenta años?

Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, generoso y hasta premiado con futuro político, y todos como lo que eran: señoritos de mierda.”

No solo esta novela carga las tintas en la contraposición de mundos determinados por el dinero. “Últimas tardes con Teresa” es también una yuxtaposición entre razón y deseo, realidad y fantasía, aventura y conformismo: Teresa enamorada por la demostración de sus lecturas subversivas, proletarias, ensoñadas, en ese icono malogrado de Manolo Reyes, “El Pijoaparte”; y éste a su vez con su ansia de perseguir un sueño, su reivindicación, gracias a Teresa, de ser uno de aquellos “señoritos” cien por cien ricos y catalanes. La narración que se nutre de la realidad y de la ilusión, de la búsqueda de la belleza, sin ponderar que cuanto más elevado es el deseo más cruel puede ser la caída, un argumento propio de las historias de amor juveniles, de los sueños de una noche de verano…

“Y él la hizo callar con un nuevo beso, esta vez suavísimo, un roce apenas, ese abandonado, tierno beso de desagravio por el cual se afirma el propósito de enmienda de todos los pecados menos de aquel que se tiene intención de cometer inmediatamente”

“Últimas tardes con Teresa” es una novela indispensable, con un mensaje ajustable a cualquier tiempo, escrita con la detención propia de las creaciones más bellas, con una plasticidad y detalle impecable, incomparable, con un lenguaje del que solo un maestro de las letras podía realizar sin concesiones ni ambages, Juan Marsé.

“El melancólico embustero, el tenebroso hijo del barrio que en verano ronda la aventura tentadora, el perdidamente enamorado acompañante de la bella desconocida todavía no lo sabe, todavía el verano es un verde archipiélago. Cuelgan las brillantes espirales de las serpentinas desde balcones y faroles cuya luz amarillenta, más indiferente aún que las estrellas, cae en polvo extenuado sobre la gruesa alfombra de confeti que ha puesto la calle como un paisaje nevado. Una ligera brisa estremece el techo de papelitos y le arranca un rumor fresco de cañaveral.”


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