Media tarde ya de este día de San Valentín. Noche. Momento de aligerar el pensamiento con letras. Sí, ese de la imagen es San Valentín, y, viéndolo de tal guisa, feo, agrio, frío y circunspecto, de ceño fruncido, estrábico y de mano amanerada, no se explica que hoy y todos los 14 de febrero lo glorifiquen como el símbolo por antonomasia del amor o de quienes creen estar enamorados. Un Valentinus o Valentín santificado por la iglesia cristiana, apostólica y romana, sea éste quien sea o quien fuese, es decir: médico romano y enamorado de su juramento hipocrático, y vete a saber si prendado de enfermera o enfermero y de una tragedia que asentó este mito o mejor épica jabonosa de humores y palpitaciones, dolores y garbos; o uno u otro obispo de la época más añeja que, para estos, fue el inicio de su ecumenismo infalible, y quien tuvo que ser mártir pues de lo contrario no valía la epopeya; y, uno u otro, enamorado acaso de la abstracción absoluta que lo legitimaba, o transgrediendo votos y castidades, visto lo visto en su historia más negra y execrable, con algún mancebo o manceba o ese crimen de profanar los esfínteres más núbiles e impúberes. Y, sin embargo, a San Valentín esto del día de los enamorados, al Corte Inglés indudablemente no, por su hagiografía, tenía que importarle estas zarandajas un carajo y al no haber vínculo activo o pasivo con esta conmemoración de las flechas lanzadas por Cupido. De hecho, habría que preguntar al primero, al más masca de los santos varones de la cristiandad, al pontífice San Gelasio I, el papa n.º 49 de la iglesia católica, allá por los inaugurales siglos después de su mentor celestial, finales del V, como urdidor de esta festividad de los flechados con cariños.
Los romanos celebraban
una fiesta de fertilidad conocida por Las Lupercales, en honor al dios Fauno o
Lupercus, dios silvestre que fomentaba la fecundidad de los campos,
protegiéndolos contra toda catástrofe, alegoría de las fuerzas generativas, de
ahí en su iconografía las ramas de mirto con las que golpeaba a su amante,
sadomasoquismo en estado puro. Bien, en estos festejos previos a la primavera,
sus participantes, desnudos, se entregaban a otra bacanal salvaje de sexo y
embriaguez, todavía no existía el rocanrol. Y así hasta que llega el susodicho
Gelasio que, con cruz en ristre y exorcismos varios, declaró al alboroto como
una “execración, crimen público e instrumento de perversión” contra la moral
cristiana, decidiendo, no abolirla por estar esta conmemoración del amor más salvaje
firmemente arraigada en el pueblo, transformarla en otra y desnaturalizada celebración
maniatada por el casto dogma eclesial; trasladando la celebración del 15 de
febrero a un día antes, 14, coincidiendo con el martirio y muerte de Valentín, médico
u obispo o ambos.
Y tras la leyenda,
permítanme si no ya para hoy, para lo que queda de embelesos o disimulos en
homenaje al Valentín aquel, para años venideros, un truco y una reflexión:
"El truco es
volverse fuerte de corazón sin perder la ternura del alma", respaldando a Julio
Cortázar.
Y la reflexión de
manos, o en palabras, de Carlos Ruiz Zafón: “En el momento en que te paras a
pensar si quieres a alguien, ya has dejado de quererle para siempre.”
Pues eso: Las flores
se marchitan, el chocolate engorda, los globos revientan, el mes que viene el
Corte Inglés te pasa la cuenta, y mañana tienes que revalidar el enamoramiento,
la amistad, o bien quitarte la máscara o resignarte a llevarla puesta.
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