Rampa de Espíritu Santo o Imágenes. Detente, aunque sea por un momento. Cuesta la cuesta como una de esas cimas inaccesibles en esta noche sin fronteras, o de límites indefinibles, honda y rotunda. Las luces de Navidad están más arriba, otras quedaron más abajo. A salvo de apariencias en el oscuro trayecto. Algún otro u otra que baja y no te ve. Porque mientras subes estás muy lejos. Otras luces, las de una hilera de farolas, parecen guiar el camino, a los esforzados pasos, al aliento retenido en el bozo del abrigo que no protege de los alfileres de un anhelado frío que solidifica las retinas como para retener para siempre el corvo presagio de la ciudad, ahí mismo, miras al lado, a través de la lanzada de forja, de filo épico e irreal. Duelen las piernas, el pecho, un desarraigo inquietante, la soledad más sola. Un misterio. Ya arriba, recuperas la respiración, el latido del corazón, de los corazones, saludas a la normalidad, a la rutina que te espera, a una guirnalda de luz que resquebraja en mil fragmentos el velo de la helada en las retinas, y sientes la nostalgia de lo perdido hace muy poco, atrás, muy poco, a lo que echas de menos, a un relato que no entiendes pero que sientes tuyo, por su delirio y recelo.
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