Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 25 de febrero de 2018

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Niebla en Tánger" de Cristina López Barrio.

“Los escritores, al final, por mucho que lo adornen, escriben sobre su vida, sobre los temas que los torturan, que los obsesionan”



Por supuesto, una vez superada mi habitual reticencia con el decadente (solo en lo literario) Premio Planeta, y del que fue último ganador, y un relato interesante, “El fuego invisible” de Javier Sierra, quise leer la obra finalista de esta caudalosa palma dejémosla en editorialista, quise satisfacer cierta necesidad morbosa y aseverativa; es decir, de cómo la obra finalista (solo en lo literario) podía haberse aupado por méritos propios con el galardón y de no anteponerse los intereses propios de la editorial y de su decisión no necesariamente narrativa. “Niebla en Tánger” de Cristina López Barrio (Editorial Planeta, 2017) no es una excepción a lo dicho, ojalá. Una novela entretenida, bien escrita, que recrea la sencillez bajo un matiz poético encantador, con un guiño cómplice de la autora a Oscar Wilde, del cual menciona en sus páginas “El retrato de Dorian Gray”, y más en la esencia sibilina del cuento de Julio Cortázar “Continuidad de los parques”, donde asimismo ficción y realidad se entrelazan en una historia circular, con manejo impecable de la trama, con admirable resultado visual y a la que no deja abierta, según una característica del realismo mágico, sino cierra con criterio.

“¿cuántas casualidades hay en la vida que jamás se permitirían en la literatura?”

La historia:

“El 24 de diciembre de 1951 Paul Dingle desapareció en el puerto de Tánger sin que se llegara a saber qué fue de él. Sesenta y cuatro años después, Flora Gascón sospecha que es el mismo hombre con el que ha tenido una aventura en Madrid y del que se ha enamorado. El nexo entre ellos: Niebla en Tánger, la novela que Paul tenía sobre su mesilla de noche.
Flora viajará hasta esta ciudad mágica y llena de secretos en busca de la autora de la novela, la única que puede decirle quién es en verdad su amante y cómo encontrarlo. Pronto se da cuenta de que es ella misma quien debe escribir el final de la historia, pues en esa aventura también está en juego su identidad; es un viaje al fondo de sí misma.
Niebla en Tánger es una bella historia de amor y misterio en una ciudad cosmopolita y mágica, con un pasado fascinante que envolverá al lector.”

Ya desde su arranque, la historia me encandiló. Es fácil sentirse identificado con una de tantas y mayoritarias vidas monótonas y anodinas, solitarias y resignadas, en las que el amor, o una experiencia amorosa, concreta un punto de inflexión para remediarlas, o trascenderlas; para luego, tras una difícil decisión, por aventurada, por su fractura, como un camino iniciático también señalado por un misterio, ir en busca de la felicidad que no es más que la Búsqueda en mayúscula de encontrarse con uno mismo o misma, al caso. Y esto es lo que le ocurre a su protagonista, Flora, durante una esporádica noche de amor pasional en Madrid con un misterioso Paul Dingle, catapultándola en pos de la búsqueda de un amor imposible, por su controversia temporal, pero que reúne su necesidad de sentirse o de querer estar viva.  

“… el detonante que la ha sacado del letargo en que vivía, que la han hecho descubrir quién es o quién puede llegar a ser”

Cristina López Barrio, una autora a tener en cuenta, integra magistralmente en “Niebla en Tánger” diversos géneros: misterio, romance, meta-literatura. Y no solo lo logra con una redacción acabada, sino que, por poner un pero en su reseña, se echa en falta más páginas o un desarrollo mayor en determinadas de sus escenas o no tanta precipitación en otras. Una novela o dos novelas que convergen en una; dos períodos en torno a un misterio bien llevado: el relato actual de su protagonista, Flora Gascón, junto al de la novela que ésta lee, de Marina Ivannova o la Bella Nur, Tánger en 1951, en primera persona, y obra, precisamente, titulada “Niebla en Tánger”; una inusual y fantástica guía argumental que permite cruzar las veces necesarias de un lado a otro de esa línea frágil que diferencia la realidad de la ficción; y sostenidas o justificadas por referencias a una literatura decana, como la de Oscar Wilde:

“—Paul también es un hombre de carne y hueso. —Y un personaje de mi novela. Oscar Wilde tiene un maravilloso libro que se titula La Decadencia de la mentira.  ¿Lo conoces? —He oído hablar de él, pero no lo he leído. —Bien, pues Wilde afirma, y yo estoy de acuerdo, que el arte, la escritura en este caso, no debe imitar a la vida, sino la vida al arte la mayoría de las veces. Wilde decía que en su época se escribía mal porque los escritores mentían muy poco. La mentira en el arte había caído en el oprobio. Escritores como Zola se aferraban demasiado a la realidad, hacían realismo sin imaginación y no realidad imaginativa. Sin embargo, los personajes de Balzac poseían el vivo colorido de los sueños. El arte, si es verdadero, toma la vida como materia bruta, la recrea, la inventa, la imagina, la sueña, dice Wilde. El artista ha de crear la vida, no copiarla. —¿Mintió usted entonces en Niebla en Tánger? —No entiendes nada, querida Flora, yo no mentí, creé vida. Espero que puedas comprenderlo.

Los personajes no solo están bien definidos, sino facilitan empatizar con ellos; principalmente con su protagonista principal, Flora Gascón, una mujer complicada y valerosa, o con el enigmático y atemporal Paul Dingle, también con unos secundarios apreciables, como la psicoanalista argentina Deidé Spinelli, tan excéntrica y desenfadada y un ancla ineludible para situar a Flora en la realidad entre tanta dispersión fabulosa, o Armand Cohen, el mejor sostén para Flora en Tánger, correcto, honesto y confiado. Todos giran en torno a un misterio que mantiene su fascinación a lo largo de la narración, sin decrecer, por su atractivo, la quimera, la niebla o el viento, y el que, con un poso de nostalgia y tristeza, se aplaude su dilucidación final y llamémosle lógica o dentro de los cánones normales y no de lo ilusorio. Insistir en que la herramienta que hace diferente y brillante la novela es la habilidad y juego de la autora de llevar con solvencia la trama por la actualidad y la ficción; un ejercicio difícil de conjugar pero del que obtiene un resultado interesante y sin la necesidad de usar giros argumentales estrafalarios o exagerados e increíbles por tanto. Además arrastra en el embelesamiento por el universo exótico norteafricano, del costumbrismo árabe y judío, o sefardí y bereber, tan bien esbozados, lleno de imágenes, y de explosión de los sentidos: Tánger, en toda su belleza y magia inalterables al paso del tiempo.

“-Tánger es una especie de Camelot, un estado de ánimo, como decía tu tía. Venimos los perdidos, los que huimos de nuestro mundo real porque no sabemos qué hacer con él”


“Los viernes, antes de empezar a cumplir con el Sabbat, me aparto durante unas horas de la colcha y visito a mis muertos. A mi padre, en el cementerio católico; a mi madre y a mis abuelos, en el judío; y a Samir en el musulmán. Cuando regreso a casa, las manos me huelen a arrayán, a rosas y a narcisos. Cada religión tiene su aroma”

Una excelente fusión de realidad y fantasía para armar una búsqueda, quizás identitaria, quizás iniciática, o cuando ambas no sean lo mismo, en torno a dos narraciones que convergen en una, o se entrelazan la una con la otra, o una no sería nada sin la otra, en la elucidación de un gran misterio que tiene en el amor su esencia y fuga de la realidad, o en definitiva su sentido. Recomendable.


“-Tú eres el único que queda, el único que puede poner paz en esta historia que lleva viva demasiado tiempo. El único que puede cerrar la herida”

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