No he visto, no me he encontrado con el gato que, apoltronado en el poyete de la alameda, de San Francisco, esperaba y anunciaba el otoño. Esta vez el mensajero ha sido la mujer desconocida, bella y misteriosa, ésa, que daba de lado a la muerte con ensimismada frivolidad, en la noche, sentada en un velador del Bar Sánchez y de espaldas a la Puerta de Almocábar, la «puerta hacia el cementerio». Aunque de modo oficial el otoño ha comenzado esta mañana a las 9:50 (hora peninsular), en el justo momento en el que el centro del Sol, atisbado desde el planeta, cruzó el ecuador celeste, el equinoccio de otoño, significativamente del latín «aequinoctium», “noche igual”, cuando la noche y el día se equiparan en duración, ella insinuaba su refutación. Así yo decía o supongo leía su epifanía, cómo en verdad esta estación hizo su anuncio anoche, y lo hizo tomando como símbolo, como brote ocre, a una mujer, bella y misteriosa. Porque el otoño, tan invadido por el estío y tan despojado por el invierno, tan excepcional, cada vez es más noche, y la noche jamás dejará de ser mujer; además, de una luz femenina, como un faro que guía el sentimiento, la melancolía, en este lapso donde la oscuridad supera al día. Otoño. Comienza un nuevo otoño que es noche, fresca y profunda, y es mujer, bella y misteriosa.
«YA ES OTOÑO»
© F.J. Calvente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario