Ahora no concurre intención
oculta en nosotras, las plantas trepadoras, ninguna hermenéutica confesión, ni hermético
sigilo, contigo. En invierno, en su ecuador trastornado, nuestros enredados propósitos
permanecen congelados; nos secamos, de frío, de prescripción, de descuido, hibernamos,
pausamos la fuga de las raíces, nos marchitamos con algo de coraje, sí, de ahí
el color púrpura de estreno en tu despedida, o del preámbulo a un hasta luego en
este paréntesis del universo, irradiando tensión en uno de sus hilos cortados, sueltos,
o en unos pocos, en una maraña de alambres como los de esas alambradas que detienen
los tiempos, ciñen los espacios. Antes, hace poco, ¿recuerdas?, nos esforzamos más,
más en nuestro empeño de embellecer tu muerte, las ruinas, tu desarraigo sin
sentimiento ni expectación; visualizando nuestra savia, nuestra energía, trasluciendo
nuestras ramas, tallos, tan flexibles e intrincados, trasparentando nuestras venas
verdes, para que pueda verse un interior penetrante, su vivo caudal en un sinnúmero
de meandros por tu paño lateral, por tu geografía monumental desplomada. Sucedió
el pasado otoño, sucede en todos los otoños, con nuestra sangre, la sangre
derramada por nuestras hojas, por cada uno de nuestros pálpitos lobulados. La
sangre de las espinas y de las resistencias, de las trampas nominativas y
maniáticas, de las heridas, de las ponzoñas, de las resignaciones y redenciones
finales, todas lastimosas, mas sugerentes, y por esto nos juzgan mal o nos dan
de lado. Sin embargo, tú, en tu sobriedad, disimulabas aún más bella tu condena.
Un último acto de
vistosidad, el nuestro, de ardiente colorido, mañana no sabemos. Una postrimera
sublimidad en nuestro laberinto de matices, prendidas de la extinción o en tu
última agonía. Una performance tornasolada, al fin desafiante; o un decorado del
término, el telón que no es negro, sino de una paradójica irisación estimulante
y, como en esta llamada o advertencia, inspiradora. No vas a negarnos en este intervalo
de silencio y confidencia, de detención, haberte sentido arrellanada, útil, con
ese cromatismo predecesor. Un tanto confusa, vale, apretada, seguro, pero todavía
arropada, no tan separada del resto de la realidad y de la ficción, más osada;
en cierta manera satisfecha del gesto de solidaridad, más bien recíproco, tuyo
y nuestro, en una postrera utilidad: por sostenernos o dejarnos que te
crucemos, te cubramos, te salvemos, …; por amparar o permitir nuestra necesidad
de luz, de escalar al cielo, de asumir su color y hondura solo posibles o conforme
a concretas quimeras, en los sueños de cuando aún éramos semillas y luego
raíces, algo subterráneo o embrionario, con anhelos de divinidad o
trascendencia lejana de la tierra. Entonces no fue un momento para el ritmo propio
de la naturaleza, ni por el afán de disimular tu quebranto. Una digresión llamativa.
Alentadora en la actualidad. ¿Verdad? Enredaderas somos en estos frágiles
instantes helados o extraños, en este invierno raro, esqueletos prendidos de tus
piedras sin alma, pero con la confianza segura en la próxima primavera, cuando tú
ya no acaparas función ni reconocimiento, solo aguardo y recelo. Un derrame rojo
por tus piedras en otoño, y hoy memorable.
Una poesía que continúa
aspirando el cielo, un trazo donoso a aquel azul u otro asomado a tus ojos, como
si codiciáramos de agarrarnos a la ligera nube que transcurría callada y
desorientada, arriba, arrastrándote con nosotras, arriba, a la única salida, a
la única metáfora y fábula que exclusivas arraigan entre tanto materialismo e
insensibilidad, intrusos y abajo, de ridícula imaginación en estómagos imperantes
y siempre codiciosos. Con lo que has sido, iglesia Virgen de Gracia, de la
Anunciación, de la Visitación, insistimos, única, privilegiada, popular y
selecta, y ahora solo una incertidumbre de cascotes y muros milagrosamente enteros.
Lo único que te queda, salvo alguna página escrita que nadie lee, y mira que lo
sentimos, además de la permanencia, del solar, es tu huella. Un recuerdo. Y en
esto nos conjuramos, nos obligamos, en revertir tu sino trágico. Contigo todo
tiene que estar oculto, oculto para poder estar. Atrás lo era, aunque en este
tramo invernal en absoluto importa, donde la interrupción no traerá nada antiguo
ni menos nuevo. Solo invoca, complácete de cuando nos exornamos para darte aquel
último cumplido, la postrema conmemoración de tu asentamiento, de tu tradición,
con la esperanza en el renacimiento, en la primavera, para que todavía estés
aquí, esperando, esperándonos, para salvaguardar tu historia en estos días que
se olvidan de tu historia. Desnuda estarás, virgen ante la realidad, vieja como
el pretexto para que el mundo de ominosos dedos no te convierta en un polvo que
es el ocaso sanguinolento de todo.
Adiós, bella ermita,
bella memoria, presumimos que te gustó nuestro atavío escarlata, su teñido consuelo;
incluso especularás, con nostalgia, en que la flor que crece en la adversidad
es la más hermosa de todas. Gracias. Aquella despedida con nuestra sangre, precisamente
a flor de piel, interesante, de una perfección que ojalá cale en las personas
más agraciadas y conscientes, en efecto. Porque lo mismo que nosotras, las enredaderas,
incrementamos nuestra sugestión en la contrariedad, en tu estrago y desamparo
por ejemplo, existen personas que conocieron la derrota, el dolor, la lucha sin
horizonte, la entraña vulnerada, la luz que no aparece en el trayecto oscuro,
ni un asomo, ni al final de lo que sea, y que siempre encontraron la ventana,
la puerta, incluso el agujero para salir del fondo, de la profundidad, de la
tiniebla. Y a estas almas confiamos nuestra voluntad, nuestra constancia, nuestra
fantasía de salvación, un destino amable, aunque sea ya en la cercana primavera.
“SANGRE INTRICADA”
© F.J.
Calvente.
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(Y antes, en
Reflejos de Conciencia: 👉👉👉👉👉
https://fjcalv.blogspot.com/2020/10/gracia-intricada.html)
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