“Los
Moreau fueron instantáneamente subyugados por el encanto de Ronda y del
muchacho. El Tajo y el Puente Nuevo, la simpatía y los ojos negros de Manolo,
la plaza de toros con su aire eclesiástico y la Casa del Rey Moro les
retuvieron en la ciudad durante una semana”
De Ronda. Juan Marsé hace
al protagonista de “Últimas tardes con Teresa” (Seix Barral, 1966/2016), el “Pijoaparte”,
natural de Ronda, y aunque la historia esté ambientada,
durante un año y tres meses, en Barcelona: “Manuel
Reyes –puesto que tal es su verdadero nombre- era el segundo hijo de una
hermosa mujer que durante años fregó los suelos del Palacio del marqués de
Salvatierra, en Ronda, y que engendró y parió al niño siendo viuda. Su primera
infancia, Manolo la compartió entre una casucha del barrio de “Las Peñas” y las
lujosas dependencias del palacio del marqués, donde se pasaba las horas pegado
a las faldas de su madre, de pie, inmóvil, dejando vagar la imaginación sobre
las relucientes baldosas que ella fregaba”.
Aparte de esta anécdota,
“Últimas tardes con Teresa”, escrita con la jugosa prosa de Juan Marsé, es una de
las novelas indispensables de la literatura española, trasciende la segunda
mitad del siglo XX de España donde se sitúa, (premio Biblioteca Breve de Novela
1965), y a Juan Marsé en uno de los autores españoles más importantes y, sin
embargo, sin todo el reconocimiento que se merece. De hecho, este y otros escritores,
por su calidad literaria, deberían estar en las quinielas, por encima de otros
nominados y condescendidos, del Premio Nobel de Literatura. En fin… Esta
reedición de Seix Barral de la célebre novela, con prólogos de Pere Gimferrer,
Manuel Vázquez Montalbán y el propio Marsé, incluye un apéndice con facsímiles
de documentos y cartas, un testimonio valioso del genial andar del autor por la
cerril frontera de lo permitido por la censura franquista, casi en un ejercicio
continuo de funambulismo, y sobre todo una nueva oportunidad para deleitarse
con una novela inolvidable. Una novela, aunque con tintes rosáceos, de un
romanticismo singular, atesora un fondo muy realista y social, entrelazando la
crítica social, irónica, con la ternura y sinceridad de la historia de un amor que
en todo momento sabemos de término imposible y por las inercias entre dos
mundos incompatibles: el de Teresa Serrat, niña bien de la burguesía
empresarial catalana, y Manolo Reyes, El Pijoaparte, un “charnego” del Monte
Carmelo, el barrio barcelonés de pobres y marginados, obreros, prostitutas,
delincuentes…; aun así, Marsé envuelve al lector en una intriga que mantiene
encendido el deseo de hacer posible la relación sentimental y la superación de
la disensión de las dos realidades sociales.
“La
desgracia se cierne a veces sobre uno sin que al parecer exista una causa
concreta.”
“Ambientada en una
Barcelona de claroscuros y contrastes, Últimas tardes con Teresa narra los
amores de Pijoaparte, típico exponente de las clases más bajas marginadas cuya
mayor aspiración es alcanzar prestigio social, y Teresa, una bella muchacha
rubia, estudiante e hija de la alta burguesía catalana. Los personajes de esta
novela a la vez romántica y sarcástica pertenecen ya, por derecho propio, a la
galería de retratos que configuran toda una época. Hito de la literatura
española contemporánea, esta obra consolidó internacionalmente el nombre de su
autor.”
“Manolo
la vio acercarse a él como si realmente fuese a su encuentro, buscándole sin
conocerle, escribiendo su nombre a cada paso…”
Veinticinco capítulos desarrollados
en tres partes, narrados de forma lineal o cronológica, a excepción de las precisas
regresiones al pasado de los personajes y para entender hechos presentes significativos del relato y acentuar con ello la
perfecta caracterización de los mismos; escritos en tercera persona, si bien
esta voz del narrador se sustente casi exclusivamente en la de su protagonista,
“El Pijoaparte”, sin abandonar una perspectiva universal del contexto y de los
hechos, y con monólogos intercalados en primera y alguna que otra escena
relatada en segunda persona. Además, y de destacar, otros actos fruto de las
fantasías de los personajes, de sus más profundos anhelos, y como si de una
alegoría se tratase de una de las características de su protagonista principal.
Personajes a través de los cuales se expresa magistralmente la barrera de los
dos mundos antagónicos en una Barcelona próxima a los años 60 del siglo XX, y
de cualquier otro lugar y tiempo, de la lucha y el sueño de trascenderlos, principalmente
entre Manolo, Teresa, Luis y Maruja, y sin olvidar al “Cardenal” y a su sobrina
“La Jeringa”, ésta que, al fin y al cabo, y precisamente por amor, sitúa los
límites entre unos y otros, ajenos a apasionamientos y ensueños. No me gustaría
desdeñar una apreciación personal, pues sentí indignación por unos fragmentos
de la novela, obviando que la conducta reprobable era normal o permisible en la
época y hasta en un tiempo muy reciente, concienciado del problema social de la
violencia de género, acerca de la narrada expresión violenta, del menosprecio
de Manolo a Maruja, la criada, que no sirve de excusa para su desesperación,
desorientación o por no ser alguien que no será jamás, uno más entre los que él
cree privilegiados y superiores.
“El
sexo masculino está hecho de una materia mucho más cándida, soñadora y
romántica de lo que ella creía. La actividad erótica puede ser a veces no
solamente ese perverso y animal frotamiento de epidermis, sino también un
torturado intento de dar alguna forma palpable a ciertos sueños, a ciertas
promesas de la vida.”
Reiteró que lo mejor, la mayor
riqueza y regalo de “Últimas tardes con Teresa” es su capacidad de reunir
varias lecturas y sentidos en una, y todos complementarios. Asimismo, el
derroche visual de la prosa de Marsé, un disfrute para el lector. En primer
lugar, asistimos a una rigurosa y perfecta reproducción de los finales de los
años 50 en Barcelona y su encaje en el contexto sociopolítico de la época, y por
ende de cualquier época. La habilidad del autor de hilar junto a la ternura y
lirismo de la historia romántica, la crítica inteligente hacia ese marco
sociopolítico; incomparable su sátira a aquella acomodada izquierda intelectual
del ambiente universitario, aquellos señoritos disfrazados de revolucionarios
obreros desde la barrera de su inmunidad de clase e incluso de permitirse no
creer en lo que pregonaban, con una carga intelectual hermosa pero vacía, de
libros prohibidos, manifestaciones, poses, de presuntuosos lemas e ideales … En
estos momentos de la reseña rememoro la escena de Teresa, la niña bien, que
busca a Manolo, su novio bandido y macarra y por tanto exótico en la concreción
de un idealismo falso, en su coche descapotable Floride por el barrio del Monte
Carmelo… Imponderable su trasfondo crítico hacia la burguesía catalana, incluso
sobre cierto aspecto clasista del “seny” o sentido catalán.
“¿Qué
otra cosa podía esperarse de los jóvenes universitarios en aquel entonces si
hasta los que decían servir a la verdadera causa cultural y democrática del
país eran hombres que arrastrarían su adolescencia mítica hasta los cuarenta
años?
Con
el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como
imbéciles o como niños, alguno como sensato, generoso y hasta premiado con
futuro político, y todos como lo que eran: señoritos de mierda.”
No solo esta novela carga
las tintas en la contraposición de mundos determinados por el dinero. “Últimas
tardes con Teresa” es también una yuxtaposición entre razón y deseo, realidad y
fantasía, aventura y conformismo: Teresa enamorada por la demostración de sus
lecturas subversivas, proletarias, ensoñadas, en ese icono malogrado de Manolo
Reyes, “El Pijoaparte”; y éste a su vez con su ansia de perseguir un sueño, su
reivindicación, gracias a Teresa, de ser uno de aquellos “señoritos” cien por
cien ricos y catalanes. La narración que se nutre de la realidad y de la ilusión,
de la búsqueda de la belleza, sin ponderar que cuanto más elevado es el deseo
más cruel puede ser la caída, un argumento propio de las historias de amor
juveniles, de los sueños de una noche de verano…
“Y
él la hizo callar con un nuevo beso, esta vez suavísimo, un roce apenas, ese
abandonado, tierno beso de desagravio por el cual se afirma el propósito de
enmienda de todos los pecados menos de aquel que se tiene intención de cometer
inmediatamente”
“Últimas tardes con
Teresa” es una novela indispensable, con un mensaje ajustable a cualquier tiempo,
escrita con la detención propia de las creaciones más bellas, con una
plasticidad y detalle impecable, incomparable, con un lenguaje del que solo un
maestro de las letras podía realizar sin concesiones ni ambages, Juan Marsé.
“El
melancólico embustero, el tenebroso hijo del barrio que en verano ronda la
aventura tentadora, el perdidamente enamorado acompañante de la bella
desconocida todavía no lo sabe, todavía el verano es un verde archipiélago.
Cuelgan las brillantes espirales de las serpentinas desde balcones y faroles
cuya luz amarillenta, más indiferente aún que las estrellas, cae en polvo
extenuado sobre la gruesa alfombra de confeti que ha puesto la calle como un
paisaje nevado. Una ligera brisa estremece el techo de papelitos y le arranca
un rumor fresco de cañaveral.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario