“El mundo nos rompe
a todos, más después, algunos se vuelven fuertes en los lugares rotos.” Con
esta idea de Ernest Hemingway, hoy he vuelto a ver este panorama con los ojos
del alma, con los de un instinto inaugural o con los de esta escritura
retorcida de sentimiento. Ahí está la imagen para que ahora vosotros seáis
partícipes, para que advirtáis a qué se conoce, o qué se siente, por afinidad,
raíz, origen, el espejo que descubre quienes no somos y donde nos vemos y sobre
todo nos ven día a día los demás con alivio y contento. Vean: Se llama unión,
comunión, integración, o solo desleimiento, con esto, con todo. Y para mí, al
mismo tiempo, es un espacio liberador, porque aquí, lo demás y malo sobra. Un lugar
sorprendente, primario, de hondas y quebradas cañadas, de tajos cósmicos, recluido,
en la miscelánea cromática del paso tímido del otoño con sus ocres al invierno
con sus hielos, sigiloso. Blancos de cal y sinceros en sosiegos, unos más que
otros, los pueblos como puntadas de vértigo: A un lado, y próximo, Parauta, con
su inocente asomo; solo un testimonio en el otro lado, inapreciable en la
instantánea, de Cartajima, unas casas deslavazadas, al abrigo del laberinto
lítico; y al fondo Pujerra, la posibilidad, como un ánade remontando el vuelo
de un légamo cárdeno de hojas muertas y turbios rocíos, en un ensayo de las
montañas sedientas de aquellos cielos recónditos. Un lugar roto, este valle del
Genal, el Alto Genal, pero con las cisuras o fracturas que nos hacen, si no
fuertes, valientes por devolver, sin remordimientos, el soborno de la
existencia a cambio de indiferencia, molicie, de ruido al silencio, el saldo de
la contrariedad, como recurso, para no afectarnos un andar, un desarraigo de solitario
sin serlo, y herido, cuando en verdad no sabemos con quién estamos cuando
estamos en soledad, cuando es la herida la que nos cura, la que nos salva; de
un “quien no te conozca, que te compre”, con las treinta monedas rumorosas en
los bolsillos, sí, con la dádiva de una comodidad sin esfuerzos y somnolencia
atenta en un mañana que fue ayer. La visión, siempre, de un lugar roto que nos forja,
por suerte, fuertes en nuestra fragilidad, grandes donde no imperan los límites.
Un paisaje roto, pero no tan roto como el mundo nos rompe a todos. Un horizonte
teñido de redención.
“UN
LUGAR ROTO”
F.J.
Calvente ©
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