Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 4 de enero de 2021

"PARADA INESPERADA"



    Una parada en la carretera. Obligada no por una obligación que se ha hecho periódica por esos retruécanos de la rutina, por Cartajima, sino por una conjetura involuntaria y apremiada, excepcional. Una mirada al lado, admirada, agitada. Abrir la ventanilla del coche no facilita a acaparar una composición del lugar, o del poema en ciernes, o de la convulsión emocional, completa o con ese detalle requerido por un resorte anónimo y adentro; por esto hay que abrir la puerta y salir afuera. Un desarraigo feroz, y por contra con una veleidad que reclama algo, suyo, un reencuentro, como la dispersión de limaduras atraídas por la acción de un imán portentoso cuya señal está arriba, a la espalda, en la mítica Cancha Almola o Cerro Redondo. Un aire gélido. Hoy hace frío, uno de esos fríos, no solo por su persistencia en el ambiente, también porque resuena, despierta, con sus azotainas insospechadas y erráticas que se cuelan por cualquier vericueto o recodo, su rigor cuando más confiado se permanece, el temblor cuando no da opción a soportarlo; uno que endurece lo ya duro, curte lo curtido, atiranta la piel, parece desmoronar las orejas, aguijona los ojos, subraya la nariz, la médula de los huesos, cristaliza el agua, el tiempo, y postra el polvo en su prisión de tierra y espera. No en vano es invierno. Invierno. Hálito que arranca unos escalofríos como aquellos otros y recientes soplos que aterieron y estremecieron los castaños allá, cercanos y con esa belleza de la distancia, poblando el valle del Genal, despojándolos de sus hojas; de lo más frágil, lo más liviano, lo más ingrávido, en un vuelo, en un precipitar silencioso y quedo a la tierra, de donde todo procede y adonde termina, dejando una alfombra de oros deslucidos, de unos veneros de cobres por los que se arrastran nostalgias de perdición o nostalgias perdidas y jamás recuperadas en estos horizontes ocres de oportunidad y confianza. Uno de estos fríos en esta interrupción inesperada, de la detención en un camino siempre demorado, de un sinuoso bocado agraviado a la vertiente montañosa, estrecho y mareante, ensortijado y recóndito. Frescor tal vez responsable, de la pausa ambiental seguro, de una parte, infinitesimal mas definitiva, en la modelación, en el entalle de este paraje quimérico, de estas inquietantes arrugas, de estos pliegues serranos caóticos pero que mantienen un orden que sobrepasa a entendimientos, a límites y aprehensiones. Sucede entonces en una pendiente, que baja, y en una pendiente, que sube, … y emboscan, confrontan, unas y otras, a uves mayúsculas, vulvas pedregosas ancestrales, desafiantes y extraordinarias, de bajíos abruptos por los que, en intervalos de tempestad, corren y ahondan furiosos los arroyos, y de alturas por las que las rapaces sobrevuelan un miedo ajeno en libertad o un respeto del que se consideran deudas. Acaso sea una parábola escabrosa del significado de la vida, con sus contratiempos e instantes de felicidad, de bajadas y subidas, estrecheces y desahogos, de fondos y cielos… Y en ese punto de silencio, en ese regazo de equilibrio, el pequeño detalle o asomo blanco de cal y placidez, de un vértigo aplazado, el del entramado morisco de Parauta, para luego alzarse y caer, alzarse y caer… la montaña, tenaz, la Sierra del Oreganal; y a un cielo bajo de granitos, grises y sutiles, que ocultan Sierra Hidalga, Blanquilla, Sierra de las Nieves, a un más allá dudoso. Hace frío, y mucho más frío en este abrigo donde no hay nada que arrope, ahora, ya no a unas conquistas y cuitas cotidianas, de la fugacidad y fragilidad en este despliegue natural y visceral, de la soledad rota en el concierto del universo y donde, con todo, se siente la vida, un estar vivos y aun así quietos, y con frío.

 

PARADA INESPERADA

© F.J. CALVENTE.

No hay comentarios:

Publicar un comentario