El jueves pasado, jueves de Feria, fiesta local en Ronda y así como oficioso "Día de Ronda" en la Costa del Sol, desde la Playa 'El Rodeito', la 'Cañada' y hasta el 'Plaza Mayor', paré no sé porqué en calle Virgen de la Paz y de aquella manera atenta observé la compostura de una de las portadas de Feria. Algo ya pensé, y sentí, y me movió a escribir mi experiencia o sensación o acaso epifanía. Y ayer, mirando sin mirar las redes sociales, tropecé y me espabilé con las noticias de la entrega por parte de la Real Maestranza de Caballería de Ronda de su ‘medalla institucional’, en el salón biblioteca de la añosa institución (¡Cómo chirría el lugar con el acto!), al matador “Morante de la Puebla”, por su “aportación al arte de la tauromaquia y su consolidada trayectoria como una de las figuras más influyentes del toreo contemporáneo”; e imaginé el símil de un homenaje a un pistolero del western u oeste por el número de muescas en la culata de su arma. Sonreí a otra molesta estridencia con las palabras del ‘ilustre e ilustrado’ espada: “Yo soy un torero que no he tenido espejos (,) siempre he tenido por bandera los sentimientos”. Sentimientos, vale. Casi se me saltaron las lágrimas por la risa cuando el director del ABC de Sevilla, de cuyo nombre no logro acordarme, lo comparó a Don Quijote, “Quijote de la Tauromaquia”, adujo solemne; y mi carcajada expresó si no lo era por su locura. A continuación observé aquí y allá las fotos de la ceremonia, y no me extrañó el gesto orgásmico, sáfico, de los políticos y munícipes presentes, concejales todos de ayer y hoy, especialmente en los de la ‘derecha’, ya que por los de la ‘izquierda’, sin condescendencia por el evento o por su frivolidad farandulesca, más en unas o por una que por el resto, no sentí decepción, sino pena, pena por sus instantáneas junto al diestro ultraderechista que no disimulaba su incomodidad o sarpullido ante aquellos presuntos ‘rojillos’ tan orgullosos y satisfechos como si posaran junto al Presidente Sánchez o en sepia con Felipe González, da igual. ¡Cuánta lejanía ideológica, mía, también desafecta cercanía, y, puesto en contexto, acaso sentimental! Gracias, justo, a los otros de la ‘izquierda’ por mantener y mantenerse con dignidad y principios. Gracias. Pues decía, venciendo a cierta molicie por las bobas críticas que como en tramas anteriores indefectiblemente llegarían y a las que soportaría con más paciencia que el santo Job, comencé a poner por escrito lo que, ante la portada de Feria, fue un barrunto, inspiración o revelación sobre determinado aspecto, aire o reflexión de la Feria dedicada a un prehistórico matador de toros, Pedro Romero, del que me resisto a llamarlo leyenda, solo historia. Historia negra.
En algo afín a mi opinión o tal vez ensayo sobre los carteles de la Feria de Ronda de hace dos años, ahora circunscritos al propio cartel de feria y fundamentalmente en la composición de la portada en calle la Bola, en el "Centro", puerta a la llamada "Feria de Día" cuando no hay Feria de Día o ahí en el "centro" del pueblo. En algo afín, pues, a esa otra "conjetura o sensación de las que acaso no tengan nada que ver con lo que anuncian o alientan los rótulos, de la Feria en sí y de los encarnizados espectáculos de maltrato y muerte despiadada del animal, la Goyesca, sino por un mensaje o alteración sibilina, sutil, de un simbolismo y por tanto de una expresión inequívoca y certera. La obra de arte, cualesquiera, encierra un mensaje que escapa a la palabra, a lo que en la superficie muestra, algo legible, un enigma, una epifanía, que se hacen entendibles y que tienen su consecuencia más en el alma que en el intelecto, en la conciencia; un doblez, una lectura entre líneas, una escena dentro de la escena, otro significado al aparente o circunstancial; esto que transforma, educa y sensibiliza, consigue ampliar la consciencia, de una cultura que vive y no muere, de una mejor preparación y cariz en la existencia, de hacer a las personas más sensibles, solidarias, empáticas, humanas en definitiva.”
Por tanto, sin entrar a saco en esta Feria sin Goyesca, en esta Fiesta sin "fiesta nacional", carnicera y abominable, en esto que más que singular Goyesca, o referido a ediciones únicas y anuales, por la reiteración de su Presidenta y Damas Goyescas al cubo o enésimo absurdo hasta que haya corrida y lucimiento y enjuague para propiciar el relevo u otra elección frívola, rancia y machista, (ojalá ellas repitan indefinidamente allá en sus solios aparentes, de estética, carroza de calabaza y tramoya, señal de no haber holocaustos tauricidas. ¡Olé!), más se asemeja a un "Día de la marmota", a esa película, 'Groundhog Day', de 1993 dirigida por Harold Ramis y protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell, donde aquel interpreta a un arrogante meteorólogo televisivo que, mientras cubre el evento anual del Día de la Marmota en Punxsutawney, Pensilvania, queda atrapado en un bucle temporal, lo que le obliga a repetir el mismo día una y otra vez. Goyesca o el Día de la marmota. Curioso. Gracioso. Ni entrar, además, en recalcitrantes peloteras con los fanáticos taurinos que como vampiros sedientos de sangre, blísteres vacíos de antipsicóticos y antidepresivos, se atreven incluso a exigir, amenazar y reclamar a los dueños de un edificio que no es público, la plaza de toros, cierto perjuicio y resarcimiento, suyos, a su enferma necesidad por la ausencia de los sádicos festejos taurinos y todo por un “quítame de allá esas pajas” por un ineludible problema arquitectónico y de seguridad en el inmueble o sangriento circo; en un atropello inconcebible y rozando en su violencia y desequilibrio, llamémosle de allanamiento verbal de propiedad ajena o privada, a la Real Maestranza de Caballería, aquella, de lo que no es del Ayuntamiento absolutista de Marippá o del mediático exmatarife y concesionario del ruedo y venido a menos de esas sagas de 'egregios' matanceros en serie. Tremendo.
Ni quiero ni voy a entrar, igualmente, en críticas ni juicios de estilismo o técnica de las obras referidas, cartel y portada. Son las que son, y punto. Trabajos realizados por... una arquitecta, sí, por Noelia Nuñez Román. Aun teniendo que reconocer mi satisfacción cuando vi por primera vez el cartel de Feria, al que supuse el dibujo ganador de un certamen de pintura escolar sobre las fiestas y del que, aunque desconociéndolo, aplaudí por su novedad y ejecución, no me pesó después el fallo o confianza. Al contrario. Una vez sacado infelizmente de mi error, no cabe duda de que esto de un concurso de dibujo escolar para la elección del cartel de la feria supondría una buena iniciativa; eso sí, sin adoctrinamientos ni blanqueos ni baldeos al légamo corrupto de un espectáculo despiadado de matanza gratuita de seres vivos. Aquí lo dejo. Sin coñas, por favor.
La portada de feria en el centro urbano, su composición pictórica, me influyó y espoleó primero a ese barrunto, inspiración o revelación sobre determinado aspecto, aire o reflexión y que en estos momentos, luego, trataría de explicar, a poner por escrito. En una "espera o aguardo a un cambio, a una nueva manera de entender la realidad y su naturaleza. Cambio a una fiesta taurina que sea eso, fiesta, celebración de vida y no una conmemoración de la barbarie, crueldad, de la mutilación y muerte de un ser vivo por sadismo y placer. Un cambio para hacer más humana la fiesta. Un cambio para hacer de esta tradición sangrienta una expresión artística de lucha, sí, pero de lucha por la vida. Asimismo, a vuela pluma: ¿No es más adecuado llamar Feria de Ronda, a secas, por su entidad mayor al del espesor taurino, a Feria de Pedro Romero? Ahí lo dejé en su momento y aquí vuelvo a dejarlo…
Bien, en esta necesidad, en esta alusión a un cambio de un espectáculo de muerte a un recuerdo que conmemore la vida, a reivindicar esa cultura, arte, esa dignificación de la belleza, reales, verídicas, y no el barbarismo que es todavía ahora, fue ver, entrelíneas o a ese otro lado del espejo, la ‘portada del centro’, en una encrucijada, intersección de caminos, y sentirlos, a esa cultura, arte, belleza,... como una promesa y obligación de futuro.
Lo primero que destaca de la portada es el capote de brega taurino, desplegado y esquinado a la derecha de la composición por su haz, de un color que más a ese rosa chillón, de un simbolismo de buena suerte, nobleza y tradición, para fijar la atención del pobre animal y de los exaltados ‘animales’ concurrentes, lo es de un rosa más dulce, más de arropía, de nube o algodón de azúcar, a golosina de feria y atracciones, a sana diversión. Más en esa dimensión femenina que encarna y fomenta el amor, el afecto, la ternura y la compasión, la positividad, la tranquilidad y armonía. Ello acentuado porque el capote o el presunto capote no presenta rastros, máculas, huellas de sangre, dolor, sudor, de albero mojado por el sudor, por la sangre, por las lágrimas del toro, de desesperación y terror, sino por flores bordadas, coloristas, vívidas, personificando a la naturaleza, a la renovación, vida, libertad, misterio… De tal modo que por su color, por sus flores y no por sus manchas de escatología fúnebre, de salvaje maltrato y muerte, por lo que parece abrir y de la misma manera cerrar, desdoblar u ocultar al otro tema de la composición, a esa Ronda emergida y evanescente que aunque gris, oscura, maldita por esa mal llamada tradición taurina, “… paseando por Ronda al atardecer, los cipreses, los palacios, todo el aire no lejano de las Cortes de Cádiz; y un cielo de color inexpresable, ni gris perla, ni plata; una sospecha de levísimo celeste que cierta fuerza blanca de la luz borraba y compensaba con su irradiación.” (Cernuda), se cierra en su aciago pasado, en su funesta tradición, para abrirse a otros encantos, enigmas y poesía. Esa Ronda que no necesita de esa barbarie tauricida para significar y recalcar un destino turístico y romántico, al poema de Rilke de la Ciudad Soñada. Una ventana a Ronda por la que fluye la letra de Goytisolo: “Avistamos Ronda. Estaba enriscada en la sierra, como una prolongación natural del paisaje y, a la luz del sol, me pareció la ciudad más hermosa del mundo.” De ahí que el capote sea más un velo, una suave cortina que con languidez y esperanza se abre y al mismo tiempo parece cerrarse a la negrura de esa ciudad de cenizas, sombría, sin esperanzas ni nostalgia; acaso por la acción de una brisa fresca y aromática, acaso por una corriente que aúlla por el Tajo, acaso por un suspiro, el temblar de un milagro, a un triste esbozo de una ciudad que tendrá que llenarse de un colorido primaveral, de la viveza de sus flores a través de un camino en rosa, de aquella vía en rosa como la canción de Édith Piaf: “Mon coeur qui bat/ Mi corazón que late./ Des nuits d′amour a plus finir/ Las noches de amor interminable”. Un velo, visillo, lengua por soleares, tobogán de la Alameda, camino en rosa,... en definitiva un cambio de esa barbarie taurina a una ciudad paradisíaca por sí misma… “¿Dónde aquel embeleso, aquella ansia de ciudad típica andaluza, de mejor pueblo, aquella seguridad para después, aquel tiempo detenido?. Esta es, aquí está Ronda”. (Juan Ramón Jiménez)
Así miré la portada, la miré de aquella manera, de aquella otra manera, con aquella emoción, con aquel presentimiento, con aquel color y confianza, con corazón. Y abracé la revelación, su mensaje, su optimismo y deber, su futuro o única perspectiva. Y con la naturalidad y firme creencia en la variación. Imaginación. Reinvención. Recalcando, a través de un fondo de transformación, profundo y velado, a aquel contenido escrito años atrás en otras pinturas, en otros carteles de feria, en la prueba irrefutable de que el universo “está propiciando el cambio, urgente, debido, fundamental para nuestra evolución trascendente. Es el propio universo el que nos alienta, nos impulsa a mudar determinados patrones mentales, a alterar el sentir, el latido del corazón, a expandir el sentimiento, a través de una fuerza inconmensurable, el amor. Es el propio universo, la realidad ahora, cierto compromiso con el destino, “que nos oculta tenebrosamente, súbitamente exaltado, lo canta, introduciéndolo en la tormenta de su mundo rugiente”, el que está activando, urgiendo, incluso inconscientemente, a afrontar el laberinto, a despegarnos de la sombra, a dejar una etapa de vida para iniciar otra, sea en esta concepción, naturaleza o dimensión emocional y social de la fiesta macabra de la escabechina de toros (…) La espera o el aguardo a un cambio, a una nueva manera de entender la realidad y su naturaleza. Cambio a una fiesta taurina que sea eso, fiesta, celebración de vida, y no una conmemoración de la barbarie, crueldad, de la mutilación y muerte de un ser vivo por sadismo y placer. Un cambio para hacer más humana la fiesta. Un cambio para hacer de esta tradición sangrienta una expresión artística de lucha, sí, pero de lucha por la vida. Reinventarse en Vida o desaparecer en la muerte que algunos vilmente preconizan y glorifican.” Salud y Suerte.
“ESA OTRA PORTADA DE FERIA”
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