“Las teorías de la conspiración casi nunca
son capaces de dar respuestas creíbles, pero tienen la ventaja de señalar, en
caso de que exista, ese agujero en el relato oficial cuidadosamente construido
para ocultar errores y mentiras”
Negra y policíaca, no, “El Ángel” (Alfaguara, 2017) es negrísima y
un thriller con todas las de la ley. Además, si segundas partes nunca fueron
buenas, el italiano Sandrone Dazieri se empeña en contradecir el axioma tras su
notable y antecesora “No está solo” (http://fjcalv.blogspot.com.es/2015/08/libros-que-voy-leyendo-no-esta-solo-de.html),
dentro de la magnífica serie protagonizada por Colomba Caselli y Dante Torre, (serial
del que se aconseja seguir en orden y con independencia de sus historias
autoconclusivas), y que da respuesta a la demanda de los lectores más exigentes
del género y de los amantes del puro y fresco entretenimiento literario. Esta
novela, ya desde las primeras frases, atrapa al lector con un trepidante guion,
lleno de giros y acción, de persecuciones, callejones sin salida, agobio,
ansiedad… hasta un antológico final que persiste, incluso se hace necesario
paladearlo en alguna que otra ocasión más, días después. Imagínense la imagen
tan real, tan visual, de un tren que llega a una estación lleno de muertos.
Luego mantiene la sugestión en un tema de actualidad como es el terrorismo
internacional, del ISIS, para bifurcarlo en otras intensas y vertiginosas
investigaciones en torno a la guerra fría, al régimen soviético, KGB...
“Lo que he tratado de deciros, hoy, no es
que no os creáis nada o que os lo creáis todo, sino que siempre os formuléis
preguntas. Si alguien os da una verdad ya empaquetada, retirad el envoltorio y
mirad en el interior. No importa si esta verdad os la da un político, un
periódico, un policía o alguien como yo. Id a verificarlo. Buscad siempre
vuestras respuestas”
Una parte fundamental de este fenómeno literario, tan exitoso,
reside en la caracterización de su pareja de protagonistas: Dante, el hombre inestable,
maniático, drogadicto de pastillas, tabaco y café, inseguro, intuitivo,
inteligente, insomne, claustrofóbico, desordenado, colaborador de la policía como
experto en personas desaparecidas y porque él fue una víctima, una de esas
personas que durante su infancia y adolescencia estuvo en el infierno, en una
situación trágica y brutal de encierro y torturas (“la caja”, “el padre”…), un
perfecto conocedor de la maldad. Y Colomba, instintiva, insubordinada, fuerte,
decidida, respetada y testaruda, (marcada por “el desastre”)… Ambos comparten destacados
tics con los clásicos de la novela negra: Dante, por ejemplo, por sus
adicciones, por su interpretación de los gestos, de los movimientos y posturas
de los demás, por su enorme capacidad intuitiva o método inductivo, me ha
recordado a Sherlock Holmes… Sea como fuere, Colomba y Dante forman una de las
parejas más atractivas y equilibradas, también traumáticas y frágiles, en el
panorama del género negro. Y a lo cual debemos apuntar, del mismo modo, al
antagonismo propio, en el mal encarnado en otro protagonista y malvado de la
novela, el malo, o la mala más bien, Giltiné, envuelta en una aura siniestra y
metafísica. Un logro, o novedad, de este libro, incluso podría incluirse en las
características que definen el estilo de Dazieri, es la medida, genial, de
unificar a los contrarios, buenos y malos, en un mismo dolor: “Esos ojos que parecían haber mirado los
mismos horrores por los que ella había pasado”.
“La muerte llega a Roma a las doce menos diez minutos de la noche
con un tren de alta velocidad procedente de Milán. Del coche de lujo
extrañamente no sale nadie. Todos los pasajeros están muertos. La subcomisaria
Colomba Caselli, que acaba de reincorporarse al servicio tras su último y
escalofriante caso, es quien se encarga de evaluar la masacre.
Aunque todo
apunta a un ataque de terrorismo y el ISIS reivindica la autoría a través de un
vídeo, Colomba prefiere pedir consejo a la única persona capaz de ver lo que
nadie más ve: su excolaborador Dante Torre, al que no dirige la palabra desde
hace meses. Este deberá juntar los indicios uno a uno hasta llegar al Ángel.”
“Siempre tengo problemas cuando he de
enfrentarme a quienes piensan que saben mejor que yo lo que hay en mi cerebro”
Insistiré en que dada su extensión, casi 550 páginas distribuidas en
dos partes entretejidas entre el pasado y el presente, el autor no concede un
momento de respiro al lector, no da tregua en la acción, incesante,
entretenida, con giros perfectamente construidos, espectaculares, de un dinamismo
extremo, de posibilidades y conjeturas, de sospechosos y aunque sepamos de
antemano por donde van los “tiros”, y nunca mejor dicho en estos libros
policíacos, por un narrador omnisciente que relata la historia… No considero en
sus puntales narrativos nada en exceso, o excesivo, nada que acuse algún bajón expresivo,
de ritmo, o que, por contrario, se desborden o exageren y como sucede en buena
parte de los thrillers que pululan en el mercado editorial, con sus desmesuras.
Y es que el peso argumental de “El Ángel” está muy bien sostenido, con un manejo
de los tiempos magistral.
“Mi vida tenía un orden antes de que te
conociera. Sabía qué hacer. Ahora, cada paso es una incógnita”
En conclusión, “El Ángel” es una, otra garantía para pasarlo muy
bien leyéndola. Escrita de manera sencilla y fluida, muy visual, sin menoscabos
alguno, incluso agobiante, inquietante, esta novela complace y anima; sin
fisuras, intrigante, misteriosa y con una trama hábilmente desarrollada y donde
todo encaja a la perfección para disfrute de sus lectores. Un buen thriller. Un
buen libro.
“Estaba de pie, atado con cinta adhesiva,
envuelto como un capullo utilizando como soporte una viga de hormigón. Podía
oír sonidos distantes de coches, amortiguados por algo que tenía en la cabeza y
que le presionaba dolorosamente la cara. Se dio cuenta de que era un casco de
motociclista, con la apertura puesta detrás, por eso no podía ver nada. Presa
del pánico, gritó y se agitó, pero el relleno esponjoso que sabía a sudor ahogó
su voz. Se arqueó contra la cinta e hizo fuerza, jadeando con los dientes
clavados en la esponja y tensando los músculos, pero lo único que consiguió fue
que le crujieran las costillas. Empujó hasta que se vio obligado a dejar de
hacerlo por la falta de oxígeno, y lloró en el interior del casco, sorbiéndose
las lágrimas.”
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