Entraba en su casa como si fuese en la mía, con toda la confianza y amistad, como en familia. Atravesaba el zaguán, siempre abierto a la calle, y abría la puerta medio acristalada, con junquillos de madera y translúcidos visillos de punto, y decía, muchas las veces, tantas que incluso una pudo haber sucedido esta misma mañana cuando sé que es imposible: "María está Luis", o María esto o aquello otro. Ella, la mujer de fuerza y memoria, pendiente de todo, de todos. Con ella, una parte de nuestras vidas también ha muerto, si bien ya lo hizo hace bastante tiempo; aunque esos fragmentos de la infancia, de la adolescencia, seguían existiendo porque en el diario veíamos, hablábamos, sabíamos que estaba ahí, al lado, ella y los que como islotes en la realidad nos mantienen vivos con la nostalgia de quienes una vez fuimos y aun confiamos en serlo. Los que vivimos en este primer tramo de la calle San Francisco de Asís, la que toca con tradición y afinidad con la alameda homónima, y en los otros en cierta manera, jamás hubiéramos creído, hubiéramos sentido que una o todas las figuras familiares, cercanas, generosas, presentes, atentas e indelebles pudieran desaparecer; suponíamos que al ser custodias de la esencia de este barrio, pilares de la convivencia y de la tierra, elementos del paisanaje, propios, siempre estarían ahí: Anita, Paz, Maria... Pero la vida, ciertamente, nos demuestra que solo esta persiste, no mira detras y es duradera, adelante y ligera, las cargas son solo nuestras. Maria Delgado ("Mariquilla la de la casa abajo") se ha ido, dejando huérfanos, con su ausencia, matices, significados, conductas de esta realidad, su puerta abierta, de los del Barrio, de una forma de vivir, un sentido de pertenencia, algo en definitiva muy nuestro. Hasta luego. Nos quedará tu recuerdo, tuyo y de cuanto aquí somos todos. Que la tierra te sea leve.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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