Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 11 de junio de 2021

"OTRA OPORTUNIDAD"

 


Irrumpió ese instante en el que la realidad, la noche desplomada en la calle, la hora, las irritantes ausencias, jaleaban a la imaginación a entrar a saco para transformar, moldear lo cotidiano en un escenario de fantasía, de posibilidades desconocidas. Aristas de luz, como la escarcha en un cuento de navidad, sajaban la grisura de un camino por el que entonces nada ni nadie transitaban. Raro. La honestidad de la cal fugándose del trasfondo negro de donde se infería, con sospechosa garantía, surgiría lo insólito. Incluso un denso silencio, tangible como un mazacote de húmeda arcilla, extraño a esas horas en el centro de la ciudad, pactaba, o servía de instrumento, para que la imaginación formulase a capricho la aventura o un sueño de ojos entornados o un sortilegio sin tiempo o un milagro breve y rutinario, una falla en un mundo cansado; como si cogiese esas dos luces con sus filos tajantes, naranja del farol y esperanza del negocio, para balizar los límites en los que consumar la quimera o un aliento fresco por inesperado. En el teatro, al lado, se escenificaba Cabaret.

 

Nada sucedió, sin embargo, pues el momento, la calle, la normalidad, las fachadas reflejando el marfil de las farolas, el quemado horizonte donde la noche se hacía más noche, enlutada de renacimiento, … todo con su matiz sugerente, por supuesto, especial, permaneció intratable o quizás fuese inalterable, a pesar de aquella sensación de irrealidad, de presagio por la manifestación de un suceso extraordinario. Uno de los coches con su excesiva velocidad, de bronco escape de tos tras cada aceleración y frenada, molesto y temerario, exhibía su impunidad por la otra artería inmediata como para certificar lo acostumbrado. Los vítores de jóvenes amalgamados en una terraza de bar o heladería o pub o antro al paso del auto, junto al paseo más hermoso del universo, el de la Alameda del Tajo, que a espaldas a esta, siempre, quizás temerosos de elevadas magnitudes que los ofendía, los menoscababa, a ellos y a sus circunstancias, bien parecían adornos en una pasarela de vanidades, seguros igualmente por todo menos de ellos mismos y al residuo que dejaban en un debe del destino y en un sentido sin sentido del presente de unos días futuros.

 

Tras un hondo suspiro, más de agradecimiento que de decepción, y cuando se imponía la vuelta a casa o a ninguna parte, al abandono del espacio y de la sensación vibrante, él apareció no se supo de dónde, alterando con su presencia las sombras y las dudas, la fractura de este rato. Un toque en la ventanilla del auto. Un toque en el hombro con un frío inusitado. No más, y cercano. Un anciano que todavía no había nacido, dijo con un dejo de melancolía que pareció proceder de muy lejos: “Siempre habrá otra oportunidad”. Y dicho esto, desapareció por ensalmo. Girar la cabeza y aquel no estaba, o acaso jamás había estado, ya se había ido. Quedó la fotografía, esa, y estas letras.

 

 

 

“OTRA OPORTUNIDAD”

© F.J. Calvente

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