“Querer es renunciar a cualquier demonio que nos diga
que no querer es posible”
No
sé, no sé... Dudosa la impresión que me ha deparado leer esta novela de Ray
Loriga, "Rendición", (Alfaguara, 2017), de la que ha sido considerada
"Una fábula luminosa sobre el destierro, la pérdida, la paternidad y los
afectos.", según el jurado del Premio Alfaguara de novela 2017 del que
resultó obra ganadora. Antes de abordar, de explicar mis dudas, veamos la sinopsis de este relato distópico
(también conocido por apocalíptico, y referido a una sociedad que pretendiendo
felicidad, hace sufrir sistemáticamente a sus ciudadanos o degradándolos a un
olvido irreversible):
"¿Quiénes
somos cuando nos cambian las circunstancias?
La
guerra dura una década y nadie sabe a ciencia cierta cómo transcurre, qué bando
fue el agresor y cuál el agredido. En la comarca, la vida ha continuado entre
el temor a la delación y la añoranza de los que fueron al frente.
Cuando
llega el momento de evacuar la zona por seguridad, él emprende camino junto a
su mujer y al niño Julio, que ayuda a amortiguar el dolor por la ausencia de
los hijos soldados. Un futuro protegido parece aguardarles en la ciudad
transparente, donde todo es de dominio público y extrañamente alegre.
Allí
los recuerdos desaparecen; no existe ninguna intimidad -ni siquiera la de
sentir miedo- hasta el momento en que la conciencia despierta y se impone
asumir las consecuencias."
“A veces uno tiene que esperar a que las cosas sucedan
por más que intuya lo que podría suceder, porque si no, te toman por loco”.
Situada
ya su historia, la redacción de la novela en primera persona, correcta y
fluida, no hace meritoria la alta consideración de situar a su autor, solvente
y hábil, a la altura de otros escritores como Houellebecq y Murakami, hasta
algunos elevan la atención al mismísimo Saramago, y dentro de la enormidad y
trascendencia de redefinir la ficción literaria del siglo. Del mismo modo, me
resulta precipitado, aventurado acaso por esas circunstancias editoriales y
mercantiles, observar aquí "Una historia kafkiana y orwelliana sobre la
autoridad y la manipulación colectiva, una parábola de nuestras sociedades
expuestas a la mirada y al juicio de todos", o incluso cualquier
influencia de Camus o del admirado Rulfo para el mismo Ray Loriga.
“Nunca he sido de irle llorando a la gente con mis
problemas porque me supongo que cada uno tiene bastante con lo suyo y que
además a nadie le importa realmente lo que le pase a otro que no es él. La
gente hace como que le importa mucho lo de los otros pero no me creo que sea
verdad, ni aquí dentro, ni en ningún otro sitio. Tampoco creo que les importe a
los curas, para ser sincero, ni me parece posible que Dios nos conozca a todos
por el nombre”.
Entiendo
su insólita forma narrativa, interesante y adecuada, de hacer fácil y sencillo
un asunto difícil, o lo que supongo de difícil a tenor de la dificultad que
otros entreveen; pero no advierto tanta ambición, madurez y maestría como se le
admite. Podría entender su parábola, además, el cierto paradigma del mundo
actual a través de una ciudad de cristal en la que sus personajes son evacuados
tras una guerra sin sentido, ninguna tiene sentido, sin límites
espacio-temporales o geográficos-históricos, una atemporalidad a caballo entre
el realismo y el surrealismo con fronteras muy definidas (esta vez sí). La
ciudad o la realidad trasparente e inodora, símbolo de la novela, como
alegoría de una existencia
sometida al imperio de las redes sociales, todos aborregados, abotargados según
las marcadas líneas o actitudes o modas de influencia "transparente",
sin privacidad, sin intimidad, sin
criterio.
“Todo era perfecto y estaba controlado en la ciudad, o
al menos lo parecía. Aunque habría que irlo viendo, las cosas nunca son
perfectas en ningún sitio al que uno vaya y hasta hay que dar gracias a Dios
porque así sea”.
Este
es el símbolo consensuado por la crítica más o menos adocenada; pero símbolo al
que no veo claro, al que tal vez no entiendo y puesto que puedo conjeturar, a
fuerza de insistir como las formas que modelarían las nubes en el cielo, otras
metáforas entre las que plantearía, por ejemplo, un espejo de la fragilidad e
insignificancia de la individualidad frente a lo colectivo. De igual manera
extendería esta impresión al tema o alusión de las drogas para adormecer la
voluntad, del conformismo, de la felicidad estereotipada, de los gobiernos, de
los sindicatos, de la profesión, de la cultura, la muerte, la sexualidad, el desengaño,
la melancolía... temas de una forma u otra aludidos en la historia, si bien superficialmente.
Y con todo, el autor no explica el porqué o necesidad de esta ciudad
transparente, ni su obligatoriedad o sumisión a esta; quizás por cierto
conformismo, la indolencia y apatía de la sociedad de hoy, sin esfuerzos y a
que sus miembros reciban o esperen se lo den todo hecho. Quizás.
“Si algo he aprendido viendo morir nuestro jardín es
que ni lo bueno ni lo malo se detiene a revisar nuestros cálculos, ni aprecia
nuestros esfuerzos, simplemente sucede”.
El
personaje principal, quien sostiene con su voz en primera persona el relato, me
ha parecido simplón, poco definido, tanto que incurre en reiteraciones innecesarias,
en prejuicios consabidos, de un bajo nivel cultural que en vez de, con esto,
garantizar la empatía del lector con el personaje, de asegurar la cercanía de la
narración, de su sencillez, incomoda su tontura, su infantilismo, lo cuál no se
ve contrarrestado por el resto del elenco de protagonistas igual de indefinidos
(me hubiera gustado una mayor profundidad en el personaje de Julio, el hijo adoptivo,
pues se hacía acreedor de momentos mayores y atractivos. "Es muy difícil saber qué piensa un niño pero
está claro que el día no le asusta, sólo le asustan sus sueños").
“Ella, como todas las mujeres, es más fuerte que los
hombres, pero a veces se rompe y la abrazo. Lo hago ya sin darme cuenta, es lo
que he hecho toda la vida”.
Sea
como fuere no es una historia de personajes, de acuerdo, pero tampoco el monólogo
descriptivo logra traspasar una superficie excesivamente elemental. Y es que,
de las tres partes en las que se divide la novela, obviando la primera en la
que se da cuenta del contexto de los protagonistas, de la situación de guerra y
la evacuación de la población civil, decepcionado por un final imprevisto e
impropio, alardes del surrealismo, la parte relatada en la ciudad de cristal me
ha parecido la mejor y por una esforzada intriga en conocer la disposición y en
cómo se desenvuelve el protagonista en sus desazones.
“Había tan poca suspicacia en esta ciudad que al final
era imposible no inquietarse, o al menos no tratar de inquietarse, porque
inquietarse de verdad no era nada fácil por culpa de lo contento que te ponías
aquí por todo e incluso sin motivo aparente”.
No,
no ha cumplido mis expectativas, me esperaba mucho más de este relato sobre una
sociedad apocalíptica, en una exclusiva y excluyente, cerrada, ciudad o cárcel
de cristal, en la que siempre es día y en la que siempre, pues, todos están desnudos
a la observación de los demás. Un mundo inodoro, en el que incluso la mierda no
huele, supongo que otra metáfora de despojar al hombre y mujer de su individualidad,
a través de algo tan personal, tan característico como el olor corporal, “la mujer de uno huele como ninguna otra cosa
y cada persona está acostumbrada a olerse a sí misma y a la persona que quiere”;
o en una extrapolación mayor de la deshumanización provocada por los sistemas
totalitarios o dictatoriales. Un mundo en el que se está obligado a ser feliz,
sea en una felicidad uniforme, decretada y colectiva, donde no existe el miedo, “Supongo
que el miedo se quita más despacio que el olor, o nunca”, ni el
futuro, en el que su mayor paradoja es renunciar
a cuanto impulsa al hombre y a la mujer a luchar, a vencer el miedo para ser feliz, para vivir.
“Lo que a cada uno le duele lo suyo es asunto de cada
cual, y andar llorando como niños no sirve de nada cuando lo que urge es la
acción, el coraje y la estrategia”.
Una
situación, un interés, estos, al contrario de los que opinan otros, no logra la
sencillez en la prosa del autor, tan plana y lineal, tan escueta e insustanciable,
sin adjetivos ni exclamaciones, de diálogos testimoniales;
vale que tendrá su mérito
y que será por un problema o consideración solo míos, por no entenderlo, o
comprender su expresión cristalina, su ritmo firme, como la ciudad de marras.
En serio, no sé si Ray Loriga busca o propicia el concurso, la participación
del lector, o no le importa nada lo que éste pueda experimentar. No sé...
“Dicen que se puede sacar a un hombre de su comarca
fácilmente, pero que es mucho más difícil sacar la comarca del interior de un
hombre. Puede que tengan razón”.
En
definitiva, una novela corta, fácil de leer, mas anodina, que a mí no me ha
dicho nada o no he sabido captar, aprehender la maravilla que otros han visto.
“Los insatisfechos siempre creen merecer más de lo que
les dan y de esas quejas se hace un mundo de pusilánimes e inútiles. De gente
que le pide a la tierra fruto sin haber puesto antes empeño”.
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