“ELLAS”
En este umbral de festejos del otoño, tengo que añorar por fuerza, tengo que recordar, tengo que relatar, ofrecer. No soy yo quien lo dispone, ni siquiera al escribir estas líneas habituales, e ineludibles; o tal vez lo determine una parte de mí que pertenece al lugar, al Barrio, a sus calles, crónicas, alameda, tradiciones y gentes, de impresiones de ayer y de hoy en día que me empujan a buscar y compartir su huella, la conmemoración festiva como seña de nuestra identidad. En esta nueva edición de Feria, esquivo las hojas en el suelo, escenas, reminiscencias, músicas, cencerros, olores, sensaciones propias de la festividad, para pergeñar, con trazo grueso, una respuesta que será agradecida, comprometida, por supuesto, pues tiene que ser vivida, sobre este sentimiento de arraigo, de pueblo. Un ensayo que indaga a los vecinos, a sus actitudes ya ancianas, ante la convivencia y las revelaciones de ahora en octubre o allá en los Viernes Santo. Pregunto, les pregunto: a esta imagen, a unos ideales que arrastran el pasado para que el futuro o el presente continuo no sea incierto, a los últimos depositarios de ese gen llamémosle ceporrero, de aquella seña de identidad referida, espacios y héroes anónimos que no alcanzarán la distinción fuera de estas letras, y la que ha marcado el ambiente y devenir, únicos, de este Barrio San Francisco. A ellas, y con ellas a cuantos se despidieron y llevamos eternos mientras los recordemos. La fotografía, tantas veces vista, tantas veces suspirada, del número 1 de la calle San Francisco de Asís. La casa, siempre abierta, una sin zaguán aireado, amistoso, de acera franca y en la que, aprovechando el fresco, un sol tibio, o cualquier circunstancia, no valen las excusas, aprestar una hilada de sillas donde se sientan ellas, marchadas y presentes, las que parecen, con serena distancia, no mirar nada, pero en la que podemos ver la mirada del mundo. En torno a Anita “la de Entretela”, las vivas ausentes de Paz “la Carvita”, María “la del Convento”, María “la Picaora”… y me permito señalarlas por sus apodos, sin ánimo desdeñoso y con ese honor de los que tenemos el privilegio de vivir aquí y reconocernos por otro sobrenombre que ilustra nuestro orgullo y vinculación, al sitio y sus costumbres. Ellas, a las que ya no les quedan sueños, acaso porque lo soñaron todo, ni ambiciones, ni inquietudes que no sean por la salud de los suyos, solo maduras evocaciones incluso para lo que todavía no ha sucedido. Ellas, a las que inquiero y hallo, con un remedo de suspiro, de un echar de menos en el pecho, un porqué a nuestra verdad, filiación, de la nostalgia, a un vecindario antiguo que, en este Barrio, es hogar y familia; ahí encuentro, en sus atributos de tenacidad, resignación velada, afecto, la arisca ternura, nervio, la honestidad transparente y el silencio, dentro o concitando el espíritu que bulle en las expresiones colectivas de esta tierra acogedora. Como la Feria de hoy a la que resulta inevitable dedicarle a ellas, a sus memorias varadas en esa orilla de la calle, del tiempo, de la vida.
© F.J. Calvente.
(Colaboración en el Programa de la Real Feria y Fiestas del Barrio San Francisco de Ronda 2019)
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