Ventanas que jamás
deberían estar cerradas. O bien ventanas que nunca compensan su presencia, por
lo que ofrecen y a la vez por lo que distancian, aíslan, con sus transparencias carcelarias.
No tendrían que estar ahí, o allá; porque eso supone la existencia de un
artificio, una edificación, una pared, un parapeto, un afirmar la mirada en las
luces reflejas, el baile de sombras del fondo encalado de la cueva, unas
escaleras cabizbajas, frente a la caja tonta, un refugio disfrazado, una
exclusión y una selección, una reserva… Ya que la Belleza, aun soñada, emotiva,
no puede ceñirse a lo propio, o a lo común y desafecto, y recurrido por lo momentáneo,
por su excepcionalidad y sedición. La Belleza no vale ajustarse al marco de una
ventana insolente e innecesaria.
“Ventana innecesaria”
F.J. Calvente ©
(Al bajar por una escalera del Centro de Salud Ronda Sur, en #Ronda, y allí, la ventana.)
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