Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 12 de junio de 2018

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "El cielo llora por mí" de Sergio Ramírez.


“-No me voy a poner a llorar -dijo Lord Dixon-. El cielo llora por mí.
-Te jodiste, ya dejó de llover -dijo el inspector Morales-.
-No importa -dijo Lord Dixon, y volvió a toser-. Es una figura literaria”



No había leído nada del galardonado con el Premio Cervantes 2017, el nicaragüense Sergio Ramírez, hasta que me decidí por su primera incursión en la novela policíaca, “El cielo llora por mí” (Alfaguara, 2008). Y me gustó el libro, me complació la narrativa de Sergio Ramírez, a pesar de su enredo argumental, cuesta esfuerzo seguir el hilo debido a su énfasis estilístico, por la variedad coloquial, el carácter local, por sus novedosos elementos o recursos expresivos, por la aparente anarquía secuencial, saltos de tiempo, universos personales, complejos y definidos, gravitando en torno a la trama principal…; con todo prevalece su poderosa escritura, nada lineal, nada displicente o encorsetada a modas o géneros, sin abandonar su razón, su objetivo, esta perfecta semblanza de la Nicaragua postrevolucionaria, con sus miserias y fortalezas… Una novela policiaca, sí, pero también un espejo de un tiempo, de una historia dura, complicada, interesante.

“En un trabajo como aquel, las iniciativas personales dejaban de tener dueño cuando pasaban a manos de los superiores, y a veces sólo merecían la categoría de insumos, con lo que quedaban disueltas en el anonimato”

“Asesinatos y narcotráfico, policías y cárteles. Nadie es inocente. El inspector Dolores Morales y el subdirector Bert Dixon, del Departamento de Narcóticos de la policía nicaragüense, investigan la desaparición de una mujer; las únicas pistas son un yate abandonado en la costa de Laguna de Perlas, un libro quemado y una camiseta ensangrentada (más tarde aparecerán una valija con cien mil dólares y un vestido de novia). Los detectives crean una insólita red de espionaje en la que participan por igual la DEA y doña Sofía, afanadora del Departamento de Policía. Las cosas se ponen candentes cuando ocurre una serie de asesinatos, entre ellos el del principal testigo, y queda claro que la misión es frustrar una reunión de los carteles más importantes de México, Nicaragua y Colombia, y capturar a El Mancebo, sobrino de los fundadores del cártel de Cali. Las fuerzas del bien son a veces las fuerzas del mal. En esta novela, Sergio Ramírez explora sus resquicios, por donde corre impetuosa la vida.”

Sergio Ramírez sabe de qué escribe, qué cuenta, qué transmite; no en vano tuvo su lucha, su ideal, su deber contra la dictadura somocista, su defensa de los derechos fundamentales, con su carrera política en la revolución sandinista, ocupando la vicepresidencia del primer gobierno, por lo que sus palabras, su panegírico de la realidad nicaragüense no es baladí; del retrato de un país desangrado por la corrupción institucional, por la presión de los cárteles de la droga, de una tierra de nadie en la que los antiguos revolucionarios, dentro del nuevo orden de las cosas, del gobierno, de una sociedad todavía abrumada, tan escasa de perspectivas, incluso desengañada, subsisten en la obligación y el anhelo. Y en este escenario, el escritor teje una historia, como la vida misma, trepidante, con intriga, violencia, sexo, humor, crítica social y política, sarcasmo, con unas descripciones soberbias, con unos diálogos coherentes, enlazando los medios urbanos y rurales, entre los escombros de la degradación, con un rol de investigación policial, sólido y de una intensidad y fuerza meritoria. Con unos personajes definidos, penetrantes, de entre los que destaca, además del inspector Dolores Morales, el antihéroe, el sobreviviente en una sociedad de derrumbes o en construcción, acaso al igual que las mismas letras de la historia, un ex guerrillero sandinista reconvertido en policía de la división antinarcóticos para continuar con su afán comprometido, con una pierna artificial, un ordenador casi inservible, un coche, un Lada caduco y un amor extraño,
Era el viento de la soledad, le había advertido Lord Dixon, que tampoco era casado; y junto a éste, de su adjunto Lord Dixon, Doña Sofía, limpiadora de la comisaría y de otras tareas importantes e incluso irresponsables por su gravedad. Un sorprendente relato en un imponente y paciente escenario, el de una “Managua enseñaba sus mismos precarios decorados. Muros pintarrajeados de consignas, bajareques en aglomeraciones sin concierto, recovecos, ripios, tabiques de catrinique y techos de asbesto, enjambres de alambres eléctricos que se podían tocar son sólo alzar la mano, cafetines de mesas derrengadas, una cueva en cuya boca oscura un tablón arrimado a la pared anunciaba impresiones-engargolados-fotocopias-tarjetas para celulares, el polvo de la calle que soplaba sobre las mesas de pino”.

“… los reales no deben servir para que se vean encima de uno, sino para volverlo a uno invisible, esa era la verdadera elegancia”

Un relato policial lleno de certezas, de una lucha firme contra el servilismo, la ruindad, la corrupción, la mentira, la violencia; en un gesto de esperanza por el que toda lucha, todo sacrificio, tenga un sentido, un compromiso. Una novela recomendable, con todo o con independencia de su diferencia, de su impecable diferencia.

“Se quedó dentro del vehículo, al abrigo de la cornisa, y en medio de la lluvia se sintió melancólico. Era algo que le ocurría desde niño. La sensación desvalida, y a la vez dichosa, de hallarse solo, arrullado por el ruido sostenido del aguacero mientras el mundo se borraba, perdiendo sus contornos”

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