“Los
escritores, al final, por mucho que lo adornen, escriben sobre su vida, sobre
los temas que los torturan, que los obsesionan”
Por supuesto, una vez
superada mi habitual reticencia con el decadente (solo en lo literario) Premio
Planeta, y del que fue último ganador, y un relato interesante, “El fuego invisible”
de Javier Sierra, quise leer la obra finalista de esta caudalosa palma
dejémosla en editorialista, quise satisfacer cierta necesidad morbosa y aseverativa;
es decir, de cómo la obra finalista (solo en lo literario) podía haberse aupado
por méritos propios con el galardón y de no anteponerse los intereses propios
de la editorial y de su decisión no necesariamente narrativa. “Niebla en Tánger”
de Cristina López Barrio (Editorial Planeta, 2017) no es una excepción a lo
dicho, ojalá. Una novela entretenida, bien escrita, que recrea la sencillez
bajo un matiz poético encantador, con un guiño cómplice de la autora a Oscar
Wilde, del cual menciona en sus páginas “El retrato de Dorian Gray”, y más en
la esencia sibilina del cuento de Julio Cortázar “Continuidad de los parques”, donde
asimismo ficción y realidad se entrelazan en una historia circular, con manejo
impecable de la trama, con admirable resultado visual y a la que no deja abierta,
según una característica del realismo mágico, sino cierra con criterio.
“¿cuántas
casualidades hay en la vida que jamás se permitirían en la literatura?”
La historia:
“El 24 de diciembre de
1951 Paul Dingle desapareció en el puerto de Tánger sin que se llegara a saber
qué fue de él. Sesenta y cuatro años después, Flora Gascón sospecha que es el
mismo hombre con el que ha tenido una aventura en Madrid y del que se ha enamorado.
El nexo entre ellos: Niebla en Tánger, la novela que Paul tenía sobre su
mesilla de noche.
Flora viajará hasta
esta ciudad mágica y llena de secretos en busca de la autora de la novela, la
única que puede decirle quién es en verdad su amante y cómo encontrarlo. Pronto
se da cuenta de que es ella misma quien debe escribir el final de la historia,
pues en esa aventura también está en juego su identidad; es un viaje al fondo
de sí misma.
Niebla en Tánger es una
bella historia de amor y misterio en una ciudad cosmopolita y mágica, con un
pasado fascinante que envolverá al lector.”
Ya desde su arranque,
la historia me encandiló. Es fácil sentirse identificado con una de tantas y
mayoritarias vidas monótonas y anodinas, solitarias y resignadas, en las que el
amor, o una experiencia amorosa, concreta un punto de inflexión para
remediarlas, o trascenderlas; para luego, tras una difícil decisión, por aventurada,
por su fractura, como un camino iniciático también señalado por un misterio, ir
en busca de la felicidad que no es más que la Búsqueda en mayúscula de encontrarse
con uno mismo o misma, al caso. Y esto es lo que le ocurre a su protagonista, Flora,
durante una esporádica noche de amor pasional en Madrid con un misterioso Paul
Dingle, catapultándola en pos de la búsqueda de un amor imposible, por su
controversia temporal, pero que reúne su necesidad de sentirse o de querer
estar viva.
“…
el detonante que la ha sacado del letargo en que vivía, que la han hecho
descubrir quién es o quién puede llegar a ser”
Cristina López Barrio,
una autora a tener en cuenta, integra magistralmente en “Niebla en Tánger” diversos
géneros: misterio, romance, meta-literatura. Y no solo lo logra con una
redacción acabada, sino que, por poner un pero en su reseña, se echa en falta
más páginas o un desarrollo mayor en determinadas de sus escenas o no tanta
precipitación en otras. Una novela o dos novelas que convergen en una; dos períodos
en torno a un misterio bien llevado: el relato actual de su protagonista, Flora
Gascón, junto al de la novela que ésta lee, de Marina Ivannova o la Bella Nur, Tánger
en 1951, en primera persona, y obra, precisamente, titulada “Niebla en Tánger”;
una inusual y fantástica guía argumental que permite cruzar las veces
necesarias de un lado a otro de esa línea frágil que diferencia la realidad de
la ficción; y sostenidas o justificadas por referencias a una literatura decana,
como la de Oscar Wilde:
“—Paul
también es un hombre de carne y hueso. —Y un personaje de mi novela. Oscar
Wilde tiene un maravilloso libro que se titula La Decadencia de la
mentira. ¿Lo conoces? —He oído hablar de
él, pero no lo he leído. —Bien, pues Wilde afirma, y yo estoy de acuerdo, que
el arte, la escritura en este caso, no debe imitar a la vida, sino la vida al
arte la mayoría de las veces. Wilde decía que en su época se escribía mal
porque los escritores mentían muy poco. La mentira en el arte había caído en el
oprobio. Escritores como Zola se aferraban demasiado a la realidad, hacían
realismo sin imaginación y no realidad imaginativa. Sin embargo, los personajes
de Balzac poseían el vivo colorido de los sueños. El arte, si es verdadero,
toma la vida como materia bruta, la recrea, la inventa, la imagina, la sueña,
dice Wilde. El artista ha de crear la vida, no copiarla. —¿Mintió usted
entonces en Niebla en Tánger? —No entiendes nada, querida Flora, yo no mentí,
creé vida. Espero que puedas comprenderlo.”
Los personajes no solo
están bien definidos, sino facilitan empatizar con ellos; principalmente con su
protagonista principal, Flora Gascón, una mujer complicada y valerosa, o con el
enigmático y atemporal Paul Dingle, también con unos secundarios apreciables,
como la psicoanalista argentina Deidé Spinelli, tan excéntrica y desenfadada y
un ancla ineludible para situar a Flora en la realidad entre tanta dispersión fabulosa,
o Armand Cohen, el mejor sostén para Flora en Tánger, correcto, honesto y confiado.
Todos giran en torno a un misterio que mantiene su fascinación a lo largo de la
narración, sin decrecer, por su atractivo, la quimera, la niebla o el viento, y
el que, con un poso de nostalgia y tristeza, se aplaude su dilucidación final y
llamémosle lógica o dentro de los cánones normales y no de lo ilusorio.
Insistir en que la herramienta que hace diferente y brillante la novela es la
habilidad y juego de la autora de llevar con solvencia la trama por la
actualidad y la ficción; un ejercicio difícil de conjugar pero del que obtiene
un resultado interesante y sin la necesidad de usar giros argumentales estrafalarios
o exagerados e increíbles por tanto. Además arrastra en el embelesamiento por
el universo exótico norteafricano, del costumbrismo árabe y judío, o sefardí y
bereber, tan bien esbozados, lleno de imágenes, y de explosión de los sentidos:
Tánger, en toda su belleza y magia inalterables al paso del tiempo.
“-Tánger
es una especie de Camelot, un estado de ánimo, como decía tu tía. Venimos los
perdidos, los que huimos de nuestro mundo real porque no sabemos qué hacer con
él”
“Los
viernes, antes de empezar a cumplir con el Sabbat, me aparto durante unas horas
de la colcha y visito a mis muertos. A mi padre, en el cementerio católico; a
mi madre y a mis abuelos, en el judío; y a Samir en el musulmán. Cuando regreso
a casa, las manos me huelen a arrayán, a rosas y a narcisos. Cada religión
tiene su aroma”
Una excelente fusión de
realidad y fantasía para armar una búsqueda, quizás identitaria, quizás
iniciática, o cuando ambas no sean lo mismo, en torno a dos narraciones que
convergen en una, o se entrelazan la una con la otra, o una no sería nada sin
la otra, en la elucidación de un gran misterio que tiene en el amor su esencia
y fuga de la realidad, o en definitiva su sentido. Recomendable.
“-Tú
eres el único que queda, el único que puede poner paz en esta historia que
lleva viva demasiado tiempo. El único que puede cerrar la herida”
No hay comentarios:
Publicar un comentario