Y así me dijo la cabra... La cabra o el macho cabrío, el animal o el símbolo, la cabra sabática de Eliphas Lévi, o el baphomet de los templarios, un demonio o el mismísimo Luzbel en el aquelarre secreto, o un figurante en uno de los decorados de una misa negra de Anton LaVey, o solo uno de los animales de Diego, el pastor de "Las Aguzaderas". Este, el rumiante ovino de retorcidos cuernos y barba de sabio, que, junto a los otros y gregarios del rebaño, regresaban o marchaban al pasto o de las ordeñadoras mecánicas. Y así, asomada a los barrotes de la ventana del corral, la cabra me dijo con su habitual sonrisa sarcástica: "No vayas a creer que soy yo la que está en una cárcel o, por las circunstancias de más arriba, en el infierno o en uno de sus prolegómenos. Estoy aquí y solo me limito a sobrevivir, no necesito más, lo que no es poco. Ahora, por favor, observa a tu alrededor, mírate y mira entre los de tu género llamado humano, y dime cuántos están en una cárcel, cuántos en el infierno, muchos, demasiados; tan pertrechados por el qué dirán, tan dependientes del juicio de los otros, de los demás... ¡Qué triste condena! ¿Verdad? Por cierto, perdona por no dirigirte la mirada."
"La cabra"
F.J. Calvente ©
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