Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 9 de abril de 2017

IMÁGENES CON LETRA: "Sonrío"

Y mientras más triste sea la historia, más fuerte debe ser la sonrisa. Gracias María. Y ahí estoy, ahí va, para contrarrestar texto y foto de ayer, o a la confusa interpretación de lo que fue un alarde poético para una disfuncionalidad instrumental, tecnológica, cacharros cortocircuitados, sin alcances ni negros fondos mayores o atormentados, ni ninguna gran pena, ni estar al borde de un precipitar por un precipicio, vacíos físicos que no merecieron sus honduras emocionales. Rumores infundados. Ahí estoy, ahí me veis, con una sonrisa, contento, como Jesús el nazareno en su entrada mesiánica y triunfalista en Jerusalén. Entono mi mea culpa, de acuerdo, por no haber sido más simple o por haber publicado aquello o hacerlo de tal manera; pero a lo hecho pecho, hecho está y no me arrepiento. Tampoco soy responsable de las suspicacias o las consideraciones vertidas así sin medida, agradezco por supuesto el apoyo sincero y el cariño sin aristas. Hoy, decía, sonrío, o curvo los labios en una sonrisa, algún fulgor en los ojos. Un lápiz y un papel. Unas letras escritas que no fueron estas. Una intención, un resultado que no es como ese contagio barojiano de los prejuicios que hacen creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles. No fue sobrecogedor por mucha tinta poética que puse en mi empeño de ayer, sino de una facilidad impostada que quizás desvele o matice en estos momentos. Luego abrí el balcon de mi casa, esa ventana por la que veo el discurrir geométrico del universo. Aguanté el fuerte viento de levante. Un viento incómodo, insoportable, presuntuoso; y hoy, en cambio, que también, con su fuerza capaz y meritoria de hacer volar, de permitir el sobrevuelo de los vacíos, de sostener la desesperación, indignación o hartura hirientes con fantasía y secreto. Levante que sacudía con curiosidad, con impaciencia, la cuartilla recién escrita, como el batir de alas de una polilla en torno a un vigoroso foco; y esa que entregué a su caótico resoplido de indignación, por su espera, por un mundo vertiginoso pero que enlentecía su sentido. Voló la hoja manuscrita, errática, hasta que la perdí de vista entre los árboles de la alameda; estos zarandeados, sacudidos, abofeteados por este alarido ventoso de primavera. De improviso sucumbí a un fugaz, raro e ingenuo arrepentimiento. Por esto de arrojar algo a la calle, a la vía pública, y para lo que no valían excusas o alegaciones por retóricas o metafísicas que acontecieran. Y ya me veía yo descubierto, denunciado, e imprecado por un munícipe y por mi capital y lesiva acción. El edil máximo en su máxima diligencia o rigor por salvaguardar el valor excepcional y mediático de la escoba. Un pleito transmitido por streaming o autovideo "sélfico" para las redes sociales y diferidas, solo o acompañado por pretorianos del servicio de limpieza,  en la que se me hacía culpable de ensuciar la calle, y de todos los destrozos, flagelos, derrumbes y crucifixiones en esta ciudad mancillada por el despecho mediocre anterior y pepero. Sacudi la chanza de la cabeza con un movimiento de esta. El levante me estremeció hasta la médula. Sonreí de nuevo. Quizás la desgracia tendría que afrontarse siempre con desvergüenza, con burla, y con la confianza de su fragilidad a poco de trascender sus causas. En fin, me vino bien el lápiz y la hoja arrancada de un cuaderno de mi hija, para garabatear unas letras que no eran estas redichas, enfáticas, tortuosas y obtusas. Recuerdos MP. Unas letras que solo eran una ridiculez, una burla, conste que para mi: "Tonto quien lo lea". Esto escribí. No pinté monigote que se precie. Sonrío. No me preocupa, ni me interesa, ni me considero un remedo de William James para pensar en las personas, muchas o pocas, las que asimismo puedan pensar lo que estén pensando y no hacen más que, a salvo los que de verdad me quieren, reordenar sus prejuicios. Y ahora me voy a ver, y a disfrutar, del desfile procesional del Prendimiento, antes lo hice con la Pollinica, y si soporto bien el frío que exhala el levante, en Armiñán a Gitanos. Mañana no sé cómo estaré. No lo escribiré. Seguro. Con Dios. 

© F.J. Calvente.


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