Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 13 de abril de 2021

"FRAGUA EN EL HORIZONTE"

 


El atardecer instaló su fragua en el horizonte, arriba, en el cielo, a esa escasa distancia de la tierra, de la piedra, de la cotidianidad, como si estableciera un vínculo de proximidad o continuidad, de normalidad, una causa, un efecto, un sólido reflejo…; con su vivo colorido de las llamas, su voluptuosa ligereza y su bella expectación, su imprevisto ingenio. El silencio del yunque, donde herradores invisibles moldeaban el metal del tiempo, de uno de sus momentos, espontáneos, o así de creíble lo presentaban y cerraban en falso o con sortilegio. Solo la pantalla, la callada liviandad de unas nubes de algodón, conglomeradas, matizadas con el reverbero del incendio de su interior, el de la fragua, de las brasas palpitantes en su núcleo precipitado, e intenso; donde el agua vaporizada por el templar del plomo del invierno, o de su recuerdo, una y otra vez, se cristalizara para siempre en un instante, como si se materializasen en las rocas primigenias y prendiera el tornasol en ese visto y no visto en el espejo de la tarde.

 

Sucedía que el crepúsculo fundía, con perfección inédita, ensayaba este comienzo que no termina, y así de formal, de la primavera; sí, todavía, y lo que queda, con suerte y vicisitud, de repente, con la fugaz mudanza entre la gris borrasca, de lluvias, relámpagos y estrépitos, y de seguido un sol justiciero. Más en abril. La fragilidad requiere de cuidado, la alteración por los tanteos, la sorpresa, y conmoción, o desapego, un barajar sorprendente de los distintos palos del clima, o el asombro atemperado con el fuego de la confianza por un nuevo estreno, u otro ayer reiterado, nada que no se lleve el levante, el viento, nada que no sea un retorno cíclico, de lo esperado. Estas fracturas hermosas de la persistencia, del tiempo. Un espectáculo maravilloso, para aprovecharlo, o no; y cuando solo era cuestión de llenarse con la visión, y no mirar para un lado rutinario, cabizbajo, inconsciente e inconsecuente a lo que altera, aletargado, a lo que adentro remueve y verdadero. Para luego cerrar los ojos, en los primeros, héroes o soñadores con la eternidad del nimio intervalo, a retenerlo, quizás ante la inminencia de la noche, de la oscuridad y la negación; o insistir en imprimir a voluntad la imagen en las retinas, y de ahí al corazón. La impregnación firme para vestir, forjar la evocación, y acudir a esta cuando regresaran las grisuras y las sombras, la monotonía sin color, la cómoda resignación, sin sobresaltos, la rasgadura por la inesperada lápida del firmamento, con el primer trueno, uno de la también inesperada tormenta. Hoy y acaso mañana. Luego sol y buen tiempo. Primavera.

 

 

“FRAGUA EN EL HORIZONTE”

F.J. Calvente ©

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