«La felicidad no
existe, salvo algún que otro instante equivocado...», leo en la novela de
Ángela Becerra «Algún día, hoy». Desasgo la atención de la lectura para
reflexionar o interpretar el hormigueo en mi interior que ha dejado la frase,
su musiquilla palpitante, evocadora. Y miro sin mirar, como un singular icono
para la meditación, a esta nueva hoja que sigo enmarcando en el núcleo de esas
maderas de arabescos e inspiraciones extravagantes, y la que presidirá durante
un año el salón de mi hogar, una más, por supuesto, en otro otoño más y en el
que agradecidos estamos aquí, nos encontramos, aun con el regreso de una vieja
oscuridad que nos oprime el corazón y desangela el alma. La otra hoja, marchita
e invisible, cansada, escrita y reescrita infinidad de veces, casi se deshacía
al tacto, la devolvió mi hija al viento, a la calle, a la voluntad de un
destino vagamundo, al lugar de donde ligera vino y desaparecerá para siempre
arrastrando todos nuestros pesos, la voluntad hacia un cosmos familiar que
aguarda su decisión, bien de prórroga o de desafío. El relevo ha llegado con
esta nueva y todavía joven hoja, de derramado cromatismo, verde de esperanza, de
nervios fosilizados en oro, ocre de una huérfana madurez, y con todos los fríos
y calideces por presenciar y acoger. Ahí, en la alianza del espacio, del lugar
y el tiempo, con el presente y nosotros, en el tiro de una chimenea con los
próximos fuegos de la creación, en un fondo pintado de hojarasca yacida en la
tierra. El símbolo de la renovación, ritual o manía de un anhelo, del arcano
garante de la existencia, o inclusive el signo, la llave, dizque la nota, el
pentagrama de la música que tiene que armonizar a aquella, a la vida, como un
saludo de bienvenida de mano abierta a una realidad que espera se la viva con
sosiego y consciencia. La hoja de uno de los espigados y altos plataneros que,
en su caída de la alameda aledaña a mi casa, de San Francisco, acaso en uno de
esos momentos equivocados, llegó a mis manos, sin pasado, frágil, lobulada con
la geometría del hielo, con su presagio de invierno, la que, jugando con la
gravedad, encarnó mi búsqueda personal, la de su tácito silencio que no será
otro que el de unos instantes de mi felicidad.
“INSTANTE EQUIVOCADO”
© F.J. CALVENTE
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