El peregrino de la nada, desde temprano, mantenía una duda bastante apesadumbrada, ciertamente disociativa, precaria, como si el papel estrenado sometiera a la realidad, a la rutina insípida, lo común a lo inventado, o el entorno escribiera en la hoja virgen este otro universo idealizado. ¿Qué era verdadero? ¿Qué era imaginado? Y en el colmo del desespero, apareció Fernando Pessoa, el poeta, con un reparo que complicó el asunto o terminó por quebrarlo: “Esta tendencia de crear a mi alrededor otro mundo, semejante a este pero poblado con otros habitantes, nunca dejó de perseguirme.” Ansioso abrió la ventana, y se asomó al balcón, con un alterado y reiterado: “yo soy real o acaso lo es esto”; también: “es esto fingido, es esto auténtico, o lo estoy haciendo real cuando lo veo”; y, por tanto: “es esto que ahora miro lo que acaba de inventarme, para entonces concebirme a mí en indudable, en cierto”. Con vértigo plano y una confianza rota por tales alturas y alcances, la de una tendencia de crear y soñar y luego, un momento, no esclarecer, ni al menos poetizar, lo uno de lo otro; suspendido y fijado en un horizonte cercano, ese celeste tras la grisura de la borrasca con sus últimos suspiros escarlatas, tanto que al extenderla podía asirlo con la mano. Perseguía o persiguiéndome. Miró, e inhaló un fresco aliento de otoño, hasta que le provocó pinchazos de lágrimas de escarcha en los ojos y tuvo que cerrarlos. Entonces sintió, asintió, y, aliviado, sonrió a la dilucidación de la incertidumbre desde… pronto, al amanecer del domingo que ya se va o todavía tiene que ingeniar su noche y los sueños que, a lo mejor, por no ser después recordados, no serán jamás creados. El peregrino de la nada estaba tranquilo, porque miraba fuera e imaginaba a ese lugar de luces, humores, calles, árboles, expectaciones, penumbras, mitos y casas en las que rutilaba la cal, con estas letras en un papel que dejó de ser blanco.
“PERPLEJIDAD”
F.J.
Calvente ©
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