Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 9 de agosto de 2019

"EL CARDO Y LA ORIENTAL EVANESCENTE"


Ahí está la fotografía para confirmar el testimonio de lo que a continuación se relata...

De lo primero que tuve consciencia, o el conocimiento por efecto de una revelación, fue que el exotismo, la extravagancia, no tiene límites, arquetipos fijos, vale cualquier cosa en un lugar diferente o en un revés de contrastes, de mirar y asumirlo en todos sus ángulos, dentro de una zona de seguridad o normalidad o desde su extrarradio, sin incongruencias o conveniencias; de lo segundo, del enorme arco de nuestro grado de rareza, según la perspectiva, el descubrimiento y el momento, o de ahora, en ambos observadores o inquietos cómplices en una falla del diario, o de su extraña conexión entre lo normal y lo extraordinario, la chaladura por lo impropio, o una ridiculez saludable.

Dos raros coinciden en el mismo escenario, ahí, este, en la Plaza de España de Ronda, derretida por un sol de fuego de agosto, con un cielo lechoso de diluido e implacable peso por el bochorno, entonces, sea para uno, la curiosidad se convierte en un polvo insólito de lo singular y por supuesto atractivo que se derrama haciendo de lo anodino algo portentoso. La joven china o japonesa o tailandesa o... la chica oriental, de haberme visto, porque yo estaba oculto, no oculto de ella, desapercibido en la altura trasera del vehículo cuando la vi y en seguida me cautivó con su acción insospechada, ésta, de ver mi mayúsculo asombro, de percatarse del movil inmortalizando su genio y figura en un recuerdo de excepción, hubiese tirado inmediatamente del inefable y quizás compatriota o vecino o maestro de ese hipnotismo literario entre la soledad, el amor y el fatalismo, Haruki Murakami; la frágil mujer, decía, con gentil y tímida displicencia, esbozaría las letras que siguen, con esa languidez vaporosa que transmitía su cuerpo, que destilaba con delicada voluptuosidad su ropa, sus gestos, su pausada actividad como si efectuara una sesión de tai chi que en vez de meditación encarnaba una fuga en movimiento, con una estrafalaria y despegada batuta o testigo a modo de planta arácnida, como si andara con sugestiva indolencia tras la visión, seducida en la flor que sostenía con el estiramiento que concedía su menudo brazo, delante, avanzado, como si se resguardase de una transformación monstruosa e inicua de la espinosa planta en otra cosa, y sin querer soltarla por un magnetismo estremecedor, mas con toda la precaución e inquietud y recelo y asco y temor y fascinación y escrúpulo y distancia y atención e interés y fobia y expectación y cuidado...: 

-"Eres más raro de lo que pareces". Sí, tú. 

(Para, de estar yo frente a ella, que ya se sabe no lo estaba, un observador maravillado por esta exhibición torcida del destino, responderle con toda la gravedad de una curiosidad casi igual de insolente como rendida de su hechizo) 

-"Todos los seres humanos tenemos nuestras rarezas.“

- Pero lo mío es cultura, o religión, o dejémoslo en tradición, en una ansia por la promiscuidad de conmociones que siento al portar y desconfiar, bastante, de esta quebradiza y erizada flor o planta, espantosa y confusa. 

-Y lo mío, por contra, es fascinación por tus maneras y en lo inédito de la escena. 

-...
-...

-Yo no me oculto. ¿Porqué te ocultas?

-Yo no me escondo, estoy en el lugar idóneo. 

-Pero no interactúas conmigo, no me haces partícipe de tus sensaciones y tal vez deseos. 

-Ya lo hacemos: tú en tu horrendo recelo y seducción, y yo con asombro y embeleso por tu gesticulación de miedo y a su vez de maravilla suscitados por aquello. 

-Esta es una planta o flor espeluznante e irreal. Desconocida para mi. Algo perteneciente a un mundo oscuro, una criatura subterránea disimulada e infiltrada en mi mundo, o la materia con la que están hechas las pesadillas, el fluido paralizante del miedo.

- Sólo es un cardo borriquero. 

Ella, sin embargo, continuó con su paso medido, tardo, a cámara lenta, de blandos y gráciles movimientos, con la firmeza de su brazo extendido sosteniendo un agostado cardo borriquero, (Onopordum acanthium), como un sobrenatural engendro, semilla o espécimen alienígena, capaz de mutar en una abominación o despertar a un mal y ataque incierto; o su abominación, y por tanto ambigua, por ello también atrayente, pertenecería a una peculiaridad cómo no rara, por esa original flor como una araña ensartada en una vaina y amojamada. Yo, por otro lado, sí tiré largo de a lo mejor un paisano escritor, suyo, famoso por su Nobel de Literatura, Yasunari Kawabata, con su textura de matices en los deseos del alma: 

Yo... "el único admirado por la rareza de todo eso es un extraño que se pregunta si, al ser un accidental testigo, no estará participando de un milagro.“

"EL CARDO Y LA ORIENTAL EVANESCENTE"

© F.J. Calvente.

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