“¿Cuál es el propósito de la posesión? —preguntó Karras con el ceño fruncido—. ¿Qué sentido tiene? —¿Quién lo sabe? —respondió Merrin—. ¿Quién puede tener la esperanza de saber? —Pensó un momento. Después continuó sondeando—: Pero yo creo que el objetivo del demonio no es el poseso, sino nosotros... los observadores... cada persona de esta casa. Y creo... creo que lo que quiere es que nos desesperemos, que rechacemos nuestra propia humanidad, Damien, que nos veamos, a la larga, como bestias, como esencialmente viles e inmundos, sin nobleza, horribles, indignos. Y tal vez ahí esté el centro de todo: en la indignidad. Porque yo pienso que el creer en Dios no tiene nada que ver con la razón, sino que, en última instancia, es una cuestión de amor, de aceptar la posibilidad de que Dios puede amarnos... Merrin”.
Esta escena, fotografiada desde la ventanilla de mi coche cuando pasaba por el mirador de la Virgen del Rocío en calle Jerez, por una cornisa del Tajo de Ronda abierta siempre a vistas únicas y a emociones de contar con su providencia, provocó, no sé si de manera inconsciente o prefijada por algo que me trascendía, que recordara el párrafo anterior del libro de William Peter Blatty, "El Exorcista".
¿En serio? Ver la silueta de la icónica Virgen del Rocío, enfrentada o antepuesta a un intenso crepúsculo como un infierno en llamas, fogoso y encarnado, e imaginarme un insospechado exorcismo aún a sabiendas de su resultado fallido. La efigie de la diosa, la que asimismo, en aquel crisol originario, antojaba transmutar su bronce o plomo en el oro alquímico, el "opus magnum" en su fase de "rubedo" tras el hallazgo, igualmente de malogrado coronamiento, de la piedra filosofal, acercaba y aludía a la blasfemia, la transgresión, el símbolo irreverente o alusivo, de esa lid ecuménica entre dios y el demonio, el bien y el mal y sin diferenciar cuál de estos arrimaban esa instrumental harina a su costal. Porque regresaba la impresión primera, y por mucho que me repetía en que no era mi batalla, el exorcismo crepuscular incidió en un efecto inverso, influenciado por el libro de Blatty y la película homónima de William Friedkin, moldeando a la propia estatua de la virgen negra del Rocío en el demonio sumerio Pazuzu, superpuesto al ocaso derramado desde el cerro o la medalla literaria de San Cristóbal.
Continué la marcha con el coche, tras tomar la fotografía y oír a unas ancianas sentadas y embebidas del vehemente panorama decir: es hora de la oración. Pero yo todavía estaba impregnado del incendio vespertino, conmovido, tan lejos, tal vez ignorando la posibilidad de que dios pudiera amarnos.
"EXORCISMO"
© F.J. Calvente.

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