El palacio de Mondragón, o palacio del marqués de Villasierra, mira la herida del amanecer. La primera sangre del cielo se adhiere como un vaho apasionado, admirado, a sus retinas de cristales, esparciéndose en un rubor de fría lumbre en la piedra mudéjar-renacentista de su cara, como abrotoñada de un tajo en el corazón de Abomelic por un amor legendario.
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