Fue ayer el aniversario de su extinción, por supuesto que física, y ha tenido que ser hoy mi reconocimiento eterno a su palabra, a su obra, al "dibujo fuera del margen", al "poema sin rimas"; a cuanta vida sigue arrancado a la propia vida para entregárnosla pura, desnuda, con un pálpito de versos que yace en una prosa mecida con música; a cuantos sueños ha garabateado para que nuestra imaginación los haga concretar en el diario, un instante, con los que vadear las rutinas; o en la noche cuando caen los párpados tras las páginas del libro, de los cuentos o del relato, y comienza la aventura donde nada disponemos y tampoco exigimos, ni lo mucho ni lo poco, porque solo su memoria responderá a su evidencia y relevancia, la que suele ser eso en la vigilia, nada. Tan adentro, tan absorbidos con su lectura, que se hace necesario atirantar las palabras para formar cuerdas, finas, recias y largas, con las que sujetarnos a la realidad, o mejor a sortear esa esquiva linealidad temporal que nos acerca, paradójico, a la irrealidad no ya del surrealismo o del realismo mágico o como se quiera entender o tildar, qué más dará, sino al lado oculto de la creación, de la belleza, de la literatura, suya, peculiar y honda, de todos.
Fue ayer, un 12 de febrero de hace 35 años en Paris, pero acaso, y es que "a veces uno amanece con ganas de extinguirse", el fuerte viento ha traído un revuelo de cronopios que llegan con recuerdos de la efemérides de su muerte, como "velitas sobre un pastel de alguien inapetente"; y estos a imponerse a la mentira de los tiempos por los cada vez más numerosos famas y esperanzas, políticos con odio, fratricidas ideológicos, envidiosos de prejuicios ajenos, incendiarios del respeto, críticos de grises corsés, y recortes humanos de bicromías planas, en blanco y negro, bobas, ignorantes, cansinas; o también un frío huérfano de una necesidad, del complemento, vale si se prefiere cumplir con este mañana, este de un cálido cobijo con todas "la Maga" que hay en la mujer, en el hombre, (para mi siempre Pizarnik), el que con susurros glíglicos podrá descifrarse y asumir la suma de sus imperfecciones, entre las líneas, la rítmica sucesión de letras y contrasentidos por los que penetra, nos penetra, la luz.
Hoy, quizás por esa gana o barrunto de extinguirme, he forzado a lo que ayer no ambicioné en su aniversario de muerte, física, con una sensación idéntica a cuando "nos arden terriblemente los labios y los ojos y nuestras narices se hinchan y somos horribles y lloramos y queremos extinguirnos...", y porque gracias a él, al maestro, Julio Cortázar, apreciaré la vida como "un constante querer apagarse y encenderse". Hoy, que fue por ayer, tengo una de sus velas prendidas, un libro en la mesita de noche, un amante diletante de su alma escrita.
"CORTÁZAR"
© F.J. Calvente
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