“Escribo
de lo que me duele”
No sé si “Clavícula”
(Anagrama, 2007) de Marta Sanz, es una novela, un ensayo sobre el dolor
personal, el dolor personal hecho literatura, una reflexión en voz alta del
dolor y la literatura, una autobiografía parcial y peculiar acerca del valor
del dolor y su expresión en la literatura de la autora, un autorretrato confesional,
neurasténico, hipocondríaco, psicosomático, un libro de ficción, o de auto
ficción, paródico, o auto paródico … No sé qué es este libro, no, no lo sé... pero
lo que sí sé es que logró concernirme por su autenticidad, por su sinceridad, y
convertirse en una de las mejores obras que leí y disfruté de entre las que
pasaron por mis manos, por mis ojos, por mi interior, el año pasado; opinión
que se suma a la mayoría de la crítica al otorgarle, precisamente, el valor de
ser una de las mejores lecturas del 2017. En definitiva, porque “… me gustan los libros que producen orzuelos.
Los que abren estigmas en las palmas de las manos. Los que aprietan la garganta
y nos cortan la respiración”.
208 páginas tiene
“Clavícula” y en las que “Durante un vuelo, a Marta Sanz le duele algo que
antes nunca le había dolido. Un mal oscuro o un flato. A partir de ese instante
crece el cómico malestar que desencadena Clavícula: «Voy a contar lo que me ha
pasado y lo que no me ha pasado. La posibilidad de que no me haya pasado nada
es la que más me estremece.»
“…
estas páginas no están concebidas para ser convencionalmente interesantes. En
ellas se registra un protocolo. Son una indagación. El intento de responder a
una pregunta que no se desliza hacia atrás y hacia delante por el carril bien
engrasado del tiempo”
Y a ver qué más nos
dice la editorial en la contraportada del libro:
“Aquí, la narración del
episodio autobiográfico se fractura como el mismo cuerpo que se deforma,
recompone o resucita al ritmo que marcan las violencias de la realidad. La
descomposición del cuerpo parece indisoluble de la descomposición de un tipo de
novela orgánica donde se mienten las verdades y se usan trampillas y otros
trucos de prestidigitación.
En Clavícula –o Mi
clavícula y otros inmensos desajustes– no: aquí la palabra busca dar cuenta de
los hechos, más o menos difuminados, para llegar a entender.
La dificultad de
nombrar el dolor suscita grotescas reflexiones: ¿primero me duele y luego
enloquezco?, ¿me duele porque he enloquecido?, ¿el dolor nace del dentro o del
fuera?, ¿primero me explotan, luego enloquezco y después me duele?, ¿o me duele
y me hago consciente de que me explotan?
Al hilo de ellas se
aborda una retahíla de temáticas: el filo que separa el cuerpo de sus relatos
científicos y su imaginación; la intolerancia ante el desequilibro psicológico
y el desequilibrio como síntoma cada vez menos excepcional; la ansiedad como
patología del capitalismo avanzado y, frente a los grandes titulares, la situación
concreta de un centro público de salud; lo psicosomático; la hipocondría y las
enfermas quizá no tan imaginarias; las enfermedades y el dolor específicamente
femeninos; la sobreexplotación y el miedo a la pobreza que castiga, sobre todo,
a las mujeres; el dinero y las cuentas familiares, la cifra exacta que agudiza
una molestia ósea persistente.
Marta Sanz retoma el
tono autobiográfico de La lección de anatomía, pero en lugar de hacer memoria y
reconstruir históricamente el propio cuerpo, esta vez se concentra en un solo
punto. Un libro sobre el lado patético o reivindicativo del quejarse que, con
sentido del humor, negro y autocrítico, conjuga la mirada social con una mirada
sobre la literatura misma. Porque la carne a veces se hace palabra y la palabra
a veces se hace carne. La segunda posibilidad da mucho miedo.”
“He
perdido las ganas y aun así padezco una exigente necesidad de amor”
Con esto supongo que
sería suficiente, primero para alertar de un singular relato que despierta unas
cuantas curiosidades: literaria, argumental, estilista; y segundo, aparte de lo
anecdótico, por el trasfondo reflexivo y universal al que traslada una lectura
que tendría y tiene que ser imprescindible. Una escritura que es un
padecimiento, o un padecer que se transforma en literatura, y de la que no
importa la consideración de impúdica, o sincera, o gratuita con que se la pueda
tildar y acaso por su rara fragmentación; y en este impasse, como una forma de
continuidad que no soluciona nada pero que profundiza en el hecho, surge la
crónica, la escritura diarística, el cuento, la reflexión, los retratos, emails,
las lecturas, los sueños, la confesión, las hipótesis y otras
autorrepresentaciones… a través de historias domésticas, de conversaciones, de
médicos y diagnósticos, de si la menopausia, el dolor, la queja, la muerte imprevista
e injusta, del futuro imprevisto e injusto, … en un conjunto o collage que se
presupone caótico pero que marca la genialidad de una diferencia atractiva y
ordenada, como si tras ir poniendo pieza a pieza en un puzle, la distorsionada
imagen en torno a la importancia de un anecdótico sufrimiento, va perfilando la
imagen consciente, cabal, coherente de su portadora y de su realidad según el
mismo; a colación de este apunte, me ha resultado un acierto el encaje del
cuento “Buscamos una amapola que no se
marchite”, ciertamente por subrayar la diferencia en la búsqueda del
significado a ese: “Escribo de lo que me
duele. Hoy veo con toda claridad que la escritura quiere poner nombre e imponer
un protocolo al caos. Al caos de la naturaleza, a la desorganización de esas
células dementes que se resisten a morir, y al caos que habita en el orden de
ciertas estructuras sociales (…) Para
quienes experimentamos la pulsión de la escritura, los dos caminos -la biología
y la cosmética- están errados (…) Ando
buscando nuestra inmensa belleza entre este contubernio de palabras gratamente
blasfemas y lenguaje corporal”… ”
“La
ausencia de deseo es mala porque paraliza la vida, aunque la parálisis que de
verdad resulta aterradora es la del monedero”
No es que sea un texto
que abunda en la fragilidad de las perplejidades, pues en él también encontramos
firmezas, incluso una fe que hace avanzar, al menos a la autora, por la misma
perplejidad de la vida, o el miedo, o desde el ominoso silencio, o por cierto
compromiso con la realidad, en una indagación personal subrayada por una
normalidad sorprendente, cotidiana, común, y a la que nos arrastra a todos, en
un espectacular desnudo al “…operar como
herramientas afiladas. Un trépano o un berbiquí. Describen un proceso, puede
que una figura circular, y hablan de una persona. No de sus pasos de baile”.
Al hilo de este último
párrafo, me ha gustado “Clavícula”, entre otros factores ya expuestos y otros
que lo harán en lo sucesivo, por su reivindicación de una literatura, de una
forma de escribir inhabitual, circunscrita a las rutinas y realidades
domésticas en las que pueden reflejarse los lectores; ajena o lejana a los
artificios, énfasis, u obvias ficciones acostumbradas o impuestas por el tenor
editorial o conforme a las tendencias literarias.
“Combinamos
la neoliteratura epistolar con el exhibicionismo imbécil de las redes. Siempre
escribimos para que alguien nos lea. Imbéciles entre los imbéciles. Los seres
humanos –todos- tenemos una intimidad estúpida”
Y dentro de este
particular caleidoscopio de un dolor inidentificable, del silencio o del miedo
por no afrontarlo, del mismo modo encontramos un compromiso social, una crisis
social a la personal. “Clavícula”, asimismo, es una crónica del mundo actual,
traslada Marta Sanz su llamémosle malestar físico hacia la colectividad, en un
cómo vivimos o en un cómo no vivimos en una sociedad indolente, inestable, que
abunda en la desigualdad de oportunidades por razones diferentes, en un cúmulo
de numerosas individualidades preocupadas por su comodidad sin sobresaltos y
ajena a la de los demás… resignada a las lacras que impiden el desarrollo humano
en sociedad: el desempleo, personificado en el marido de la autora, los
problemas de la sanidad pública, de la educación, de la fatua exhibición
económica, de la vejez, de la problemática e injusticia de género, de la mujer…
“Enfermo
del miedo a enfermar y del miedo a no poder enfermar”
Pero no todo va a ser
tristeza, dolor, desvalimiento, no todo va a ser esta demanda negativa a través
de una dolencia, desde una perspectiva visionaria igual de válida que otras, de
buscar el sentido de la vida, no, sino que en este libro encontramos el fluir
de un humor también inteligente, paródico, que emerge de las propias
contradicciones con una lucidez excepcional. Y también una narración en la que
el amor, o sentimentalidad, tiene su lugar, un derecho recogido en la ternura
desprendida de las relaciones familiares, de las alusiones a la maternidad, a
la soledad, y de las esperanzas, en definitiva, entre la reconciliación
personal y literaria con la realidad.
“Por
segunda vez en mi vida escribo para purgarme y le tengo fe a la posibilidad
catártica de la escritura. Como si todas las palabras fueran un rezo”.
Una gran garantía
literaria Marta Sanz. Una obra indispensable, sea cual sea el encuadre que tenga,
esta “Clavícula”.
“La
precariedad se expresa con la fractura y la brevedad sintáctica y, mientras
tanto, se acumulan, se enumeran, se amontonan las palabras porque hay que sumar
cien acciones para conseguir un solo fin. Todo está siempre en el aire”.
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