Como un juego de sombras chinas, trazaba con dos de mis dedos, tal si sujetara a un carboncillo invisible, los contornos de la noche, de la piedra, de los intrincados fierros, los densos pliegues de los espectros del Tajo a los que no veía pero sentía su presencia, que no era malévola, ni desoladora, al igual que su injerencia, aunque tenía un claroscuro de orfandad en la que nada tenía sentido sin desentrañar su metáfora.
Incendiado ayer, nunca mejor dicho por la climatología, un día señalado, no tanto para mí, con la efemérides de mi cumpleaños, ¡CumpleVida!, (por cierto, agradezco las muchas felicitaciones recibidas y, empeñado en contestar una por una a todas, Facebook no me ha dejado y me ha bloqueado y no sé porqué extraña conjetura o barrunto, quizás una insinuación a una emboscada arma de destrucción masiva, proselitismo, o vete a saber qué mosca le ha picado al intrigante Mark Zuckerberg, sea como sea, por favor, dense por agradecidos y respondidos, muy sinceramente y privilegiado de tenerlos). Sábado incendiado con calor y trabajo. Este que, al final, o en esta madrugada de la que ya no sé, ni me importa, si concluye o inicia algo, solícito acudí a la llamada del abismo, al lado. Una vez allá, derrumbado en el combado antepecho del Puente Nuevo, no pude transgredir los puntos suspensivos con los que, poderosa, me conmina la garganta, apuntalado en mis puntos y seguidos con los que estas noches me hacen vivir, y puesto que, en absoluto, un punto final logrará imponerse, sin alegorias ni milagros, en su brava fábrica originaria; no pude porque me perseguían unos adjetivos que a unas amigas, con todo su cuidado, protección y afecto, (gracias), les suscitó mi anterior relato, "Volar", de la serie "Madrugadas de Tajo": "inquietante", "impredecible",... los que en el contexto temían la literalidad y consumación y precipitación de un sueño o de una fantasía poética o literaria o de un reflejo de consciencia en un arrojo en aquel espejo de belleza.
Inhalé y retuve el aliento del barranco, del cielo, de una ferocidad de los orígenes, con una hondura casi como la suya, y lo fui dejando ir con docilidad, como si aportara una delineación de mi desnudez a los contrastes de aquellos espectros que ya no emborronoba, pendiente de esa zozobra por mi relato, con un carboncillo irreal entre mis dedos. Y le confesé, al Tajo: No voy a rectificar, ni menos a disculparme, por los acaso laberintos textuales con los que ensayo capturar, describir las emociones, los colores, la música que nos evade siendo nuestra; más allá de fobias, retóricas, melodramas, extremos, filias, algún oscuro engranaje mental, del cinismo o el miedo...
En la noche más silenciosa del estío, más solitaria, íntima, en la que nada conseguiría dañarme salvo el deterioro que me infringiera a mí mismo. No hubo respuesta, por ahora, ni en las rocas ni en los sillares del Puente. Aún así, continué: No quiero ni persigo soluciones, ni redenciones, no me importa su cariz, su perspectiva, su signo, si buenas o malas o regulares o extrañas o falsas o sólo remedos o por contra exageradas o certeras... ni si mi verdad, mejor expresión, sea acertada, extraviada, o que no se entienda cuando intenta arrancar, con la mía, la suya, la de quienes me leen o lo apremian.
Vivir. Encuentros con la Belleza. Una puntuación de trascendencia, de una agradable evanescencia como la caricia fresca que dosificada traía la brisa. Con esto, pues, no voy a renunciar, a dejarme seducir por su capricho de formas, de inestabilidad en las rutinas, de la facilidad ajena. No quiero un castigo, un nuevo trecho a ciegas, otro infierno u otro cielo desvaído, ni harapientas mortajas de los fantasmas, ni mucho menos lo cómodo del dictamen cotidiano y colectivo. Codicio ser yo, el auténtico, el niño, yo en el abismo, sin que para ello tenga que desprenderme de mi naturaleza; y contento, si bien no me quite precisamente el sueño, con al menos sembrar esta fascinación, un trazo, un borrador, un hilo de Ariadna en el laberinto ajeno, vuestro, con letras, de una conmoción que no puede ser escrita pero también estimula a crear y experimentarla.
Heme aquí, una vez más, intentándolo, compitiendo, quebrando los eslabones de la cadena, como esa empalizada de lanzas de forja que no protege, esclaviza, incisiva en lo que asusta, disgrega, sin necesidad de fugas, muerte, o suicidas indiferencias. Tajo, entre el dolor y la confianza, el temor y la esperanza, aquí, insisto, no importa si temo o sufro, si soy como todos o no, si descubro algo o no anhelo pretenderlo o entenderlo; ni explicar, ni conocer, no, no ambiciono nada, salvo vivir, alcanzar su sensación y tal vez consuelo.
Miré abajo, muy abajo, en la negrura ruidosa, en la imposibilidad de su descubrimiento, y pensé cómo este espantoso agujero jamás podría ser rellenado, cubierto, alineado y allanado; ni por ingentes ausencias, admiración, miedos, embelesos, absurdos, afinidad, desprecio, impresión, irracionalidad, incertidumbre, huídas,... amor, arrojados desde su sinuosa y cortante cornisa. Nunca. Ni un vuelo físico, real, lo lograría por fusión o absorción o ingenuo sacrificio. Así que a imaginar, a sentirme infinito en cada paso, en cada letra, que dé, que escriba, cuando cruce o glose o sólo clame en voz alta, en grito, las metáforas de reencuentro con la eternidad en estas noches de trabajo y esperas.
"UN PUNTO Y SEGUIDO"
© F.J. Calvente
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