“Las personas que mueren ancianas se
convierten en autoridades, en sabios o en referencias. Solo los que mueren
jóvenes se convierten en leyendas.
Yo creo poder sentirme orgulloso de mi
legado, encontré una Roma hecha de ladrillo y la transformé en una ciudad de
mármol”
¡Devoción y rigor!
He tenido la oportunidad, y no la he desaprovechado, de dejarme
llevar, de cautivarme, con la narrativa de José Barroso, un rondeño afincado en
Granada y envuelto, con vocación encomiable, en lo que ha denominado la saga “IMPERIVM”,
unas novelas que narran la historia del siglo I a.n.e durante el dominio romano.
“La caída de la República” (Saralejandría, 2017), es la segunda novela de la
serie tras “El ocaso de Alejandría”, ejemplar este en el que, conforme al
argumento de esta segunda parte pero a través de la mirada de Cleopatra VII,
glosa los interesantes acontecimientos del paso de la República de Roma al
Principado primero y al Imperio de Octavio Augusto después. Entre estas obras, (y
ya muero de ganas por leerla), José Barroso ha escrito “El secreto de Arunda”,
ambientada precisamente en Ronda, en el siglo XV, durante la conquista (perdonen,
pues para mí jamás será Reconquista) por los Reyes Católicos.
Si he de ser sincero, no soy lector asiduo de novela histórica,
siempre he creído que nadie podrá superar a “Sinuhé, el egipcio” de Mika
Waltari, y esta es una consideración que nada tiene que ver con esta reseña ni
menos con su objeto. Con todo, o pesar de todo, gracias a José Barroso he
tenido la ocasión de disfrutar de principio a final de una novela histórica que
solventa con habilidad los tiempos muertos, las páginas innecesarias, las
descripciones interminables, los alardes narrativos de autor, y los extemporáneos
diálogos que enlentecen, a mi juicio, a este género literario. Quizás sea, e
insisto en que es mi opinión y bastante subjetiva por tanto, de que Barroso no
sea un escritor de novela histórica al uso, sino un diestro cronista que novela
la historia. No me gustan las comparaciones, aunque en el intento de hacer más
y mejor entendible mi mensaje, no fuerzo con el ejemplo de encontrar en José
Barroso, por su objetividad, por su rigurosidad, por su límpida literatura, a
un Cayo Suetonio actual, menos morboso y más comprometido, eso sí, al que no le
abruma la fidelidad y verosimilitud de lo acontecido y relatado. Y en cuanto a
lo acontecido y relatado, éste escribe acerca del siglo I a.C. o sobre un
personaje histórico imponente, extraordinario como fue Octavio Augusto, y quien,
junto a Agripa, Mecenas y Salvideno, (sin olvidar a su esposa Livia) cambió el devenir
del mundo:
“La caída de la República, nos cuenta la historia del ascenso al poder
del joven Octavio, junto con su esposa Livia, Mecenas y Agripa. Juntos llegaron
a dominar el mundo ejerciendo el poder de forma despiadada sobre el senado y
sobre todo el Mediterráneo.
El relato de cómo Livia, consiguió dominar el imperio desde las sombras
y poner y quitar herederos a su antojo.
Los entresijos ocultos del poder en Roma, la gloria y las miserias
que llevaron al fin de la República y al nacimiento del Imperio Romano.
Es una novela con una documentación exhaustiva, un estudio detallado
de los escenarios y las principales batallas, y una investigación rigurosa
sobre el destino de los asesinos de Julio César.”
No defrauda este concienzudo y animoso escritor de tan buen hacer
literario. No tiene complejos, ni menos cargas, y enhebra la seriedad del dato
histórico con la soltura, sencillez y agilidad de la crónica, de su relato; envainando
la espada de Damocles de la novela histórica, como ya he escrito, la del
hastío, la de su largura, lo accesorio, la de un efectismo que deriva con
Barroso a lo prístino, lo conciso, con consistentes soluciones narrativas
cuando las propias lagunas o confusiones de la historia o de los historiadores ponen
en tela de juicio el contexto o su sentido, (se agradece situar la batalla de
Munda entre César y Pompeyo en Acinipo), atrapando al lector en un interés
notable, casi intrigante, a través de una historia que es la Historia en sí.
“-Debes rodearte de hombres que te
complementen, sobrino. Allí donde seas débil pon a un colaborador que domine
ese campo -aconsejaba César.
- Siempre
pienso en Agripa como mi complemento en temas bélicos, tío César.
Cuida a Agripa, Octavio. Cultiva su amistad
y cuando tengas oportunidad cólmale de oro y honores. No permitas que sea tu
enemigo -dijo César pensando en el optio.”
No voy a caer en las comparaciones, siempre odiosas, siempre
injustas, siempre insuficientes, de los ensalzados o de los mediocres, Graves,
McCullough, Manfredi… o Posteguillo, me guardo a Montanelli por si acaso, ni
mucho menos. José Barroso escribe bien, bastante bien, construye adecuado,
amerita justo la historia. Barroso es él y no otro, es él mismo, el escritor,
el cronista histórico que novela acertadamente. Merece, pues, el éxito, y más a
los lectores para su obra, por su dedicación, esfuerzo, confianza, maestría, con
¡Fuerza y honor!, como ese grito de guerra de las legiones romanas antes de
entrar en combate, como cuando Agripa vence a Marco Antonio en la batalla de
Mutina y antes de rendirlo definitivamente en la de Accio, o a como inmortalizó,
con nuestras indulgencias históricas, Ridley Scott en “Gladiator”, la emotiva
arenga del general Maximus en Vindibona a la Legio XIV Gemina en su lucha
contra los germanos. Y si no es con ¡Fuerza y honor!, que también, Barroso lo
merece por una literatura histórica, o por una crónica histórica novelada, que
hace mérito a su ¡Devoción y rigor!
“La caída de la República”, una novela muy recomendable.
“- Veo que eres el imperator de Roma, pero
aún no has entendido lo que se mueve bajo sus cloacas -dijo Livia con todo el
desprecio que pudo reunir en sus labios.
-
No, Livia. Muéstramelo. Estoy seguro de que
sabes mucho de sus cloacas”
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