Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 18 de marzo de 2017

IMÁGENES CON LETRA: "Invierno 34"

“… “Vamos, niña” y agarré con mayor fuerza su mano. Un momento. La miré con expectación, necesitaba saber de un argumento forzoso, perentorio: “¿Dónde está tu hermana?” “Cierra los ojos”, me respondió.” Allí estaba ella, la otra niña, la joven más hermosa. En mi calle, a lo mejor también la suya, San Francisco de Asís, dónde si no, pero esto me lo planteé mucho después, su afinidad, la pertenencia. El perfecto colofón al invierno, el más sublime ensayo de la primavera. Trascendencia. Y en especial, consciencia. Corría un rumor por el ambiente, como si el deslizamiento de la nieve se hiciera con susurros, con esos secreteos que abren las sorpresas, la magia invisible que forjan los sueños, con escarcha y niebla; como un poema de José Emilio Pacheco:


Al lugar que fue nuestro llega el invierno
y cruzan por el aire las bandadas que emigran.
Después renacerá la primavera,
revivirán las flores que sembraste.
Pero en cambio nosotros
ya nunca más veremos
la casa entre la niebla.


Existía una mescolanza pura, armoniosa, en la imagen, en su agraciada presencia, el color de la noche derramada en sus cabellos, en sus pestañas, los abismos sugerentes de sus ojos en los que siempre se espera que comiencen a titilar de un momento a otro una miríada de estrellas, el calor, la emoción de las pasiones sinceras, en el gorro de lana, en sus labios perfectos, en la curvatura elástica de una sonrisa que siempre será el arcano de la búsqueda, propia, mía, el de su risa serena, generosa, encantadora, el principio y fin de la existencia. Y aquel blanco imperante, caprichoso, difuminado ante una alborada, la de su belleza, como los velos trasparentes que atenúan la inmensidad de la memoria, el dolor de la nostalgia, la dúctil esperanza por lo incierto, e improbable, de este “Paisaje de Invierno”: “Donde el agua se espesa, -Basilio Sánchez- una palabra que se queda en los labios es un hilo de nieve” Luz. Confianza. Y ella. Y con ella su mensaje.


Para ver el universo en una promesa, tan etérea como el temblar de alas de una mariposa, una hoja que cae en otoño, los copos discretos en la noche, y la ilusión de la fe por existir, la joven niña sostenía el mundo mágico de la nevada entre las palmas de sus manos, en una gran bola de nieve en la que había modelado, con amor blanco, la música de mi niñez, con los tres acordes, el último tañido allí mismo, en nuestra calle, cristalizado en el infinito de su sonrisa, la helada reminiscencia de una risa eterna que reunía la vida y su alegría. Vivir la vida en serio.


“Ahora vuelve con ella, –me dijo con grave picardía, juntas posible- regresa con mi hermana. Abre los ojos. ¡Ya! No tienes todo el tiempo. Aquí te espero, os espero. Prometo no fallar con esta bola de nieve en tu cabezota. (Risa). Entiende y regresa con ella. La nieve, la vida espera”


Abrí los ojos. Recordé el mensaje. Siempre. Solo me quedaba confiar, efectuarlo. “Siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar al futuro”. Incluso Graham Greene me daba ánimos. La mano de la niña pequeña, en el calor de la mía. “Vamos”.

INVIERNO 34. Calle San Francisco de Asís. Ella. Barrio San Francisco. Ronda.


© F.J. Calvente.


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