Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 5 de febrero de 2020

«CONSTELACIONES»


Ando, veo, me detengo, primero asombrado y pronto, igual de asombrado, abstraído con la impresión suscitada por la visión del árbol, ensartado a una acera de lajas azules en la Pila Doña Gaspara de Ronda, sacudido por una ficción inherente a la naturaleza. Esta que aquí, pienso, desdobla un símbolo universal, un cuento o un poema, en el paisaje urbano, en la dispersión caótica de las pequeñas esferas que gravitan o cuelgan de unos hilos trasparentes que acaso fueran los del destino que toma a sus ramas por garras. Miríada de bolitas que no lo son, frutos tampoco, cargados, geométricos, bellos, lúdicos, sino un arracimado de las constelaciones del cielo, visibles de día, hecho portentoso, sin necesidad para proyectarse de fondos oscuros, de idílicos terciopelos negros, de luces que ahora vemos pero que milenos atrás se extinguieron, de un abrir atónito de los ojos o de cerrarlos entornados a la imaginación, prendidas con un fuego vespertino, también crepuscular, a los frágiles tallos o nervudos dedos, intrincados por derroteros de la existencia de un mundo que continua con su lapso ajeno.

Aunque lo mismo que yo he visto, y fantaseado, en un lugar y en un momento determinado, este y no nuevo, a sus frutos como astros, cósmicos, otros, otros entre ustedes o propios, con mayor o menor prosaísmo, comicidad u objetividad desencantada o apática, podrán ver, sin lirismo, ninguno, o con poco arte, con poca gracia, con apetencia al caso, un potaje o puchero pródigo de garbanzos prendidos en un caótico surrealismo de las endebles ramitas, como el resultado de un vómito irredento, como un ametrallamiento de la válvula o espita de una olla a presión que lleva el mejunje a su ebullición y a la expulsión de su contenido en una tormenta globular o leguminosa contra el árbol; sin embargo, ¡cuidado incautos!, porque las bayas crema, por el tono, y no los garbanzos, son venenosas y narcóticas, no vayan a darse un atracón, por curiosidad o estupidez, y pasen a incrementar a los del Otro Lado, benditos ellos. O de esos muy ceñidos y correctos, escépticos y prácticos, los que solo observan elementos globosos de color anaranjado, maduros, dispuestos en colgaderos de una mata desprendida de sus hojas, un Cinamomo o Melia azedarach, que para algo aún domina el invierno.

Ando, ya no veo, eclipsadas por mi paso que, si bien perdió su apresura, no el encantamiento, deja atrás al árbol o mapa estelar, a las constelaciones para el sueño de un soñador en vigilia y que busca motivos, un anhelo para escapar de la decepción.

“CONSTELACIONES”
© F.J. Calvente.

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