Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 12 de enero de 2021

"MUÑECA DE NIEVE"

 


Los ángeles caídos con nostalgia de muñecos de nieve… No sé… “Del año más maligno, nace el día más bonito.” O de como una nevada cambia la realidad. Pero, supongo que mi hija Inés no pensaba o sentía esto cuando decidió concebir a estos dos coquetos muñequitos de nieve. Fuese lo que fuese en lo que pensase o sintiese y que le empujó, primero, a acopiar la nieve extendida sobre el pretil de barros de un muro bajo e inclinado, y a modelar estas tiernas figuras después, lo único seguro es que tenía que ver con la belleza, con su idealización, de crear o de curar con un arte espontáneo y vital; motivada, estimulada, creíblemente, por un escenario donde todavía no está dicha la última palabra, la última imagen, contraluz o tornasol, curva o afilada geometría, la última cosa, el romance de un postrero milagro o el enigma que en la demanda de su búsqueda se escribe el destino de todos los destinos del mundo. En uno de estos lugares donde acaso, al sentir sin importarle el calor, la quemazón del hielo entre sus manos, también hilaría en aquello de “pinto flores (con nieve) para que así no mueran (o se derritan en lágrimas de una lluvia que se hizo piedra)”, sin afectarle que los paréntesis no fuesen de ella, de quien aparecerá en el siguiente párrafo, sino míos, con su lírica de los orígenes, con una magia hermética, los de un hechizo esparcido por ese Valle del Genal hondo e intrincado.

 

“¿Quiénes son?”, le dije a mi hija Inés. “Frida Kahlo”, me contestó. “Son dos, entonces serán Frida y Diego, ¿no?” “No, los dos son Frida”, zanjó y, con la vista sumida en uno de los muñecos o muñecas, conjeturé señalaba a uno o entrambos: “Te mereces un amante que te quiera despeinada, con todo y todas las razones que te hacen despertarte deprisa y los demonios que no te dejan dormir. Te mereces un amante que te haga sentir segura, que haga desaparecer el mundo si camina de tu mano... Te mereces un amante que se lleve las mentiras y te traiga esperanza, café y poesía.” Y a este polichinela de alientos de nevisca, con el otro silencioso, encubridor del sortilegio que le había insuflado la existencia, sea inanimada o tan perfecto su disimulo, contestarle con una mueca glacial de complicidad que aparentó urdirle más amplia la curva de su sonrisa: “Solía creer que era la persona más extraña del mundo, pero luego pensé entre tanta gente en el mundo debe haber alguien que se sienta como yo, estrafalaria y defectuosa. Me imagino que ella está ahí fuera pensando también en mí. Bueno, espero que si lees esto sepas que sí, que es verdad, estoy aquí y soy tan extraña como tú.” Frida o, para mí, uno o dos de esos ángeles caídos que por fin cuajaban su melancolía de ser unos muñecos de nieve.

 

Aunque por efecto de un voluntarioso sol, joven por el intervalo, frío, si bien con unas briznas de decisión que se abrían camino entre unas nubes que de tan sólidas parecían desplomarse de un soplo a otro del azul terso y claro, o incluso Linda al arrimar su curioso hocico para deshacer los ojos que no miran de uno de ellos y que miran los dos, o los tres, lo que nosotros no vemos, ya se hayan convertido en un lagrimeo donde, acaso, zozobren las ramitas, las florecillas, los guijarros, las piernas no porque los muñecos de nieve no tienen piernas, tampoco las tenía Frida o ya no podía andar, “pies para qué los quiero, si tengo alas para volar.” De acuerdo que no a la manera de esta frase de quien no sé: “Y el muñeco de nieve se acercó a la hoguera buscando calor, sin saber que a veces lo que más creemos necesitar es lo que más daño nos hace”, quebrantándola, tocando y enderezando sus extremos, cambiando su matiz o fábula, su interpretación; con esa voluntad mágica, la de un cuento que si tuviera final sería este feliz, sin invenciones, con cosquilleos, con un optimismo de luz y ecos entretenidos, como si al reír nos trajese la resonancia de una alegría del pasado y olvidada entre los escombros que va arrinconando la rutina. Frida o las dos Frida, heladas, con esa fragilidad líquida, curiosamente calladas, con las flores en la cabeza, los copos amoldados que aclaran sus bordados cromáticos, la ceja prominente como uno de esos tajos del terreno o un puente imaginario que una los abismos como una rima de color...; pronto derretidas, transfiguradas en lágrimas para retornar de nuevo al cielo, en un ángel que terminará, en su tentación de libertad, siendo un ángel caído.

 

Mi hija Inés ingenió los muñecos de nieve para que no muriera la excepcionalidad de la nevada tras una noche encantada. Erigió a una, a dos Frida Kahlo, escarchadas, expresivas, de las que ya sabía de antemano que no perdurarían; aun a sabiendas de que durarían en otra forma, en otro estado, en una pintura sospechada en sus trazos, o en estas letras que valen su recuerdo, su perpetuidad en el pequeño detalle, y en el silencio. “¿Quién les dio la verdad absoluta? Nada hay absoluto, todo cambia, todo se mueve, todo revoluciona, toda vuela y va” … Todo vuela y va… No todo se desdibuja, se olvida, se cicatriza, sin dolor, sin conocimiento, sin la causa de la herida… Todo cambia, y, con todo, hay que intentarlo, anhelarlo, insistirlo y buscarlo, con un “dame ilusión, esperanza, ganas de vivir y no me olvides.” Y cuando solo quede un rastro húmedo en las baldosas, con unas florecillas náufragas, con unas ramitas que abrazarán otras concepciones o quimeras… “¿Quién diría que las manchas viven y ayudan a vivir? Tinta, sangre, olor… ¿Qué haría yo sin lo absurdo y lo fugaz?”, todavía merecerían conmemorarse estos momentos, y en un lugar dotado de sustancia, energía, de vida…, con “tanta intensidad, tanto interés, que el problema es sólo saberla vivir.” Yo que soy tan fugaz, y tan absurdo, y tan alambicado como esos picachos eternos, agradezco los instantes, los pliegues, el engurruño adentro, la conmoción o esta intención que apuntala un querer vivir, ¿cómo?, sintiéndolo, o un Vivir con mayúscula, extrañando, así, en la fría quemazón de la belleza; o con el regreso de aquel niño asombrado al descubrir su primera nevada, la sonrisa por los copos que amasaba con sus manos y lanzaba o recibía de los amigos entre juegos por los jardines níveos de Las Imágenes, entre ilusiones que paraban el tiempo. Entonces ya no supe, si fue mi hija Inés o una o las dos muñecas de nieve, quien me guiño un ojo, y donde se refugió un resol de fantasía blanca, o era confianza.

 

 

MUÑECA DE NIEVE

F.J. Calvente ©

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