Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 17 de febrero de 2019

"RECORTE DE INVIERNO"

Sucedió en un instante impensado en la alameda de San Francisco, a mediodía, sentado en uno de los poyetes o en uno que la recorría con algunos tajos de entradas o fugas, esperando que mi hija desfogara a una mañana de arresto domiciliario por los deberes o por intentarlos, en el parque infantil donde otros niños contradecían el paso del tiempo de este domingo próvido. Un sol tibio, de luz amarilla, con porfía de impiadosos estíos o fulgurantes primaveras, favorecía el asentamiento en los veladores, llenos, de los bares cercanos. No estaba fría la piedra. Las sombras expelían alientos escarchados. No había traído un libro. No tenía prevista la detención. Una bandeja que caía con estrépito de cristales rotos, de falsas lamentaciones que no disimulaban el morbo, ante el gesto más apurado que resentido del camarero. Unas risas. Más risas y exclamaciones de los niños, de los padres por sus hijos, primerizos. Coches malhumorados, en la búsqueda del milagro, del estacionamiento codiciado. Humos. Una retahíla de ramas desnudas, arriba, arañando el azul de un límpido cielo. Gente. Ocios. Nada importaba o lo hacía todo.

En esto tarareaba, insistente en mi cabeza, casi de manera obsesiva, una canción oída y me hubiera gustado bailarla, (de poder hacerlo y si mi sentido del ridículo no fuera precisamente así, tan ridículo), durante la mañana. Un impulso para, después de años, o milenios, escuchar a un grupo pausado en un pasado vivo de recuerdos. Radio Futura, el grupo. “La canción de Juan Perro”, el álbum. 1987, el año. “El hombre de papel”, la canción de los hermanos Auserón que canturreaba pertinazmente. La letra:

“Era un hombre de papel
era un juguete del viento
que en el cielo de la ilusión
halló su propio infierno.
Y al llegar la madrugada
laberinto de intensidad
en la esquina morada
de la mano de soledad.
En su sonrisa irresistible
se anuncia un suave cataclismo
pero el mismo amor
abre un abismo entre los dos.
Yo cambiaría mi traición
por compromiso
pero en el fondo del compromiso
hay una traición mayor
nunca termina la guerra
para los hijos del terror
voy guiado por otra voz
soy indígena de una tierra
que nunca existió.”

Ignoro si la música modeló la sombra en el empedrado de la plaza o si aquella fue una consecuencia de cierta fractura de la realidad para que volviera a creer en la ilusión ¿cómo era?, sí, de su propio infierno. Miré, o me miré, en mi sombra alargada y extendida en el pavimento, con el compromiso en una atención espontánea pero interesante, exclusiva, como un puente en el abismo de una sonrisa irresistible, de una traición por amor, del deslizar aventurero por aquel tobogán de metal, tintineos de alcohol y tapas, de una luz al final de un camino oscuro y cuando tenía que compartir espacio, o acaso demostración, con la sombra de una farola enhiesta junto a mí, una guía de guías en el laberinto de cantos del terreno. Y en su luz, o en su insólito albor opaco, ¿contradictorio?, pues sí, pero así lo sentía y no podía excusarme en ninguna esquina tomada por la soledad, no ahora, me vi como un hombre de papel.

Un hombre de papel o un recorte de sombra, sombrío, en efecto, en el suelo. Quieto, sin ser un juguete del viento y aunque luego desconociera si también me llevaría una exhalación del invierno o una rutina constante con sus minutos contados. Entonces me transformé en un hombre de papel, en un recorte de invierno. Alguien, por el contrario, que no era un extraño, el indígena en una tierra que siempre existirá en mis vidas y porque a ella se lo debo todo. Era un hombre de papel, un recorte de invierno que entonaba una hermosa canción.



© F.J. Calvente

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