Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 25 de junio de 2017

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Carta de una desconocida" y "Leporella" de Stefan Zweig.

“A ti, que nunca me has conocido”



Decía Stefan Zweig: “Sólo un libro que se mantiene siempre, página tras página sobre su nivel y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento me proporciona un perfecto deleite. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro sobrecargados de descripciones superfluas, diálogos extensos y figuras secundarias inútiles, que les quitan tensión y les restan dinamismo" Y si además, añadiría yo, convierte un tema anodino, un tópico, en una narración atractiva, correcta e interesante, entonces al deleite de la lectura se sumaría la genialidad del escritor, en un ejercicio de ejemplar Literatura. Y es esta mi impresión deparada por la lectura de los dos relatos de Stefan Zweig, "Carta de una desconocida" y "Leporella", recogidos en este volumen de "Clásicos del siglo XX" (2004) de el diario El País.

“No me reconociste, ni entonces ni en ningún otro momento, nunca me has reconocido”.

El primero, y más extenso, de los relatos es "Carta de una desconocida", el que comienza con la frase que abre esta reseña. Como indica su título, trata y recoge la sensacional carta, y confesión dramática, que una mujer anónima escribe al borde de su muerte a un escritor famoso y mujeriego, M, del que siempre estuvo enamorada. En esta epístola, la mujer confiesa su silencioso y apasionado (obsesivo) amor, la entrega condicional según este, no recíproco pero siempre esperanzado durante toda su vida. Un relato soberbio, con el que se siente rabia, frustración y decepción a raudales, y una enorme empatía con la protagonista y autora de la historia, de la carta desgarradora, en la que cuando ya nada tiene solución, ni para el amor de una ni para la indiferencia del otro, queda la suspensión, el testimonio de una metáfora triste y bella en ese ramo de flores que el escritor ya jamás recibirá el día de su cumpleaños y que ella, disimuladamente, le enviaba para sentirse viva, visible y confiada.

“Para mi lo eras todo, toda mi vida. Todo existía sólo si tenía relación contigo, toda mi vida sólo tenía sentido si se vinculaba a ti. Transformaste toda mi existencia”

“Leporella” es el segundo relato, y sin ser extenso no por ello deja de tener la intensidad del primero. En este el protagonista es otra mujer, Crescenz, una criada tirolesa, basta, fría, nada agraciada que, sin posibilidad de sentir y dejarse llevar por cualquier emoción y menos pasión, incluso reír, le acontece el prodigio. “Así era aquella extraña criatura humana (tal como se la podría llamar, aunque lo humano sólo se manifestaba en su conducta de modo muy mortecino y desperdigado)”. Cuando sirve en la mansión de un atento y joven barón, F., con su rica y destemplada esposa, surge en la sirvienta una admiración extraña, abnegada y obsesiva en su servicio al señor, tanto que una fatal circunstancia incluye al miedo y a la fatal resignación en escena.

“Impasible, iba siempre atareada de la cocina al mercado y del mercado a la cocina, sin importarle en absoluto lo que ocurría al otro lado de ese círculo cercado por un muro”.

Intensos, magníficos, reconocidos los personajes de estos dos relatos tan definidos, trazados por la rica imaginación de Stefan Zweig y de su prodigiosa prosa. Dos personajes, dos mujeres, en torno a dos maneras quizás extremas de entender, de sentir el amor: una a través de la pasión ciega, y otra de la admiración abnegada. Un amor, un sentimiento que las hace vivir y que también las destruye. 

“Aún así, con una sola mirada fui capaz de absorber toda aquella atmósfera y tuve alimento para soñarte siempre, despierta y dormida”.

Al terminar el libro, uno siente aún el pensamiento puesto en sus páginas y sobrevolando la abstracción de unos conceptos, o de un concepto que constituye el motor de la vida, del universo. El amor. El amor y sus posibilidades. No hay nada más terrible que estar sola cuando estás rodeada de gente”, de la resignación, de la admiración, de la felicidad y de la tristeza, de la vida y de la muerte en vida... 
El amor y sus efectos extremos. Como esa sensación de amar y ser amado, de amar y de no ser correspondido, de dar y de recibir, de esperar, “

“En aquel único segundo quizá él se acercó más a la verdad que tú en toda tu vida”. 

Sensaciones a las que nadie es indiferente, en cualesquiera de sus formas o expresiones, de sus quimeras o pasiones, hermosas o desgarradoras. Memorable, pues, la aportación de Zweig en este aspecto. Y recomendable.

“Ese cofrecito tosco y pesado era todo su secreto, lo que daba sentido a su vida”.

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