Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 29 de noviembre de 2020

"PERPLEJIDAD"

 


El peregrino de la nada, desde temprano, mantenía una duda bastante apesadumbrada, ciertamente disociativa, precaria, como si el papel estrenado sometiera a la realidad, a la rutina insípida, lo común a lo inventado, o el entorno escribiera en la hoja virgen este otro universo idealizado. ¿Qué era verdadero? ¿Qué era imaginado? Y en el colmo del desespero, apareció Fernando Pessoa, el poeta, con un reparo que complicó el asunto o terminó por quebrarlo: “Esta tendencia de crear a mi alrededor otro mundo, semejante a este pero poblado con otros habitantes, nunca dejó de perseguirme.” Ansioso abrió la ventana, y se asomó al balcón, con un alterado y reiterado: “yo soy real o acaso lo es esto”; también: “es esto fingido, es esto auténtico, o lo estoy haciendo real cuando lo veo”; y, por tanto: “es esto que ahora miro lo que acaba de inventarme, para entonces concebirme a mí en indudable, en cierto”. Con vértigo plano y una confianza rota por tales alturas y alcances, la de una tendencia de crear y soñar y luego, un momento, no esclarecer, ni al menos poetizar, lo uno de lo otro; suspendido y fijado en un horizonte cercano, ese celeste tras la grisura de la borrasca con sus últimos suspiros escarlatas, tanto que al extenderla podía asirlo con la mano. Perseguía o persiguiéndome. Miró, e inhaló un fresco aliento de otoño, hasta que le provocó pinchazos de lágrimas de escarcha en los ojos y tuvo que cerrarlos. Entonces sintió, asintió, y, aliviado, sonrió a la dilucidación de la incertidumbre desde… pronto, al amanecer del domingo que ya se va o todavía tiene que ingeniar su noche y los sueños que, a lo mejor, por no ser después recordados, no serán jamás creados. El peregrino de la nada estaba tranquilo, porque miraba fuera e imaginaba a ese lugar de luces, humores, calles, árboles, expectaciones, penumbras, mitos y casas en las que rutilaba la cal, con estas letras en un papel que dejó de ser blanco.

 

 

PERPLEJIDAD

F.J. Calvente ©

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