Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 21 de septiembre de 2019

«En el Día Mundial del Alzheimer»


— Buenos días, R.

No me contestó. No se acordaba de quién era yo. Eché de inmediato en falta sus bromas. Mantenía el mismo plante envarado, algo roto, vencido en los hombros por el peso de la edad, sonriente, acaso más agudizadas las aristas de su cara rasurada, flaco, limpio, arreglado, de recios cabellos apelmazados hacia atrás, con una mano sostenía el cigarrillo negro y la otra oculta en el bolsillo, nerviosa, como si allí guardase la llave que abría la incertidumbre de la esquina,  y de la que olvidó dónde dejó ayer o quizás la extravió para siempre o nunca existió o solo en un sueño antiguo; pero una telaraña gris oscurecia la otrora vivacidad de sus ojos y ya secó cualquier húmeda expectativa.

Me recordó (curioso el verbo en esa circunstancia) a unas letras de García Márquez, para las que R. era uno de tantos de esas «gentes de vidas lentas, a las cuales no se les veía volverse viejas, ni enfermarse ni morir, sino que iban desvaneciéndose poco a poco en su tiempo, volviéndose recuerdos, brumas de otra época, hasta que los asimilaba el olvido.» Hasta ese maldito y fatídico momento en el que su existencia, su tiempo perdió el recuerdo de sí mismo.

Extendí mi mano para entrelazar amistosamente la suya. No entendió el ademán, más ante quien ahora le resultaba un extraño. Eché de nuevo en falta sus bromas. Sin embargo, mantuve el gesto, mi mano tendida aguardando la otra, la vieja mano que diría Borges, para que, con mi reconocimiento, mi afecto, mi recuerdo, esperar el milagro de trazar versos para el olvido.

—Hasta luego, R.

No me respondió. Su mirada perdida en la alameda, en otra alameda de brumas, en otro tiempo del que ya jamás regresaría.

«En el Día Mundial del Alzheimer»

© F.J. Calvente.

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